El pasado día 19 de noviembre, el Salón Dorado del Teatro Colón de Buenos Aires recibió la serena invasión de un público muy representativo de la música y de las artes de Argentina. Ese podio del Colón fue el sitio elegido para rendir homenaje a una grande de la musicología. Ella es la Doctora Emma Garmendia que, en esta vida hubiese cumplido noventa años.
Es imposible separar mis recuerdos personales al comentar el gran acto realizado. Conocí a Emma Garmendia cuando ella ocupaba el decanato de la Facultad de Música de la Universidad de Rosario. En tanto yo me desempeñaba en la función pública, en el área de la cultura en la misma ciudad. Muy pronto se creó entre nosotros un halo comunicativo de amistad y de afecto. Con ella y su marido, el pianista Efraín Paesky y Presidente del Consejo Interamericano de Música con sede en Washington D.C., hemos estado vinculados a lo largo de muchísimos años.
Emma es la fundadora del Latin American Center for Graduate Studies in Music. Está dentro de la prestigiosa “The T.Rome School of Music” de Washington D.C. Hasta allí viajé desde Buenos Aires en cinco ocasiones. Fui su profesor visitante y participé en los cursos de la Dra. Garmendia. La música autóctona, la folklórica, la llamada culta y la popular, fueron objeto de estudio a lo largo de inolvidables clases. Otro de los grandes musicólogos contemporáneos, el Dr. Robert Stevenson, me confió en una ocasión, que él pensaba que únicamente un ser de otro planeta, con las cualidades y la formación necesarias para darse sin límites como Emma, podía estar en condiciones de llevar adelante el prodigioso emprendimiento del Centro creado por ella .
Sé que he sido un discípulo de una grande y comprobé cómo hasta los ventanales de su despacho llegaba el palpitar de la primavera o el crudo invierno del hemisferio norte. La ví trabajar en aquel Centro y volví a valorar, con sus enseñanzas, la riqueza de la música latinoamericana y a juzgarla libre de prejuicios culturales.
Emma Garmendia condujo en sus alforjas la formación musical recibida en la Universidad de Tucumán y ostentó siempre con orgullo su primera licenciatura. Más adelante, sus estudios doctorales la llevaron a Indiana University para obtener el Master of Music ,y más tarde, defendió su tesis en Catholic University of America, de Washington D.C.. Su investigación fue sobre “La utilización de la vidalita, la milonga y la huella en la obra pianística de Alberto Williams”. Este compositor argentino expresó en una de sus obras y con su gran autoridad: “La proposición que reza “el arte no tiene patria”, y que frecuentemente se cita con anxiomática solemnidad, no tiene a mis ojos asomo alguno ni visos de verdad. Creo a pie juntillas que no hay arte sin patria”.
Emma Garmendia profundizó en la inmensa riqueza de la llamada música latinoamericana. No dejó atrás su evolución desde el descubrimiento de América hasta nuestros días. Por eso, en sus clases infundió en todos sus discípulos la necesidad de revalorar la música de los períodos históricos llamados hispánico, de la independencia, del nacionalismo y del siglo XX. La Dra. Garmendia no desdeñó sus ideas y todos comprendimos, de una vez para siempre, que no es posible dar a la música de nuestros países la calificación de folklórica cuando quizá se trata de música culta, ni se puede aplicar el término de popular a la que no lo es.
El aula del Latin American Center escuchó una y otra vez las explicaciones didácticas de la musicóloga. Cómo no mencionar entonces su relato sobre el hecho histórico del 7 de marzo de 1808, cuando la Corte lusitana desembarcó en las costas de Río de Janeiro. Hasta allí llegaron quince mil personas y, entre el trajinar de unas y otras, pasó el rico tesoro que habían traído mujeres y hombres desde Lisboa. Eran personas de letras, científicos, artesanos, bibliotecarios, músicos, ceramistas, mujeres y hombres cultos y personas sencillas. Los músicos se habían formado junto a los grandes maestros de Italia. Brasil diferirá en el idioma, en la composición racial, en su cultura, en su historia. La Dra. Garmendia no dejó de señalarnos los elementos indígenas, portugueses, españoles y africanos.
La formación profunda de Emma Garmendia y la sencillez de su vida, con su don de gentes, le permitieron saber opinar y saber escuchar. No fue un ser inalcanzable. Quizás, con su buen humor a flor de piel, supo pasar de una conferencia muy académica a la sencilla ejecución a primera vista, de una obra en el piano.
En el homenaje a Emma Garmendia en el Teatro Colón, la audición de algunas partes grabadas del “Requiem de Guerra”, de Benjamin Britten, nos llevaron a recordarla de inmediato. Era para ella una obra muy entrañable. Es una obra sobre el texto de la Misa de Difuntos y textos de Wilfred Owsen. Emma la había atesorado en su corazón y conocía bien la partitura para orquesta, coro y coro de niños con tres solistas, una soprano, un tenor y un barítono.
En la versión grabada, la Orquesta Estable del Teatro Colón dirigida por el Maestro Guillermo Scarabino luce espléndida. Scarabino es un director de fuste y su presencia como director huésped en más de cuarenta organismos sinfónicos internacionales, le dan la solvencia necesaria para la preparación y la ejecución de esta obra de Britten. El coro estable y el coro de niños del Teatro Colón, aparecen espléndidos. Los niños con sus voces blancas, dan al Ofertorio de la Misa un encanto grande. Es cuando cantan el “Domine Jesu Christe” (Señor Jesucristo) o cuando funden sus voces en un coro mixto para expresar el “Requiem Aeternam” y “Requiescant in Pace”. La soprano Tamara Wilson, el tenor Enrique Foger y el barítono Víctor Torres, son unos solistas excepcionales.
El Prof. Chistian Lauría comentó aquí, la versión ofrecida en el Teatro Colón, en la temporada 2013. Me permito recordar lo que escribió con su gran autoridad. “La formación orquestal que requiere de un ensamble solista al que se suma la orquesta, el Coro, el Coro de Niños, una soprano, un tenor y un barítono, son utilizados con tal acierto que es muy difícil no recibir el impacto más allá del contenido religioso que, casi estamos tentados de afirmar, pasa a segundo plano, frente a la humanidad del drama. La obra se proyecta así desde el pasado al futuro dejando constancia del ayer pero llamándonos a la reflexión sobre el hoy y el mañana”. Los artistas suelen decir que ellos expresan sus sentimientos por medio del arte. Por eso no siempre los manifiestan por otros medios. En este caso, el público del Colón pudo escuchar también a cada uno de los “atletas” de la versión de Britten. Todos ellos recordaron a Emma Garmendia con afecto y emoción. En su memoria se habían brindado para ofrecerle su homenaje. El DVD que recoge el “Requiem de Guerra” es de carácter privado y está magníficamente.
Roberto Sebastián Cava