Gatti: un Requiem visionario en Les Arts

Gatti: un Requiem visionario en el Palau Por Antonio Gascó

Palau de les Arts, 1 de julio de 2021. Giuseppe Verdi (1813-1901), Messa da Requiem. Concierto dedicado a la memoria de Helga Schmidt. Eleonora Buratto (soprano), Sonia Ganassi (mezzosoprano), Francesco Meli (tenor) y Michele Pertusi (bajo). Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana.

Requiem de Verdi en el Palau de les Arts. Concierto dedicado a la memoria de Helga Schmidt.                 (c) Miguel Lorenzo

En el «Requiem» de Verdi que se ofreció con las huestes del valenciano Palau de les Arts bajo la dirección magistral (digámoslo ya de entrada) de Daniele Gatti hubo que significar ya no un «Lacrimosa» si no tres. Uno, el que sobre el texto latino de Celano musicó Verdi y otros dos referidos a sendas circunstancias malhadadas. Por un lado, el meritorio homenaje a Helga Schmidt, primera intendente del Palau de les Arts, acusada en su día de modo injusto de prevaricación, como se demostró en la sentencia que la exoneró de culpa, cuando ya había fallecido, sin duda, a causa de las tribulaciones psíquicas que le produjo tan improcedente denuncia. En el pueblo en el que vio la luz el autor de estas líneas, hay un refrán con visos escatológicos, que viene muy al caso de esta situación: «Después de muerto Pascual…». Por otro lado, «Lacrimosa» por la situación en la que aún se ve el magistral coro de la Comunidad Valenciana, a causa de no resolverse la situación administrativa de sus miembros. De su buena voluntad es patente prueba la desconvocatoria del muy justificable paro establecido como protesta por su desamparo.

La comunidad canora lo que quiere es cantar y bien dio muestras de su anhelo, abordando, con su eficacia peculiar, la monumental partitura del autor de Aida. Uno no puede por menos que aplaudir la generosidad del colectivo vocal, conducido por el admirado maestro Francisco Perales, y, por el contrario, deplorar la displicencia de la administración en aras de resolver un problema que lleva ya 30 años de conflicto. Sirvan estas líneas para patentizar el apoyo absoluto de este comentarista a las justas reivindicaciones de la coral que tantas elogiosas interpretaciones ha ofrecido al público, a lo largo de su ya dilatada existencia. No se merecen los entregados intérpretes el trato vejatorio (uno casi diría que ultrajante) al que se les viene sometiendo desde su creación. Y quien esto escribe puede dar fe del elogiable nivel ofrecido reiteradamente, pues desde que Maazel dirigió la función inaugural del coliseo de Calatrava, escasísimas veces ha dejado de aplaudirles con fervoroso ahínco. Gatti: un Requiem visionario en el Palau

Dicho esto, vayamos a comentar la Misa de Difuntos verdiana. Si hubo un triunfador absoluto este fue Daniele Gatti, quien no solamente ofreció una versión contrastada, emotiva, pletórica de matices y de sensitiva musicalidad, sino que además planteó un concepto visionario propio, muy creativo e innovador, con el que este cronista se sintió muy identificado. Es sabido que Verdi era agnóstico y que, a la hora de plantearse el réquiem en honor de su idolatrado correligionario Manzoni, no quiso llevar a cabo una obra espiritual. Muy por el contrario, la concibió apocalíptica, tal y como la sintieron Dante en su Divina comedia y Miguel Ángel en su fresco vertical de la Sixtina. El hecho de la reiterada comparecencia del «Dies iræ», que interrumpe sañudamente diversas secuencias del responso de difuntos («Liber scriptus», «Confutatis») y lo que es más revelador, melódicas plegarias suplicantes («Liberame») es suspicazmente significativo. El Dios de Verdi es el «Rex tremendæ majestatis», a quien la especie humana suplica la libación del agua redentora. Pero la «Fons pietatis» está seca. El creador tan solo está dispuesto, en el criterio del maestro de Le Roncole, tras escuchar los lamentos, a conceder la paz sempiterna, pero en ningún momento la celestialidad. Ese criterio pareció tenerlo muy conceptualizado Gatti. Frente al inicial «Requiem» con un aéreo pietismo sublimado y unos melódicos y oracionales «Quid sum miser», «Recordare», «Ingemisco», Lacrimosa», emergía el «Dies iræ» furibundo, irascible, frenético… manifestando a los humanos la ira rotunda del omnipotente. De ese criterio se valió la batuta para crear una versión muy divergente, lírica y a un tiempo perturbadora e inquietante, siempre pletórica de interés y creatividad, en la que la absolución siempre se quedaba aherrojada por el ímpetu punitivo.

Tras un sublimado «Requiem», el coro, que por cierto entró en el «Te decet himnus» una parte de compás con antelación en su única mácula a reseñar frente un sin número de excelencias, enlazó con mágicos rubatos el «Lux perpetuam» en el cambio de tono a LaM, acatando a pies juntillas los PPP prescritos. Un «Dies Irae» furibundo y aterrador y aún más escalofriante el «Tuba mirum», con una apocalíptica elocuencia de fagots, trombones, trompas y trompetas, dieron paso a una prolongada mudez, antes del «Mors tupebit» del bajo Giuseppe Pertusi referido con un inhabitual pianísimo, respetuosísimo con el manuscrito verdiano. La mezzo Sonia Ganassi comenzó insegura el «Liber Scriptus», con la voz tremolante, que nos hizo presagiar lo peor, sobre todo por la morosidad del tiempo, cuando la batuta tiraba de ella. Con todo, la cantante se rehízo alcanzando un intenso «Proferetur». A destacar la ostentación de las segundas aumentadas de los trombones en la repetición del «Dies iræ ». Muy significativas de la convulsión de la cólera.

Daniele Gatti dirige el Requiem de Verdi en el Palau de les Arts.              (c) Miguel Lorenzo

Sublimado el «Quid sum miser» con un «cum dicturus» del tenor con un hilo de voz, para ponerle cirios que fue contestado con un «Rex tremendæ» tan colosal como intenso. Para contraste el «Salvame» oracional y suplicante, así como el «Recordare» de la mezzo que pareció reponerse, por su elevación espiritual apoyada por la sugestiva atmósfera de los arcos. La soprano Eleonora Burato respondió con arrobamiento espiritual llegando al dúo de féminas en un prodigio de exquisiteces pianísticas y de musicalidad.

Con propósito de aria operística dijo el tenor Francesco Meli el «Ingemisco» con un bucólico «Inter oves», apuntalando con un brioso Sib el «dextra» conclusivo. El joven genovés bajó del avión para incorporarse al cuarteto, sustituyendo a Fabio Sartori. Loable esfuerzo y meritoria intervención. El bajo, Michele Pertusi, que se nos antojó reservón en toda la obra, recurriendo al belcantismo, tendió a espiritualizar el «Flamis acribus», que está solicitado con fuerza, recurso que, en un canto previsor, reservó para el «Gere gere», que atacó con recursos. En el «Lacrimosa» el coro cantó con unción fervorosa, sobre el pedal del bombo que amortiguó la resonancia con un paño sobre el parche. Los arcos inquietos en trémolo, en los dos compases del «Amen» del «Dona eis requiem». La mezzo acusó el esfuerzo y acompañada por Gatti, se ausentó tras este momento unos minutos para restablecerse. La batuta llevó el «Libera animas» a uno, pero muy pesante. Otro trasgo original. El tenor dijo un «Hostias» sutilísimo que, si bien evidenció una depurada técnica, rayó lo cursi.

Una fuga coral del «Santus» glorificada dio paso a un bien fraseado «Agnus» de las dos féminas, apuntaladas por un cuarteto de trompas organístico en el final con el coro. La amenaza volvió a hacerse patente en el «Requiem æternam» subsiguiente, por la intensidad de los cobres y el pizzicato rotundo de los bajos. En este fragmento, la mezzo, claramente deslustrada, se escondió detrás de las voces de Meli y Pertusi. Hizo bien.

Muy significativos los inarmónicos del metal en el inicio del «Liberame», en el que reinó como una emperatriz Eleonora Buratto, derrochando, como en el resto de la composición, exquisiteces y recursos en los muy obligados agudos (imperiales fueron los tres compases del postrer do5) e impetrada la cita del motivo introductorio de la obra. Inquietos el fugato y el «Dum veneris» coral y embaídas del arcano, las PPPP del postrer «Liberame» tras el salmodiado precedente «Senza misura». Tras esa súplica exánime, la respuesta del «Iudex ultionis» como se sabe es un ominoso silencio. Y cuando hacían música, los brazos alzados del director, de ese crepúsculo sin voz, se oyó un intemperado ¡bravo!, del majadero de turno que, por granjearse su segundo de gloria, truncó el instante de arrobamiento en el que estaba sumida la audiencia. Gatti: un Requiem visionario en el Palau