Acostumbrados como estamos a encontrarnos una y otra vez con remozadas visiones históricas de las mismas vidas de los grandes protagonistas de la historia de la música clásica, normalmente muy sesudas, documentadas y difícilmente amenas, es toda una sorpresa que alguien se haya atrevido a hacer una propuesta tan original como nos trae Alberto Zurrón en este primer volumen de lo que ha llamado Historia insólita de la música clásica.
La idea del autor es recorrer esas anécdotas que se han ido sucediendo a lo largo de la historia música pero intentando que no se convierta en una sucesión de chascarrillos más o menos divertidos sino ensamblarlos a modo de historia alternativa, centrándose en cómo estos hechos han contribuido a la creación general de la música clásica.
Siendo esta la base a continuación el libro se estructura en una serie de capítulos que aúnan este tipo de anécdotas por temas comunes; por ejemplo, en Memorias de elefante en cuerpos de primate se agrupan todas aquellas referidas a las grandes memorias de algunos compositores o intérpretes, dividiéndola entre simples recuerdos, dirigir sin partituras, etc; o en el ilustrativo Yo colecciono fobias .. ¿Y usted? donde el autor recopila aversiones de todo tipo, desde otros músicos (Wagner es la estrella) hasta camerinos cerrados por dentro, giras a Londres, ruidos o todo tipo de supersticiones.
En todos ellos Zurrón empieza el epígrafe con una especie de introducción en la que introduce el tema de manera ingeniosa, tal es el caso de Estrenos envenados en el que se puede ver gráficamente la forma en que lo introduce, desde lo general a lo particular y jugando con la metáfora:
“El veneno es el veneno. Para algunos un brutal repelente; para otros un atractivo adictivo, sobre todo en la boca de un tercero. En grandes dosis, a los músicos, como a cualquier otro mortal, les llevaba a la tumba; pero en dosis pequeñas les llevaba a un estreno, y si lograban superarlo sin accidentes coronarios o autolíticos, fuera cual fuera el resultado, salían reforzados de la manera que pronosticaba Nietzsche: si un estreno no te mataba te hacía más fuerte. Pero también lo hacía los críticos, que los de entonces eran de aúpa, dotados de una letalidad innegociable que perfeccionaban en sus columnas periodísticas con el ánimo de centellear en el firmamento de la polémica y no tanto en el firmamento de lo estrictamente musical, rivalizando entre ellos y utilizando los estrenos como un cuadrilátero donde ensayar sus mejores golpes.”
Es encomiable el esfuerzo del autor en hacer estos comienzos al principio de cada capítulo para a continuación mostrarnos curiosidades de toda índole, por poner un simple ejemplo, en el siguiente párrafo asistimos a dos debilidades del gran heldentenor Lauritz Melchior: las timbas de cartas y las siestas improvisadas:
“Al gran tenor wagneriano Lauritz Melchior le tiraba tanto lo de jugar a las cartas que en más de una ocasión se le vio desplazarse imperceptiblemente en el escenario hacia las candilejas cuando las grandes representaciones wagnerianas le obligaban a permanecer de pie largo rato, seguramente para hacer timba con los tramoyistas, que le esperaban en algún cuartucho. […] En una representación de Tristán e Isolda la cosa se le fue de las manos. Hacía el papel de Isolda la soprano Kirten Flagstad cuando, extática en pleno Liebestod, advirtió horrorizada no que Tristán estaba muerto (algo previsible), sino que Melchior estaba dormido, y roncando, por añadidura, por lo que tuvo que darle un meneo para devolverlo a la vida real.”
El último capítulo, el significativo De Manías, obsesiones y excentricidades: la traca final es expresión viva de los problemas que encuentro a un libro que se basa en una sucesión de hechos más o menos divertidos-anecdóticos sin una estructura clara:
“No se me ocurre mejor forma de alumbrar el camino de salida que invitándoles a una traca final, remate habitual de las fiestas donde ha habido fuegos de artificio, fascinación y buen humor, ingredientes segundarios que me he preocupado de aunar en este libro, junto a otros muchos ingredientes principales. En cierta forma, el presente capítulo-epílogo es una suerte de vaso comunicante, un llamativo furgón de cola que circula con las puertas posteriores abiertas, exhibiendo impúdicamente todo lo que no ha sido dicho hasta ahora. A poco que sacudamos el mantel de singularidades biográficas las migas llegan hasta el siglo XVI, lo que quiere decir que la historia de la música es una merienda de negros que ha servido para engordar la leyenda de muchos y arrojar luz para descubrir la dimensión real de claroscuros biográficos que sólo pueden y deben despejarse manipulando el interior de los hombres mientras se deja intacta su obra.”
Es lógico que, según pasan las hojas, la fatiga influya en su capacidad para realizar las metáforas y comparaciones empezando a transitar los lugares más comunes (traca final, furgón de cola, merienda de negros) todo muy manido, muy utilizado; reconociendo lo ingenioso que es el autor y los esfuerzos para serlo, la mitad final del libro se hace cuesta arriba por la repetición de fórmulas. Un hilo continuador habría ayudado también, pero todo parece deslavazado en apariencia. A pesar de todo, estamos ante una lectura tremendamente entretenida que desmitifica la imagen que tenemos de muchos de nuestros músicos e intérpretes favoritos y eso siempre es refrescante, una visión diferente de la historia de la música.
Mariano Hortal