Marie-Eve Signeyrole nos trae una puesta de escena de Don Giovanni en la que explora la relación entre público y artista, bebiendo de los recursos de la performance.
Una ópera tan conocida y celebrada como el Don Giovanni de Mozart es siempre difícil de representar. Si se elige ser totalmente fiel al original, sin cambios en los recitativos y con una puesta en escena clásica, se corre el riesgo de ser comparado con un sinnúmero de precursores. Además, su protagonista ha sido analizado desde tantos puntos de vista que aún manteniéndose al margen de la tradición operística no es fácil aportar algo nuevo al análisis del arquetipo donjuanesco. En lugar de buscar una nueva lectura de la obra y el personaje, Marie-Eve Signeyrole ha decidido traer ambos a su terreno, aprovechando esta representación en Estrasburgo (Opéra National du Rhin, OnR) para construir todo un homenaje al mundo de la performance artística. Está claro que podría haberlo hecho con cualquier otra obra, pues su homenaje se encuentra bastante desligado de la figura de Don Giovanni, pero en cualquier caso el experimento es interesante y el resultado, muy sólido.
Signeyrole explora la relación del público con la obra a través de la interacción directa con él. Hace ya unos meses, la OnR envió un email a los abonados a su boletín de noticas para buscar a gente que quisiese subir al escenario de Don Giovanni. El público, o parte de él, se convierte así en un personaje de la ópera, camuflado entre los artistas profesionales. Este camuflaje es una parte importante del diálogo que Signeyrole quiere establecer. El no tener clara la distinción entre público y profesionales crea una sensación de malestar en el resto de los espectadores, que no sabe quién está al corriente de lo que va a ocurrir en escena. La mayor parte de las interacciones con el público que está en el escenario dan lugar a situaciones incómodas, como en muchas performances artísticas. Varias de las escenas están directamente inspiradas en las obras de la artista de performance más mediática, Marina Abramović. La ópera se abre con una mesa llena de objetos a utilizar sobre Don Juan, algunos de ellos peligrosos, tal y como propuso Abramović en Rythm 0 (1974). Claro que aquí son usados bajo las indicaciones de Leporello, que hace de maestro de ceremonias, indicando a los infiltrados del público qué objeto tienen que tomar en qué momento. Descartado estaba el dar lugar a que el público dejase a Don Giovanni como a la pobre Abramović, menos cuando la música suena y el susodicho tiene que cantar. Al mismo tiempo, Don Giovanni está hieráticamente sentado en una silla blanca, con otra vacía enfrente por la que van desfilando mujeres, tal y como ocurría en The Artist is Present (2010), la performance que acompañó la retrospectiva de la artista en el MoMa. En ella, los asistentes podían sentarse uno a uno frente a la artista, que los miraba impasible. A todos excepto a Ulay, antiguo amor de Marina, ante el cual no pudo contener las lágrimas. Los artistas, incluso los de performance, también tienen su corazoncito, y el amor no siempre sienta bien al arte. Precisamente con Ulay hizo en 1977 aquella también célebre performance en la que ambos se colocaban desnudos a los lados de la estrecha entrada de una exposición, obligando a la gente a restregarse con sus cuerpos. Aunque no está indicado en el libreto, todo apunta a que Signeyrole se ha inspirado también de esto cuando envía a figurantes desnudos a pasar entre los asientos del público en escena al final de la ópera.
Pero quizás la situación más incómoda es la que sufren los asistentes a la cena que organiza Don Giovanni. Éste se presenta con el torso desnudo y caminando y gritando como un simio, molestando a los presentes. La idea es muy buena, aunque un calco de la escena principal de la película The Square (2017), de Ruben Östlund. Al menos esta performance sí que tiene que ver más que el resto con el personaje de Don Juan, presentando sus conquistas como motivadas por sus instintos más básicos. Es una pena que se pierda así la dimensión poética de hombre absurdo, perseguidor de lo absoluto, que le otorga Camus en El mito de Sísifo. Pero bueno, allá cada uno con su interpretación y, de todas formas, no está de más ridiculizar en estos tiempos que corren a una figura como Don Juan, que muchos ven como un arquetipo de machismo.
Otro recurso que explora profusamente Signeyrole es el vídeo en directo. Durante casi toda la obra, diferentes cámaras, algunas móviles y otras estáticas, van tomando primeros planos de los personajes que se proyectan al fondo de la escena. El uso de la luz frontal y el acercamiento de la cámara recuerdan al videoarte de películas caseras. Es simpático el momento en el que la cámara se cuela en las tramoyas para grabar a los artistas cambiándose, apresurados. Quizás Signeyrole quiera sugerirnos lo difícil que es para un Don Juan escapar a las miradas reprobatorias ajenas. El vídeo en directo se complementa con una composición en el segundo acto, pieza de videoarte en sí misma, en la que se muestra una orgía de caricias con mucha más ternura que erotismo.
Es difícil, como ven, el centrarse en el análisis de la ópera en sí, tan variados son los recursos que Signeyrole utiliza en su homenaje a la performance. De hecho, tan poca atención se puso a la música en un primer momento que el director musical, Christian Curnyn, tuvo que dimitir tras los abucheos recibidos en las primeras representaciones y las quejas de la tan profesional Orquesta Filarmónica de Estrasburgo. El poco tiempo que lleva estudiando a Mozart, tras pasar toda su carrera centrada en la música barroca, no ha sido suficiente para ofrecer un Don Giovanni que satisfaga al público estrasburgués y que tenga la energía suficiente como para adaptarse a una puesta en escena tan espectacular. Andreas Spering sustituyó a Curnyn, ya en la representación a la que nosotros asistimos, ofreciendo una actuación más a tono con las exigencias de una ópera tan icónica.
En lo que respecta a los intérpretes, destaca el dúo constituido por Michael Nagl (Leporello) y Nikolay Borchev (Don Giovanni), sobresaliente en sus habilidades dramáticas, tan necesarias para esta puesta en escena. Ambos tienen una voz potente y con cuerpo, capaz de proyectarse por encima de la orquesta aún en medio de las cabriolas y posiciones incómodas que Signeyrole les obliga a adoptar. Otra buena muestra dramática es la que nos ofrece Sophie Marilley, una Donna Elvira histérica y pasional, con una voz temperamental y sonora, aunque a veces sea demasiado estridente en los agudos. El más equilibrado es quizás Alexander Sprague (Don Ottavio), con un legato finísimo y una delicadeza notable. Su pareja, Jeanine De Bique (Donna Anna), lo complementa excelentemente con unos timbres carnosos, especialmente cuando recorre la gama, y una potencia envidiable. Patrick Bolleire encarna a un Comendador de voz profunda y temible al que le sienta muy bien el traje de barman de El resplandor (1980). Finalmente, Anaïs Yvoz (Zerlina) y Igor Mostovoi (Masetto), se revelan como una pareja notable como artistas asociados a la Opéra Studio de la OnR.
En definitiva, Signeyrole ha decidido en esta producción acercar la ópera de Don Giovanni a su propia obsesión sobre la relación entre público y artista, tomando como modelo elementos del mundo de la performance. En este experimento, que podría adaptarse a cualquier otra obra, no explora con la profundidad que podría el personaje protagonista, pero, sin embargo, el resultado es un espectáculo sorprendente y divertido, sólidamente apoyado en unos buenos intérpretes que aseguran el buen desarrollo de la parte musical. Un magnífico cierre de temporada que, desgraciadamente, no ha podido ser disfrutado por Eva Kleinitz, fallecida el pasado 30 de mayo. Última directora de la OnR y toda una personalidad en el mundo de la ópera europea, que ha sido responsable de numerosos cambios en la OnR estos dos últimos años, entre ellos la creación del festival Arsmondo.
Julio Navarro