El maestro condujo a unos excepcionales orquesta y coro del Palau de les Arts
En el programa «Velada española» del Palau de les Arts con la orquesta y coro titulares y la batuta de Miguel Ángel Gómez Martínez, tuvo la referencia de estos tres protagonistas y singularmente de la dirección clara con paladeados acentos y matices por doquier, contrastes en el tiempo y preciso manejo de los reguladores.
El intermedio de «El caserío» que abrió la velada, tuvo todo el carácter desde el 5/8 del zortziko, continuando por las numerosas melodías populares que Guridi escribió para dar contenido a esta página de riguroso paisanaje euskaldún y dio paso a un conjunto de dúos, romanzas, concertantes y fragmentos corales en los que el maestro granadino se ocupó de conceder al repertorio una sensibilidad y un preciosismo nada habituales en el género zarzuelil. Contó con una orquesta de seductor acento y calidad contrastada, triplicada en los arcos a las exigencias habituales y el excepcional y siempre eficaz coro del maestro Perales, que se permitió fraseos, asimismo inusuales, de primoroso esmero como en «La del Soto del parral» o «La chulapona (esmerada afinación seductora en «Ay madrileña chulapa, por fina y por guapa») casticismos pintureros en «El ultimo romántico» o «La Gran Vía» e intensidad expresiva en el remate del concertante del «Soto».
En cuanto a los solistas, Cristina Faus de bella voz, mostró maneras de dicción sugestivas con su pelín de gracia y escasa solvencia en el grave en el dúo de Aurora y Miguel en el que se creció el tenor Andeka Gorrotxategui, en un fragmento más idóneo para su cantar vehemente que en sus encarnaciones anteriores de José María y Don Fadrique en las que se lució poco por falta de mayor lirismo. El barítono Damián del Castillo estuvo mucho más solvente y aprovechable en el reciente Ping de «Turandot» que en cometidos zarzueleros que defendió, no obstante, con dignidad y apreciable cuadratura aunque con una proyección entubada en el agudo.
Fue en la segunda parte donde brilló especialmente la orquesta con una versión minuciosa de orfebrería con acentos de prosodia sonora, de la «Rapsodia española» de Ravel, con innumerables detalles de incorpórea sutileza. Primaveral y atmosférico el «Prelude» con un dúo de clarinetes y fagotes que patentizaron un céfiro que vino sugestionado por el divisi de los arcos en PPP tocando sobre el mástil, en una sonoridad inusitada. Una «Malagueña» de preciosismo rítmico que a través de reguladores dio paso al canto de corno y flauta. Tan solo, tal vez, echamos de menos algo más de contraste en el «tres animé». Poéticas sincopas en la «Habanera» y colorido rítmico en «Feria» (sin acentos populares baratos) resuelto tras el airoso dúo de flautas y flautines en un final brillante con una paleta cromática variada y rica en timbres.
Las dos suites de «El sobrero de tres picos» que cerraron la audición, presentaron un casticismo muy estilizado y mantuvieron la cota de sutilezas. Una elegancia repleta de matices paisajísticos a la Rusiñol en «La tarde», un aire popular sin folklorismos en la «Danza de la molinera», con un versado manejo de los reguladores de dinámica y un «Corregidor» picaresco, pero sin pantomima grotesca muy bien dibujado por el fagot. La trompa y el corno iniciaron la «Danza del molinero» que cantó el oboe, con un tiempo retenido en los tresillos del pesante, resuelto en el aire, con contrastes de dinámica crecientes en la acentuación final en los acordes de negras del compasillo. Muy diversificada de reflejos tímbricos, colores y ritmos la viva y pimpante danza final remató una versión en la que el españolismo de Gómez Martínez resultó, por encima de territorial tópico y típico, resueltamente europeísta, imaginativo, plástico en su depuración sonora y gallardo en su señorío.
Antonio Gascó