El sábado, 22 de octubre, Aeterna Musica ofreció un nuevo concierto de la serie Barroca Aeterna. El título del concierto, Dulce tormento, presentó obras del barroco temprano en homenaje al famosos castrato Baldassare Ferri. La interpretación estuvo a cargo del contratenor José Hernández Pastor y el laudista Manuel Minguillón.
Con el título Dulce tormento, el concierto conmemoraba la figura de Baldasare Ferri, un famosísimo cantante de Perugia que fue el primer gran ídolo entre los castrati, reclamado en todas las cortes europeas de la época y que provocaba en el público un desenfrenado entusiasmo semejante al de las actuales estrellas de la canción. El concierto se celebró en el acostumbrado y espectacular marco de la Iglesia de las Mercedarias Góngoras de Madrid, un edificio por cierto prácticamente contemporáneo de Ferri, que contribuyó al éxito del evento con su excelente acústica y la belleza de su sobria decoración barroca.
Ni el título del concierto, el oxímoron Dulce tormento, ni la evocación del castrato Ferri eran casuales, ya que se trataba de un repertorio de piezas contemporáneas del cantante, cuya temática mayoritaria era el amor contrariado y escritas por compositores italianos entre los siglos xv y xvii (Giulio Caccini, Girolamo Frescobaldi, Claudio Monteverdi, Tarquinio Merula, Giovanni Felice Sances, Francesco Cavalli y Antonio Cesti). Las letras iban desde la esperanza amorosa a la indignación contra el rival, el lamento del abandono, la aceptación del fracaso o la asunción de la pérdida. Les puso emocionada voz el magnífico contratenor, José Hernández Pastor, acompañado soberbiamente al archilaúd por Manuel Minguillón. Alternando con las piezas cantadas, Manuel Minguillón ofreció en solitario piezas para archilaúd de Arcangelo Lori, Alessandro Piccini, y Giuseppe Antonio Doni.
José Hernández Pastor consiguió revivir el entusiasmo que en su día produjera Baldasare Ferri. Es un intérprete excepcional, con una magnífica voz, una increíble técnica y una inmensa sensibilidad. Conoce muy bien la música de la época, y sabe transmitirla con rara habilidad al público de hoy. Domina las intensidades, lo que le permite pasar de una considerable potencia a casi imposibles pianísimos, plenos de melancolía contenida. Logra de este modo que el dramatismo de las piezas no llegue nunca al exceso y que cada interpretación suene como la expresión de sentimientos auténticos, dentro del sentido platónico que los músicos de la época conferían al fracaso amoroso, como medio de lograr una elevación del alma. En especial, el lamento di Apollo por la transformación de Dafne en laurel, de Cavalli, llevó al público a una intensa emoción estética. El intérprete supo además entreverar la melancolía de las obras musicales con un cierto sentido del humor en las breves explicaciones con que las presentaba.
Por su parte, Manuel Minguillón contribuyó a la gran fiesta musical con su magnífico conocimiento del instrumento y su capacidad de improvisación –pues es sabido que a menudo los acompañamientos de los cantantes no pasan de estar sugeridos en las partituras y que el intérprete debe crear su propia melodía sobre la marcha, un poco a la manera en que luego lo haría el jazz–. Minguillón supo sacar excelente partido de las grandes capacidades del instrumento desde los solemnes graves a los chispeantes agudos. En sus interpretaciones en solitario mostró un gran virtuosismo para afrontar piezas en las que los compositores no escatimaban alardes de habilidad técnica. En aquellas en las que acompañó a Hernández Pastor logró una enorme compenetración con la voz, una excelente combinación de timbres y tempos. También Minguillón deleitó a la audiencia con breves y atinadas explicaciones.
Por encima de cualquier otra calificación, creo que lo que mejor define a la actuación de los dos intérpretes es una emocionada elegancia, en el mejor de los sentidos. Ambos supieron crear con su interpretación y con sus breves y pertinentes explicaciones una gran complicidad con el público, cuya inmensa satisfacción se puso de manifiesto en los prolongados aplausos que les dedicaron.
Alberto Bernabé