El Holandés errante en Madrid: un Wagner 2.0

El Holandés errante en Madrid
El Holandés errante en Madrid

Mi relación con la Fura no empezó con buen pie hace ya unos (pocos) años, se trataba del mismo teatro y de un montaje que intentaba «innovar» de alguna manera a nuestro querido Mozart y su Flauta mágica; fue un horror de proporciones cósmicas que destrozaba la ópera en su parte musical y en el libreto y que se quedó en muchas pretensiones y poca renovación. El montaje que nos trae Alex Ollé en esta ocasión para la primera de las grandes óperas wagnerianas es, sin embargo, todo un Wagner 2.0, un montaje del siglo XXI que me reconcilia con ellos definitivamente.

La propuesta del componente de la Fura dels Baus es aparentemente sencilla: la proa de un barco gigantesco (o sus restos más bien) que cubre la escena prácticamente en su lado derecho,; al lado una especie de dunas, en una superficie que puede funcionar como un mar o como tierra firme según los efectos de luces que manejen. Sin embargo, la escena nunca es estática, el barco aparece tapado al principio del todo y según va pasando la ópera se va desmenuzando pieza a pieza gracias a unos incansables trabajadores que no estorban para nada la acción dramática. También aparece una increíble escalera de pendiente abrupta que sirve para que se bajen al principio los tripulantes, más tarde, según se despiece no hará falta este recurso ya que bajan del esqueleto del barco. Gracias al increíble juego de luces de Urs Schönebaum el barco puede pasar a ser el fantasmal del Holandés o las olas de un mar embravecido se convierten en una playa soleada. Todo suma, todo contribuye a la acción con una dirección escénica cuidada y espectacular. El comienzo del tercer acto es el culmen de toda esta parafernalia: las luces espectrales, el cambio de posición del barco (que desaparece ante los ojos del espectador), la distorsión de las voces del coro de fantasmas y su amplificación posterior (no me convence este tratamiento pero reconozco que funcionó en el conjunto) originan una escena espectacular, que roza lo épico en una escena terrorífica y sobrecogedora. El final, en cambio, nos tranquiliza y está en perfecta consonancia con la paz que respira la música de Wagner en el sacrificio final de Senta. Sinceramente, un verdadero logro.

El Holandés errante en Madrid
El Holandés errante en Madrid

Decía un compañero crítico no hace mucho que a Pablo Heras-Casado hay que exigirle todo por sus tremendas condiciones y estoy bastante de acuerdo, siempre voy con las mayores expectativas, todavía recuerdo con verdadero deleite su War Requiem el año pasado y no espero menos. Me temo que su lectura no llega todavía a la excelencia en este partitura, aunque también es posible que las circunstancias de ayer no ayudaran demasiado a lo musical. No deja de ser extraño ver actuar a un cantante que no canta, Evgeny Nikitin sufría una afección vocal y se decidió que cantara Thomas Johannes Mayer en una esquina mientras el principal actuaba. Teniendo un segundo reparto resulta una solución bastante extraña que, sin lugar a dudas, fue un lastre a pesar de los encomiables esfuerzos de Mayer al que poco se le puede reprochar en una tarea tan difícil como esta. Heras-Casado tuvo muchos problemas para equilibrar algunos de los momentos que se dieron, sobre todo el dúo final de Erik y Senta y el tremendo tercetto de los dos anteriores con el holandés. Su obertura tampoco estuvo a una gran altura, su habitual temple me resultó apresurado al leer algunos pasajes de la obra y no recibió gran ayuda de los metales que no tuvieron su mejor día precisamente. Aún así, y con todas las dificultades, auguro un futuro mejor, confío en su habilidad para sacar todo el jugo de esta pequeña maravilla. El coro, afortunadamente, sí contribuyó al conjunto orquestal, sus números fueron épicos; muy reseñable el trabajo de mezzos y sopranos en toda la escena de las hilanderas, cantado con delicadeza e intensidad. Apabullante fue la prestación de todos los cantantes en el fabuloso comienzo del tercer acto.

En lo vocal podría haber titulado esta crítica como «Senta, sola ante la adversidad», gran trabajo el de Ingela Brimberg desde su excepcional (y enrevesada) balada, una pieza en la que más de una soprano ha sucumbido miserablemente; llena de fuerza en sus tres estrofas iniciales, plena de afinación y tratada con gran lirismo en su conclusión. No sólo brilló ahí, sino a lo largo de la toda la ópera, con especial poderío en el tercetto final y el dúo con Erik, lástima que sus compañeros no estuvieron a la altura, especialmente el infame Erik de Shukoff, el problema con Mayer fue más debido a la lejanía de su voz por estar fuera de escena. Lo de Nikolai Shukoff fue la crónica de una muerte anunciada, estuvo tan tirante en su papel durante toda la obra que se veía venir que podía romperse en cualquier momento (como sucedió); da la impresión de que su voz (muy pequeña), estrangulada en los agudos, llena de tiranteces todo momento, no se acomoda a lo que necesita este papel, sorprende especialmente que siga haciéndolo porque me consta que ya se ha roto alguna vez más en estas funciones y denota una falta de profesionalidad que se acerca al absurdo. No me desagradó el Daland de Kwangchul Youn, un cantante con medios vocales interesantes aunque no supo impregnar de nobleza a su papel, especialmente en su monólogo, no fue lo peor de la noche desde luego. Correctos los cortos papeles de Kai Rüütel como Mary y de Benjamin Bruns como el Timonel.

Parece mentira, pero a este Holandés lo ha salvado especialmente la escena, todo un lujo que se puede disfrutar todavía. No pierdan ocasión de hacerle un hueco en sus vidas.

Mariano Hortal