Goerke y Graham, triunfadoras indiscutibles en Les Troyens de la Lyric Ópera de Chicago

Les Troyens. Foto: Stefany Phillips (Lyric Opera, Chicago)
Les Troyens. Foto: Stefany Phillips (Lyric Opera, Chicago)

La Lyric Opera de Chicago representa la ópera Les Troyens de Héctor Berlioz, en una producción escénica de Tim Albery, dirigida desde el foso por Sir Andrew Davis. El cartel incluyó el pasado sábado a las experimentadas Christine Goerke como Casandra, y Susan Graham como Dido, acompañadas por Lucas Meachem como Corebo y por el tenor Corey Bix en el papel de Eneas, en sustitución de un indispuesto Brandon Jovanovich.

La Lyric Opera es una de las pocas compañías norteamericanas capaces de abordar sin apuros una ópera de gran formato como Los Troyanos. El título, con todos los elementos de la Grand Opera francesa, pide un elenco de voces de gran porte, capaces de sobrellevar una línea de canto de peso, y a la vez servir los requerimientos expresivos y psicológicos trazados por Berlioz en el libreto. La ópera repasa la épica de la Eneida de Virgilio sin representar directamente en escena algunos elementos esenciales de la leyenda: la caída de Troya o la victoria de los troyanos sobre el rey Iarbas y los gétulos son contadas a través de la visión parcial e interiorizada de los protagonistas. Por esa razón, el peso del drama recae sobre los cantantes principales, y el éxito de la representación suele ir ligado a su acierto interpretativo.

El pasado sábado pudimos comprobar la enorme calidad de los conjuntos estables de la Lyric Opera, considerada por muchos, después de la ópera de Nueva York, la mejor compañía de ópera en Estados Unidos. Bajo la batuta de Andrew Davis, coro y orquesta brillaron en las marchas, la entrada del caballo en Troya y las pantomimas, entre otras escenas; y aportaron el empaque que la historia necesita, sin la afectación en la que a veces se cae en este tipo de dramas épicos. Hay que reseñar en este apartado la talentosa y cuidada interpretación del viento madera, casi un solista más de la ópera; y también el trabajo de las coristas femeninas, mesurado contrapunto emocional a la belicosidad de los cantantes masculinos, pero también dotadas de un marcado heroísmo, como en la emocionante y efectiva inmolación de las troyanas al final del segundo acto.

La célebre soprano dramática Christine Goerke es la Turandot de referencia en la actualidad, tras su triunfo en el Met la temporada pasada. La anchura y la oscura carnosidad de su registro bajo le permite cantar papeles voluminosos como esta Casandra de Los Troyanos que, en su voz, suena también ágil y dúctil. La soprano americana propone, así, una Casandra de alto voltaje dramático, sin dejar a un lado su característica musicalidad, como se puso de manifiesto en el magnífico dúo con Corebo (Lucas Meachem) del primer acto, que fue suyo por completo.

La soprano Susan Graham fue una Dido incontestable. Pese a una cierta tirantez en el registro más agudo, que fue remitiendo según avanzaba la ópera, dejó muestras evidentes de la madurez de su arte. Hizo suyo el escenario en el acto quinto, cuando ofreció una arrebatadora y subyugante encarnación de la reina Dido. La artista recorrió el abismo que va de la furia más colérica a la resignación más alienante, pasando por una fascinante gama de estados mentales, todos ellos creíbles y ponderados. Una verdadera lección de interpretación lírica.

El afamado barítono americano Lucas Meachem lució en su interpretación de Corebo la belleza de su timbre y la elegancia de su línea de canto. En su contra, echamos en falta una mayor empatía con la Casandra de Goerke.

El tenor americano Corey Bix tuvo que saltar a escena en sustitución de Brandon Jovanovich, víctima de una tos inoportuna que le impidió interpretar al héroe troyano Eneas. Bix tiene las notas necesarias para cantar el papel, pero no convenció en ningún momento por su falta de imaginación interpretativa, sus ataques dubitativos y calantes, así como la poca conexión entre su personaje y el resto de cantantes, manifiesta en los dúos con Susan Graham.

La mezzo alemana Okka von Der Damerau dejó una aquilatada Ana, dio la réplica son seguridad a la Dido de Susan Graham, y demostró una resiliencia y una técnica impecables, de perfecta mezzo dramática. El bajo barítono de Carolina del Norte, Bradley Smoak, por su parte, fue muy celebrado en su papel de Héctor, tras ofrecer su profecía envuelto en llamas, con un atractivo sonido, redondo y metálico.

Les Troyens. Foto: Stefany Phillips (Lyric Opera, Chicago)
Les Troyens. Foto: Stefany Phillips (Lyric Opera, Chicago)

La coreógrafa Helen Pickett debutaba en la Lyric Ópera con Los Troyanos, y propuso dos ballets que jugaban en claroscuro: Si para la pantomima que abre el acto cuarto, dibujó una danza nocturna, joven y desinhibida, para el ballet que precede al canto de Iopas, Picket creó movimientos públicos, galantes y acompasados. Ambos ballets compartieron la gracia creativa y el gusto estético de la coreógrafa, una de las más relevantes del país.

El poeta Iopas fue cantado por el joven tenor chino Mingjie Lei. La voz de Lei, de indudable pujanza, es mate y de timbre oscilante, aun por cuajar. El cantante recurrió con aseo al falsete en el aria O blonde Ceres, que cantó con una media voz que sonó amanerada y poco natural, pese al delicioso acompañamiento orquestal que le brindaba el maestro Davis.

La puesta en escena deparó sorpresas agradables que debemos mencionar con brevedad: El final del segundo acto hace caer una a una a las troyanas, que se suicidan al son de los arpegios de las arpas, para no terminar como esclavas del enemigo griego. El telón cae entonces sobre un mar de cadáveres, mientras la llama de una hoguera estimula la esperanza de fundar de nuevo Troya en Italia. El sueño de Dido, en el acto cuarto, comienza con la proyección de una cascada que va creciendo y se convierte en un vergel de un verdor insultante, que sirve de trasfondo perfecto a los solistas del ballet. Por otro lado, las protagonistas femeninas, Casandra y Dido, se sitúan a menudo en una posición elevada, lo que subraya su autoridad, y sólo descienden de ese ámbito cuando ceden al amor por sus respectivos guerreros. Ese juego de alturas se presenta como el eje de un vórtice creado por el escenario giratorio, que se arruina y se reconstruye sin cambiar de forma. La repetición de este recurso al escenario giratorio, como metáfora de la historia y el destino, es la única propuesta clara de una dirección escénica tal vez demasiado reduccionista. El escaso movimiento del coro fue decepcionante, así como el uso de un vestuario gris e insulso diseñado por Tobias Hoheisel, que desentonaba con el libreto y la música. Más allá de la efectividad aislada de los recursos ya citados, la propuesta visual de Tim Albery, que sitúa la acción en un época moderna, no satisfizo las expectativas que genera una ópera como Los Troyanos. Probablemente, lo peor de esta versión fue el final: los cartaginenses caen a tierra tras la inmolación de la reina Dido, mientras al fondo, en letras enormes se proyectaba la palabra Roma. La ocurrencia arruinó el final de la ópera, pues presentaba una ruptura sin sentido del tiempo dramático, se desentendía de lo musical, y difuminaba la inmolación de Dido y las ansias de venganza de su pueblo bajo un historicismo pretencioso y simplificador. Nos pareció, en suma, un final pedante y fuera de lugar, que motivó miradas de incredulidad entre el público de Chicago.

La Lyric Ópera está llenando el teatro con esos Troyanos, pese a la larga duración y la complejidad del título. Le deseamos suerte en su intento de recaudar apoyos para la necesaria renovación del teatro, que es propiedad de la Compañía, cosa rara en Estados Unidos. Por lo que pudimos ver en los descansos, a los responsables no les duelen prendas a la hora de convertir el foyer en un mercado persa, en el que los espectadores pueden comprar bocadillos o sushi, y convertir la tapicería de las escaleras en el mantel de una comilona impúdica que dista de la tradicional imagen de elegancia que se asocia a la ópera de Chicago. Ojalá el fin justifique los medios.

Carlos Javier López