Goce por los cuatro costados en L’elisir d’amore de Mario Gas en el Liceu, con Jessica Pratt

Jessica Pratt (Adina) y Pavol Breslik (Nemorino). Liceu 2018 Foto ® A Bofill
Jessica Pratt (Adina) y Pavol Breslik (Nemorino). Liceu 2018 Foto ® A Bofill

El Liceo ha querido concatenar esta deliciosa reposición de L’elisir d’amore con el wagneriano Tristan und Isolde que concluyó 2017, hilando así una referencia al cuento que la joven Adina lee en el patio a sus vecinos, y cuya idea de embriagante elixir animará los aires de esta ópera bufa.

L’elisir d’amore de Mario Gas ubica la comedia en la vida de un polígono de viviendas de la Italia de los años 40, un edificio bajo de tres plantas abraza una plazoleta comercial abierta a la calle con el báculo de una farola y unos altavoces en el centro, y una galería elevada con un bar. La escenografía de Marcelo Grande guía el descenso de esa galería por dos escaleras laterales que a su vez prosiguen su línea de movimiento a modo de puentes sobre el foso orquestal para finalmente descender hasta el patio de butacas. Así pues, patio de vecinos y patio de butacas conforman un espacio escénico unitario, una plaza cerrada donde el director involucrará sorpresivamente a los espectadores en diversas ocasiones y animará esta ópera bufa por los cuatro costados.

L’elisir d’amore Gran Teatre del Liceu, producció de Mario Gas Foto ® A Bofill
L’elisir d’amore Gran Teatre del Liceu, producció de Mario Gas Foto ® A Bofill

Así ocurre en la presentación de la tropa desfilando entre el público con el propio sargento Belcore saludando al personal, o en menor medida en el concertante final del primer acto al rodear los vecinos el foso con sus cuchicheos. El director amplía el espacio escénico pero también el tiempo de la ópera siempre con la misma intención tentadora: el telón del segundo acto se abre ante un público que no ha podido terminar de acomodarse y se ve inmerso en la celebración vecinal del banquete de nupcias entre Adina y el oficial Belcore, donde toma ahora asiento en calidad de invitado mientras suena en los altavoces de la plaza “La Spagnola” de Beniamino Gigli. La canción da paso a una orquesta disonante, cuya estridencia detienen los contrariados invitados para que entre el maestro Tebar inicie como es debido la partitura de Donizetti bajo una aclamación unánime. Un gran momento teatral y un reconocimiento que, ya sin triquiñuelas teatrales, fue afín al que recibió el director Ramón Tebar al concluir la ópera por una construcción musical capaz de sostener con brío y precisión la tensión de los cantantes y los fogosos humores de los personajes.

Inmensa la noche de la australiana Jessica Pratt como Adina, especialmente en el segundo acto con un “Prendi per me, sei libero” que desató los bravos de la sala. Labró por igual la fachada antojadiza del personaje —“una llave saca a otra al igual que un amor sustituye a otro amor”, explica a Nemorino cuando este se le declara—, pero también la otra fachada decidida y resentida, cuando bebe de su propia medicina al ver la repentina pasión de todas las vecinas por Nemorino y la embriagada indiferencia de este hacia ella. Pavol Breslik lo dota de un gusto musical envidiable y de una gestualidad propicia al sonrojo, la obcecación y las torpezas de un personaje cuya “una furtiva lagrima” no se quedó precisamente corta en ovación. Una inspirada Mercedes Ganeda en el rol de Gianetta guía el coro de vecinas atraídas no por el mágico líquido sino por la repentina liquidez de la herencia de Nemorino. Y junto a los hombres, constituyen un coro de inspirada resolución musical y coreográfica.

Mercedes Gancedo (Gianetta) y Roberto de Candia (Dulcamara). Liceu 2018. Foto ® A Bofill.
Mercedes Gancedo (Gianetta) y Roberto de Candia (Dulcamara). Liceu 2018. Foto ® A Bofill.

Especial tino en la vertiente teatral de Paolo Bordogna al interpretar las esperpénticas artes de conquista del muy “galante y sargento” Belcore. Roberto Candia guía con una correcta vocalidad la labia del charlatán “doctor enciclopédico” Dulcamara, que llega al vecindario a vender las bondades milagrosas de sus elixires y que, gracias al montaje de Gas, se mete en el bolsillo al público con la misma facilidad que el ingenuo dinero de sus vecinos.

El director y Dulcamara rubrican el espectáculo con una memorable “escena postcréditos”, por así decir, que sucede a la tanda de saludos con la reaparición entre el público del personaje y su ayudante para ir obsequiando frasquitos de elixir mientras bisea el festivo “Ei corregge ogni difetto” al ritmo de palmas batidas por una sala eufórica.

Félix de la Fuente