Tras la tumultuosa dimisión de su director artístico se levantaba el telón en Les Arts de Valencia un Don Carlo espléndido bajo la batuta siempre in crecendo de Ramón Tebar y la dirección escénica de Marco Arturo Marelli con un imponente Filippo II de Alexander Vinogradov que hizo sombra a un Plácido Domingo en momentos de poca brillantez.
Don Carlo no es de las óperas más populares ni atractivas de Verdi, si bien es de las más complejas óperas de su corpus creativo y en la que la psicología de los personajes está más desarrollada.
Seis grandes roles, tres partiquinos importantes, diez solistas en grupo, un coro inmenso en divisis y una orquesta enorme conforman los efectivos que junto a un número generoso de figurantes conformaran el espectáculo de casi cuatro horas que se nos ofreció en Les Arts con un dinamismo que no se hizo pesado ni en lo escénico ni en lo musical lo cual ya es un mérito a señalar en este tipo de ópera en el que se mezcla la leyenda negra con el drama romántico.
La escenografía del mismo director de escena, Marco Arturo Marelli, conformo una unidad que bajo un claustrofóbico cubo con huecos en forma de grandes cruces se disolvía y unía para dar espacio a las diferentes estancias de palacio, monasterios y exteriores que requiere la partitura. Este portentoso y a la vez simple armazón escénico era símil de la batuta del gran director valenciano Ramón Tobar que supo explorar los intríngulis de una partitura rica en matices y momentos tanto líricamente íntimos como el apoteósico Auto de fe que consiguió una ovación cerrada tras caer el telón.
Si comenzamos por este momento del Auto de fe las ideas de Marelli pueden ser discutidas al hacer que el coro dirija sus loas hacia Don Carlo como futuro rey justo en vez de al Felipe reinante como marca libreto y partitura pero la dramaturgia está construida con tanto acierto que nos convenció, como también fue todo un acierto convertir a la voz del cielo en una mujer del pueblo que canta su parte como una nana a su bebe ante el dantesco espectáculo de la quema de libros y herejes hasta que es detenida por los sicarios eclesiásticos.
Otro de los momentos acertados de alguien que es capaz de cambiar cosas pero con criterio es hacer ver que es Eboli quien da el joyero de la Reina a Felipe mientras descansa en su lecho Isabel mientras canta su gran aria el Rey Felipe. Pequeños detalles que conformaron una acción dinámica en la que tanto solistas como coro supieron enriquecer con sus prestaciones escénicas en una apuesta que supo mezclar vestuario de época con vestuario más actual sin chirriar.
Plácido Domingo se enfrentó al rol de Posa con valentía y dando a su personaje una madurez que a veces falta en barítonos más jóvenes sin embargo la parte musical fue bastante poco interesante con problemas de fiato y a veces descuidos de letra y lapsus musicales que no ayudaron a redondear un personaje quedando en aplausos de cortesía su gran aria de muerte.
Potente las dos intervenciones ocultas de Ruben Amoretti como frate-Carlos V. Gracioso y andrógino el Tebaldo de Karen Gardeazabal con una buena prestación vocal en su dúo del velo.
Marco Spotti ofreció un gran inquisidor terrorífico, lo cual es un acierto en esta partitura aunque en algunos momentos encontramos que un poco más de volumen y proyección hubiera podido favorecer sus intervenciones más visibles en el dúo con Filippo y en la rebelión del último acto.
La princesa de Eboli,Violeta Urmana, no convenció ni escénicamente ni en su prestación vocal, con momentos de clara fatiga y dificultad para el registro agudo como quedó patente en un agudo destimbrado y gritado de su aria Oh don fatal.
El tenor italiano Andrea Carè fue un Don Carlo excesivamente generoso en medios que le pasó factura en la última parte de este agotador rol. Un timbre rico, esmaltado, agudos con squilo exquisito que supo combinar con una actuación memorable y creible, apasionada y valiente que fue ensombrecida únicamente por algunas frases no bien resueltas.
María José Siri tiene a Verdi como uno de sus compositores fetiche, y si hace algunas semanas inauguraba la temporada del Liceu con la Amelia del Ballo, aquí lo hizo con una Elisabetta rica en matices, elegante en el canto y en el gesto, voz potente y de rica paleta expresiva que sabe conjugar el lirismo de los momentos amorosos en sus dúos con Carlo o en sus plegarías del principio y final de la obra. Tal vez lo único que se le podría criticar a esta soprano es una desigualdad de timbre en los diferentes registros de su tesitura que a veces enriquece para su interpretación pero muchas veces es algo que no aporta más que contaminación sonora con ciertos engolamientos en el registo grave.
Sin duda la estrella del espectáculo operístico junto con los directores de escena y musical fue el bajo Alexander Vinogradov que aunque ya era conocido por otras producciones en este mismo escenario nos enamoró con un Filippo caracterizado por una sobriedad y una elegancia digna del personaje que encarnaba. La voz de este bajo es aterciopelada, sin estridencias en los agudos y con unos graves tan seguros como rotundos. Su gran aria fue una clase magistral de lo que se entiende por legato verdiano y su dúo con el gran inquisidor o su dúo con Elisabetta o con Posa fue una lección de canto dramático, de dar intención a cada palabra con la justa entonación y color. Un placer sonoro y visual.
La orquesta de Les Arts mantiene una calidad admirable a pesar de que no deja de afectarla las ausencias de grandes solistas en sus atriles y las grandes batutas de otros tiempos que hacían de esta orquesta una referencia para el resto del país. Para esta ocasión volvió el que fue su solista de celo para hacer una interpretación que el que firma estas líneas nunca había escuchado en la introducción del aria de Filippo por su sonido redondo y melancólico, su rico fraseo y un arco que gemia de dolor con el personaje que acompañaba. Otra lección en este caso instrumental.
Sería injusto no ensalzar al coro de la Generalitat que este año ha cumplido 30 brillantes años de éxitos y calidad inmarchitable y para muestra su prestación en esta ópera de grandes momentos corales bien por cuerdas como en el caso de las mujeres en el acompañamiento del dúo del velo o los hombres como monjes al inicio o al completo en el resto de la obra. Contundencia, seguridad y musicalidad son los tres pilares de este coro ejemplar en el panorama de los coros profesionales de nuestro país.
Ojala que las autoridades políticas competentes sepan valorar lo que tienen en ese teatro, desde los cantantes a los que invitan a las fuerzas musicales estables del mismo, coro y orquesta, como a los maquinistas, y demás personal que desde su anonimato aunque como en esta ocasión salieran a saludar, hacen funciones memorables que más que entretener nos hacen pensar en nuestra historia, en nuestras psiques, en nuestras políticas, etc…ya que la ópera como “espectáculo total” va más allá de unos presupuestos o de unos criterios de claridad de contratos. Señores políticos la ópera es más grande que un despacho o unos votantes, abre mentes y corazones a experiencias grandes.
Robert Benito