Gran éxito de la producción de Sofia Coppola de La Traviata en Valencia, con vestuario de Valentino, Plácido Domingo como Germont y dirigidos por Ramón Tebar.
Con un público entusiasmado que aplaudió todos los números y que al final no se cansaba, quietos en sus butacas, tuvo lugar la representación de La Traviata de Verdi.
La dirección escénica de Sofia Coppola fue casi inexistente, de hecho ella no fue a prepararla sino su asistente Marina Bianchi. Los solistas camparon a su aire y el coro abarullado. El vestuario del modisto Valentino tampoco fue para tirar cohetes. Muy corriente el del coro y el de la soprano fuera de lugar. En el primer acto aparece Violeta como un pavo real –signo de la estupidez-. En el segundo con un vestido monjil y en el tercero, de rojo, con un polisón caído ridículo.
Vocalmente hubo de todo. La soprano letona que encarnó a violeta, Marina Rebecka posee una gran voz que sabe manejar con inteligencia y magnífica proyección, lástima que el personaje resultara distante. El tenor mexicano, Arturo Chacón-Cruz tuvo una actuación muy deficiente. Su voz sonó antigua, plana en el centro y calante en todo el registro. Plácido Domingo tuvo una velada magnífica como Germont. Su bello timbre y el fraseo son excelentes. Sin problemas de fiato y radiante en la zona aguda. El resto del reparto cumplio bastante bien.
El Palau de les Arts posee un coro y una orquesta formidables y volvieron a demostrarlo una vez más en esta representación.
Extraordinaria la dirección de Ramón Tebar, y eso que le precedían en esta ópera Lorin Maazel y Zubin Mehta. Se pudo escuchar una Traviata llena de matices y colores, con unos tiempos coherente y pendiente de los cantantes, sutilezas pocas veces escuchadas. Un maestro titular indiscutible e indispensable para un gran teatro de ópera que se precie.
Francisco García-Rosado