El bailarín del New York City Ballet triunfa en la Gala de Danza de clausura del festival Madrid en Danza, protagonizada por artistas madrileños de ballets internacionales
Nos quedamos con la diagonal de Laura Morera en el paso a dos de El cascanueces, perfecta en sus giros, y con su interpretación amorosa y llena de felicidad de Manon, una de las coreografías cumbre de Sir Kenneth MacMillan, ambos junto a Federico Bonelli. El bailarín italiano, también primera figura del Royal Ballet, como ella, seguro que dio más brillo a su interpretación en la segunda gala de clausura del XXX Madrid en Danza, pues en la primera no se le vio tan cómodo.
También nos quedamos con la cara de felicidad de Olaf Kollmannsperger cuando pisó por primera vez el escenario con Satanella, el paso a dos de Marius Petipa que interpretó en la primera parte junto a Marina Kanno, bailarina de precioso attitude. Su segunda elección, el dúo Live Now, Think Later, coreografiado por su compañera de filas en el Staatsballet Berlin, Xenia Wiest, si bien gustó, podría haber dejado su lugar a otro paso a dos del repertorio clásico, ya que posee menos empaque para una gala cuyo objetivo era mostrar joyitas de la tradición del ballet poco vistas aquí últimamente.
Y es que, como bien decía Aída Gómez, directora de Madrid en Danza desde esta edición, durante el descanso, «nos hemos criado con galas así», refiriéndose a aquellos gloriosos años ochenta y noventa en los que tuvimos a los grandes. Galas de estrellas que, entre otros, dirigió Ricardo Cue y por las que pudimos ver a Maya Plisetskaya, Sylvie Guillem, o a José Carlos Martínez cuando ya encumbraba el Ballet de la Ópera de París y en las que el baile español tenía siempre su lugar.
Si bien la directora de Madrid en Danza firmaba también la dirección artística de la gala, el coordinador artístico ha sido el coreógrafo Renato Zanella, director del Ballet de la Arena de Verona, quien debería haber cuidado el volumen de la música en algunos de los pasos a dos, como en Romeo y Julieta, donde se necesitó que el sonido nos envolviera más para sumergirnos en el intenso dúo de Nadia Yanowsky y Josef Varga, del Het Nationale Ballet, en una coreografía de Rudy van Dantzing quizás demasiado equitativa en su forma de mostrar a los enamorados. O haber puesto como apertura de la gala uno de los brillantes pasos a dos tradicionales, ya que Carmen, de Roland Petit, interpretada por Daniel Kraus y Begoña Cao (English National Ballet), era perfecta como segundo o tercer número.
Pero sobre todo, y retomando nuestro inicio, nos quedamos con Joaquín de Luz. Tiene treinta y nueve años, edad que, en un bailarín, supone iniciar la cuenta atrás para su despedida de los escenarios. Pero en el caso de este madrileño, primera figura del New York City Ballet desde hace más de una década, la retirada puede esperar. Y le pedimos desde aquí su máxima dedicación física y psíquica durante este lustro -como mínimo- que tiene por delante, para nuestro deleite y para el suyo. Porque verle en escena es comprobar cómo disfruta ofreciendo al público su elevado arte y cuánta pasión pone en sus interpretaciones, además de comprobar que continúa con su técnica impoluta.
Joaquín de Luz está ofreciendo ahora todo lo recogido durante sus casi 25 años como profesional. Debe, por ello, continuar y, también, venir más a su país y a su ciudad para ofrecérnoslo. Como ahora, que protagonizará Don Quijote con la Compañía Nacional de Danza, ballet que interpreta por primera vez, estrenándose también como invitado de la formación estatal española. Veremos qué nos tiene preparado para el personaje de Basilio Joaquín de Luz, quien nos recuerda tanto a Baryshnikov por su personalidad salpimentada de arrojo y picaresca varonil.
Su Giselle con Maria Kochetkova, primera bailarina del San Francisco Ballet, fue un punto y aparte. Porque salir a bailar este paso a dos así, a pelo, es sólo apto para grandes artistas ya que forma parte de ese segundo acto donde la protagonista tiene que encarnar a un personaje sobrenatural y Albrecht, su arrepentido enamorado, debe sumar sus movimientos para que ella nos parezca un ser etéreo, que casi se le escurre entre los brazos, teniendo que entrar mentalmente ambos, desde el primer segundo en escena, en un espacio donde casi se ha detenido el tiempo.
Con el gran paso a dos de El corsario, en el segundo acto, pudieron desplegar su carnalidad y virtuosismo, ofreciendo Kochetkova giros inmutables e infinitos y, de Luz, saltos de infarto, cerrando, con el público enfervorecido, esta Gala de Danza de bailarines madrileños solistas y primeros espadas de ballets internacionales que ha clausurado un Madrid en Danza que ya es otro, donde ballet y danza española prometen seguir teniendo su lugar.
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