Guglielmo Tell. Rossini. Turín

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Teatro Regio. 11.Mayo.2014

El éxito de estas representaciones parte de la magnífica interpretación musical, mientras que la propuesta escénica de Graham Vick no consigue más que unos sonrisas forzadas en los espectadores. Se había visto ya en Pésaro el pasado verano y la reacción del público fue semejante pues la lectura de Vick, intelectualizada hasta dejar la historia en un alejamiento casi abstracto no toca las fibras más sensibles del público. Las estampas son, visualmente, bellas. La escenografía de Paul Brown lo es (bastante menos el diseño del vestuario, también firmado por Brown) y la iluminación de Giuseppe Di Iorio engrandece las preciosas perspectivas que logra con pequeños cambios de una escena a otra, hasta terminar con esa enorme escalera roja, como la sangre del pueblo que luchó por su libertad, que aparece fugazmente al final de la representación. Vick movió torpemente sus bazas y, aunque partiendo de un concepto potente y muy válido para el argumento de esta última ópera de Rossini, se perdió en detalles superfluos y hasta contrarios a la dramaturgia (la presencia de Arnoldo en el linchamiento de su padre deja sin sentido el que después tengan que contárselo). La coreografía de Ron Howell consiguió contar de forma más clara la historia al hacer que los aldeanos bailaran al capricho de los austriacos. En puridad tampoco es que la propuesta escénica fuese un descalabro, más bien pasó sin pena ni gloria por el escenario y en las futuras presentaciones que tiene el Teatro Regio de Turín en el extranjero (en Edimburgo en verano y después en algunas ciudades de Estados Unidos) lo hará en versión concierto.

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No se perderán de mucho y podrán concentrarse en la maravillosa partitura de Rossini y en la extraordinaria lectura musical de Gianandrea Noseda. Amalgama la masa orquestal con las voces con impresionante belleza y el alto nivel de orquesta y coro responden a la perfección. De los solistas destacó la musicalidad y el bello timbre de la soprano Angela Meade, en el personaje de Matilde, y la elegancia y brillante seguridad del tenor John Osborn en el ingrato papel de Arnoldo. El personaje que da nombre a la obra fue encarnado por el barítono Dalibor Jenis con soltura y apego a la ortodoxia pero un papelón como el de Guglielmo Tell requiere mayor autoridad para darle el acabado perfecto. De la larga lista de personajes comprimarios destacó el tenor Mikeldi Atxalandabaso (Ruodi el pescador) que con su canción del inicio del primer acto ya entregaba la estafeta en elevado nivel y el bajo Mirco Palazzi (Gualtiero Farst). La obra se presentó en la traducción italiana (de Calisto Bassi, restaurada por Paolo Cattelan) en cuatro actos. Lo importante de este resurgimiento de la última ópera de Rossini es poder constatar que el Cisne de Pésaro cerró su carrera operística, por decisión propia, con una obra maestra de principio a fin.

 

*Federico FIGUEROA.