El coro y orquesta titulares del Teatro Real, ofrecieron un clamoroso concierto en la Catedral de Burgos como uno de los actos cumbre programados por la Fundación VIII Centenario del glorioso templo gótico.
Era la primera vez que las agrupaciones estables del coliseo operístico madrileño actuaban en él y lo hicieron con una de las obras cimeras de la historia de la música: el Réquiem de Mozart. El maestro Ramón Tebar tuvo el criterio de colocar a las huestes instrumentales y canoras ante el barroco retablo del altar mayor renacentista, lo que suponía una perspectiva de gran impacto artístico al par que una sonoridad muy eficaz.
Fue un concierto único, por el marco histórico y plástico que promovió la Junta de Castilla y León y que fue grabado por RTVE, con quien la Fundación tiene un convenio de colaboración, para emitirlo posteriormente en La 2 y el Canal Internacional.
Cuatro solistas internacionales cuyas trayectorias recorren los principales teatros del mundo, entre ellos, el Teatro Real, donde se les ha podido escuchar en varias ocasiones, se encargaron de dar vida a las partituras vocales escritas por el genio de Salzburgo: la soprano Sylvia Schwartz, el tenor Toby Spence, la mezzosoprano Marifé Nogales y el bajo Alexander Tsymbaliuk. Los cuatro cantaron con una escrupulosa pulcritud sus partes individuales y se ajustaron con esmerada métrica y afinación en las actuaciones concertantes, que son las más abundantes del texto musical.
Tebar ofreció una versión vehemente, casi se podría decir que teatral y operística, de la partitura de Mozart, muy en el espíritu del «Sturm und drang», lo cual no excluyó iluminados momentos contemplativos. Es curioso que este comentarista que entró en la página del director de Instagram, dos días antes de la audición pudo audicionar un ensayo con el coro y la orquesta. En la compleja entrada de la fuga del Kirie, la batuta llevó un ritmo muy rápido con un ímpetu arrollador, que, sin embargo, no mantuvo en la audición en la catedral. Razón: sin duda demandar al coro y a la orquesta todas las exigencias de cuadratura y afinación, para luego en la interpretación definitiva relajar el pulso y, seguro de la providez de sus huestes, permitirse una dicción más esmerada, sin mengua de intensidad emocional. El maestro fue preciso y claro en todo momento, permitiéndose desde las intensidades más rotundas en momentos como el Kirie, el dies Irae, el Rex Tremendae, o en la asimismo compleja fuga del Promisisti… En las secciones más contemplativas: el tetracordo del Introito, el Larghetto del Lacrimosa o los refinados Recordare (contando con un cuarteto de sutil conjunción) u Hostias (con un coro de aterciopelada armonización) hubo fervorosa religiosidad.
El equilibrio de planos sonoros, la valoración de la acústica de la magna catedral, para evitar cacofonías y reverberos inoportunos, fueron constantes atenciones del director, que ofreció una lectura personalísima, elegante, diáfana y sobre todo contrastada de una obra que se podría calificar de transparencia vehemente
1300 personas abarrotaron la crujía y las naves laterales de la catedral y al finalizar la audición del Réquiem prorrumpieron en una atronadora ovación que se prolongó más de doce minutos, hecho que destacó en la portada el «Diario de Burgos» quien ofreció una imagen del concierto a cinco columnas, al día siguiente del concierto.
Pedro Díaz Rubiales