Harmonia del Parnàs abre en Castellón el ciclo de actividades de la Sociedad Filarmónica

Harmonia del Parnàs
Harmonia del Parnàs

No fue abundante la presencia de público en el concierto de Harmonia del Parnàs, que abrió en el Auditorio el ciclo de actividades de la Sociedad Filarmónica. Es evidente que ha habido un receso en los abonos de la casi centenaria sociedad y también que las preferencias de la asistencia se circunscriben a las grandes estrellas (en el caso de solistas) o a las orquestas sinfónicas, con programas muy de repertorio. Es lástima porque la música, gracias a Dios, es mucho más que eso y tiene atractivos en composiciones, que no por ser poco conocidas dejan de tener interés en periodos muy distintos. Ese fue el caso de las partituras ofrecidas por la agrupación que dirige la clavicembalista y musicóloga Marian Rosa Montagut que nos hizo revivir un ramillete de piezas  castizas y sandungueras en las que la jácara, la tonadilla, el bolero…. y otras invenciones populares se italianizaban por la influencia de la ópera de los Pergolessi, Scarlatti y aún el gluckiano Traetta, y la miscelánea buffa napolitana.

El historicismo del repertorio, (por cierto muy grabado, aunque no lo sea por sellos de ecuménico reconocimiento) nos hizo revivir los tiempos de los teatros del Príncipe y de la Cruz con las diatribas de chorizos y polacos tan genuinas de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando Carlos III abandonó los reinos de Nápoles y Sicilia y se vino a gobernar a España, a la muerte de su hermano Fernando VI. Viene a cuento este exordio por la dicción de época que instrumentistas y cantantes ofrecieron, en las que lució tanto el fraseo del canto ornamental y lirico de influencia italiana, como el casticismo de lo que podemos considerar precedente de la zarzuela, con fragmentos en los que las partes musicales se alternaban con las cantadas. Se ha estudiado a conciencia la dicción del momento y las versiones patentizaron, precisamente, ese estigma en el que el gracejo o el sentimiento fueron expresadas con toda propiedad merced a las voces de dos experimentadas intérpretes de ese repertorio, como son la soprano Ruth Rosique de lírica y radiante emisión y la mezzo Marta Infant poseedora de un amplio registro que le permitía ágiles arpegiaturas sin perder la amplitud y consistencia de un registro grave. Ambas tuvieron muy presente la propiedad de las partituras, con individualización identificativa de cada una de ellas como el belicoso dúo de Sebastián  Durón: «Pues arma, pues guerra!», al gracejo de las piezas de las zarzuela «Acis y Galatea» de Antonio Literes compañero de afanes del anterior o «Viento es la dicha de amor» de José de Nebra o «La fontana del placer» de José Castell, en el que como ya era habitual en la zarzuela desde el siglo XVII, se alternaban textos hablados con otros cantados. Ambas intérpretes dieron, al par de una bien establecida musicalidad y criterio interpretativo, propiedad a cada una de sus lecturas. Fue interesante el percibir, que sin perder la postinería de muchas de las obras (a la vista está que de «La fandanguera» de Durón nació la introducción de la popular «Malagueña» de Ernesto Lecuona) no faltó el lirismo a la italiana que desde tiempos de Monteverdi, se había extendido por toda Europa, (sirva el ejemplo de la bucólica «Mísera pastorcilla» de Corradini) ni tampoco las arias de bravura («Nicandro infiel» del mismo autor) preñadas de coloraturas que tanto aplaudían los públicos de los teatros del viejo continente en el siglo de las luces y que tanto influyeron en nuestros compositores de época entre ellos el valenciano Martín y Soler, en estos días tan reivindicado.

Y si elogiables fueron las voces no menos lo fue el conjunto instrumental, con acentos y sonoridades de época, riqueza de matices, con sonoridades de época, acoplándose a la dicción de las cantantes y al tiempo creando atmósferas individualizadas que caracterizaban el carácter de todas y cada una de las piezas. Desde el clave Marian Rosa se ocupó de armonizar el conjunto y establecer estos criterios interpretativos.

En suma un sugestivo concierto que unió a su atractivo la precisión del retrato cultural de un tiempo en el que el casticismo fue patrimonio tanto del pueblo como de la nobleza y si no que se lo pregunten a Bayeu o a Goya, a de la Cruz o a Moratín.

Antonio Gascó