El Gato Montés cabalga por Valencia

El Gato Montés en Valencia. Foto: Tato Baeza
El Gato Montés en Valencia. Foto: Tato Baeza

El Gato Montés, ópera en tres actos, libreto y música de Manuel Penella ha subido por primera vez al Palau de Les Arts siguiendo la buena política de recuperar títulos de compositores valencianos con una producción procedente del Teatro de la Zarzuela con un éxito en lo vocal y en la apreciación del público asistente.

El Gato Montes fue estrenado en 1927 en el Teatro Principal de Valencia con éxito y a parte del conocido pasodoble y el dúo de tenor y soprano en el que está incluido el tema de dicho números inspirados.

Las fuentes de la que bebe son la zarzuela más andaluza como Tempranica, Reina Mora, Baile y Boda de Luis Alonso, etc, el fólklore del sur de España en la estilización propia de principio de siglo a la manera de Granados, Falla, etc pero con construcciones de la ópera pucciniana y los recursos de los leitmotiv wagnerianos.

Más allá del triángulo amoroso típico bandolero-gitana-torero el Gato Montes muestra escenas conseguidas como el relato del Padre Antón a ritmo de pasodoble que Miguel Ángel Zapater defendió con eficiencia acompañado de Jorge Álvarez en el papel de Hormigón.

La visión ofrecida por la regia de Juan Carlos Plaza nos mostró este drama amoroso en un tono excesivamente oscuro casi negro que no sé entiende sino se hace una lectura un tanto expresionista que nada tiene que ver con la luz y sol de Sevilla donde se desarrolla la acción, así como la mayor parte de la partitura que evoca más alegría en los números de coro, dejando lo más turbio para los momentos de tensión entre los protagonistas.

Cristina Faus recreó una Gitana que nos recordó a la grabada por la Berganza en los años noventa pero con una voz mucha más fresca en el garrotín del primer acto y dramática en la escena de la lectura de mano.

La madre del torero fue interpretada por una excesivamente estática Marina Rodriguez Cusí que más parecía la hermana del torero o de Soleá que la madre del primero o suegra de la segunda.

Andeka Gorrotxategui fue un Rafael de voz generosa, metálica, bien administrada y poderosa en proyección, a la que acompañó unas prestaciones escénicas creíbles desde su entrada hasta la escena de la despedida del segundo en la plaza de toros. Esperamos poder verle en roles de otros repertorios para confirmar nuestra buena impresión.

El Gato Montés en Valencia. Foto: Tato Baeza
El Gato Montés en Valencia. Foto: Tato Baeza

La soprano protagonista Maribel Ortega interpretó una Soleá que fue in crecendo desde un primer acto discreto a un segundo mucho más redondo con un dúo con el tenor de antología lleno de gracia y salero como pide la partitura. Este personaje de Solea llega a su punto álgido en la confesión de su verdadero amor por el bandolero aunque por la presión social no puede abandonar a su protector el torero Rafael y que Maribel Ortega supo marcar con su voz de rico timbre aterciopelado.

Angel Ódena el verdadero héroe de esta historia de amor perdido nos mostró un Gato Montés muy acertado, violento en el enfrentamiento con el tenor en el primer acto pero lírico y cuidando las medias voces en el relato de amor por Soleá y sobretodo en el momento del suicidio del tercer acto. Su voz que va ganando enteros con el paso de los años acompañado de un saber estar escénico le hace ideal para estos personajes de zarzuela y ópera española que sabiamente está poniendo en escena junto a los principales roles verdianos y puccinianos para su cuerda baritonal.

El coro de la Comunitat Valenciana una vez más mostró su ductilidad canora y escénica sin perder un ápice en calidad musical, lo mismo que la orquesta titular que supo mostrar los diferentes colores de la partitura y los ambientes que de ella se genera.

El director titular del Teatro de la Zarzuela, Óliver Diaz, fue la batuta que concertó con equilibrio esta partitura que a veces por su orquestación podría caer en excesos de decibelios que no sucedió en su versión. Supo dar con un pulso firme la gracia de los ritmos más nacionales y a la vez subrayar la vena más lírica que hay en el interior de los momentos de las arias como la de Soleá o el final de la obra.

Cristina Hoyos aportó su arte en las diversas y abundantes coreografías, pero si tuviéramos que destacar un momento sería la especie de pantomima del segundo acto mientras la corrida de toros, tal vez la escena más difícil de montar de esta ópera por su facilidad de caer en folklorismos baratos y que aquí se estilizó de una manera bellísima con las acertadas luces y efectos de Paco Leal.

En definitiva un acierto de programación y realización que sin embargo tuvo un punto gris que esperemos se corrija y es la no excesiva afluencia de público en esta ocasión. Traviata, Trovador, Carmen se venden solas, como cuando viene Plácido Domingo, pero hay otras obras que necesitan de una mayor trabajo de marketing para convencer a un público no avezado de estas obras que tras la resistencia inicial acaban convenciendo con estos intérpretes y propuestas.

Robert Benito