Se trata del estreno de esta ópera de Benjamín Britten en Madrid, lo que tiene lugar 65 años después de su estreno absoluto en Londres. No es, sin embargo, su estreno en España, ya que se representó en el Liceu de Barcelona en el año 2001 en una visita que hizo la británica Opera North con sede en Leeds.
Gloriana es una de las óperas menos representadas de Benjamin Britten y hay razones para ello. La ópera está bien conseguida en términos musicales, no así desde un punto de vista dramático, especialmente en la primera parte de la misma, que se convierte en una sucesión de escenas, que resultan largas y de poco interés dramático. Se puede decir que en la hora y media que dura esta primera parte, nada o poco ocurre en escena en términos dramáticos. La cosa cambia a mejor en la segunda parte, pero quizá es demasiado tarde.
El hecho de habarse compuesto la ópera para las celebraciones de la coronación de Isabel II puede explicar en gran parte esta falta de interés dramático. La ópera se centra en la figura de Isabel I y es la necesidad de centrarse en ella lo que hace que el drama no exista hasta las escenas finales, cuando el interés dramático está centrado en la relación entre la soberana y Roberto Devereux, con su condena a muerte final.
El Teatro Real nos ha ofrecido una nueva producción en colaboración con la ENO londinense y la Ópera de Flandes. La mencionada producción lleva la firma del prestigioso director de escena escocés David McVicar, que hace un trabajo simple y atractivo, narrando bien la trama. La escenografía de Robert Jones ofrece un escenario único, consistente en una plataforma giratoria con tres arcos dorados, cerrándose al fondo con un elegante portalón y a los lados con un hemiciclo, sobre el que se coloca el coro en sus distintas intervenciones. Los elementos de atrezzo sirven para dar vida a las distintas escenas y resultan eficaces. El vestuario de Brigitte Reiffenstuel nos sitúa en la época histórica de la trama y resulta adecuado, siendo particularmente atractivos y elegantes los atuendos que luce la Reina Isabel I a lo largo de la representación. Hay una correcta iluminación por parte de Adam Silverman, jugando un papel importante la coreografía de Colm Seery durante el segundo acto, aunque no sea especialmente brillante.
David Mc Vicar hace una correcta dirección de escena, en la que el coro tiene casi una función de coro griego, contando con una buena dirección de actores en todos los casos. La producción ha gustado, como lo demuestra el hecho de que el equipo creativo fuera recibido con aplausos al final, no habiendo ni siquiera conato del tradicional abucheo.
Uno de los aspectos más importantes de la representación ha sido la dirección musical de Ivor Bolton, el actual director musical del Teatro Real. Aunque el director británico es especialmente reconocido en el mundo de la ópera por sus interpretaciones de música barroca y clasicista, parece también tener una especial afinidad con la música de Benjamín Britten, como lo demostrara la temporada pasada en un espléndido Billy Budd. Su dirección ha sido para mi gusto lo mejor de la representación, en una versión muy cuidada y sentida, en la que todo ha funcionado perfectamente, destacando la estupenda actuación de la Orquesta del Teatro Real, que en mi opinión se ha convertido en la mejor orquesta de foso de España. Buena también la prestación del Coro del Teatro Real. Lo hizo bien el Coro de Pequeños Cantores de la JORCAM en su breve intervención.
El reparto de esta ópera es muy amplio, pero ninguno de los personajes puede compararse en importancia con el la Reina Isabel I, llamada Gloriana por sus súbditos. En gran medida el éxito o fracaso de una representación de esta ópera se puede decir que descarga en los hombros de la protagonista.
En este primer reparto la reina fue interpretada por la italiana Anna Caterina Antonacci, una de las artistas más completas que circulan en el mundo de la ópera. Su interpretación fue intachable de principio a fin, viviendo el personaje con una gran intensidad, consiguiendo transmitir a la audiencia grandes dosis de emoción en su monólogo del final de la ópera, en la que fue digna sucesora de las grandes intérpretes de tragedias griegas. Aunque pueda parecer una temeridad mi juicio, me quedé impresionado por su excelente dicción inglesa. En términos vocales las cosas no están al mismo nivel Como ya me ocurriera el año pasado en su Charlotte de Valencia, la he encontrado con la voz más reducida que hace unos años y con signos de fatiga vocal, que fueron más claros en su escena de entrada. Con sus virtudes y sus defectos, hay que reconocer que estamos ante una gran ARTISTA. Con mayúsculas.
El Conde Essex fue interpretado por el tenor americano Leonardo Capalbo, a quien he encontrado con la voz más amplia que hace unos años. Resultó un adecuado intérprete tanto vocal como escénicamente.
El barítono Duncan Rock lo hizo bien como Lord Mountjoy, aunque la voz se le queda un poco atrás. Buena también la actuación de Leigh Melrose como Sir Robert Cecil, convincente vocal y escénicamente. La mezzo-soprano Paula Murrihy lo hizo bien como Frances, la esposa de Essex, así como la soprano Sophie Bevan en la parte de Penélope, la hermana de Essex y amante de Mountjoy. Adecuado también David Soar como Raleigh.
El resto de los numerosos personajes tienen menos importancia. Entre ellos destacaré al bajo James Cresswell como Cantante Ciego, al tenor Sam Furness como el Espíritu de la Máscara, cumpliendo bien Elena Copons en la parte de Dama de Compañía y el barítono Alex Sanmarti como Pregonero. Completaban el reparto de manera adecuada Benedict Nelson (Henry Cuffe), Scott Wilde (Notario de Norwich), Itxaro Mentxaka (Ama de Casa) y Gerardo López (Maestro de Ceremonias).
El Teatro Real ofrecía una ocupación de alrededor del 90 % de su aforo. El público se mostró muy cálido con los artistas en los saludos finales, siendo las mayores ovaciones para Anna Caterina Antonacci e Ivor Bolton.
La representación comenzó con 4 minutos de retraso y tuvo una duración de 3 horas y 8 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 37 minutos. Siete minutos de aplausos.
Al ser la primera función del título, los precios eran muy elevados, costando 390 euros la localidad más cara, siendo el precio de la más barata con visibilidad de 47 euros.
José M. Irurzun