I Capuleti e i Monteccchi supone el penúltimo título de la temporada de ópera en Oviedo. Una producción en la que ha destacado sobre todo la belleza plástica de la escenografía y el trabajo de la soprano Patrizia Ciofi. Ha supuesto además el descubrimiento en Oviedo del joven director Giacomo Sagripanti, pero, lamentablemente, esta ópera también será recordada por la falta de educación del público asistente al estreno.
Alessandro Camera plantea una escenografía para I Capuleti e i Monteccchi en Oviedo de gran impacto visual, dando vida a los cuadros de un museo que representan las diferentes escenas de la ópera belliniana. La gran belleza plástica y el enorme trabajo y compromiso de todos los integrantes de la producción en sus congelados, sirvieron para elevar una propuesta escénica dirigida por Arnaud Bernard que, sin embargo, en cuanto a dirección de actores y movimiento escénico se resolvía casi siempre de manera un tanto brusca y repetitiva, recurriendo a exageradas reacciones y carreras a menudo injustificadas.
En el trabajo vocal cabe destacar el dúo protagonista, con la mezzo Serena Malfi como un Romeo heroico en lo escénico y demostrando una gran emisión y estabilidad en los registros medios y graves, algo empañada por lo brusco de algunos ataques en el agudo. Pequeñas máculas que no empañan su trabajo solista ni, en especial, el trabajo de empaste con la Giulietta de Patrizia Ciofi, quien, delicada en lo escénico, construye vocalmente su personaje desde la fragilidad de la joven protagonista, lo que la permite recrearse en la belleza melódica de Bellini con una (aparente) sencillez que extrae la esencia de lo que significa el bel canto. Ambas tuvieron como gran aliado al joven maestro italiano Giacomo Sagripanti, que entiende la partitura a menudo como una pieza camerística (totalmente entendible si atendemos a lo ligero de su orquestación), muy íntima, que permite un mayor lucimiento tanto a los cantantes como a los profesores de la orquesta (no en vano los solistas de la Oviedo Filarmonía subieron al escenario a saludar con el elenco).
Con José Luis Sola como un Tebaldo que se mostró bastante apretado en el agudo y en ocasiones falto de potencia, Paolo Battaglia como un Capellio que transmitía algo de inseguridad en escena y la garantía de Miguel Ángel Zapater en el papel de Lorenzo entre los secundarios, es justo destacar la labor de las cuerdas masculinas del Coro de la Ópera de Oviedo, que en I Capuleti e i Monteccchi, pasan con nota una durísima prueba, con una constante presencia escénica.
En una noche con grandes ingredientes para ser recordada de una manera positiva la función se vio claramente lastrada por una parte del público asistente al estreno. Arrasada por los continuos ruidos de toses que empañaban esa orfebre labor camerística de la que hablábamos, los inevitables caramelos que en esta ocasión se multiplicaban cual panes y peces bíblicos, los abanicos con pulseras, los mensajes de whatsapp varios e incontables focos de luz en el patio de butacas de gente que estaba más pendiente de su smartphone que de lo que sucedía en escena… Todo ello aderezado, cómo no, por los nada discretos comentarios en las partes instrumentales –“total, no están cantando”, un clásico ovetense–, que hacen cada vez más urgente una actualización de los avisos de megafonía explicando unas normas básicas de comportamiento. Y, como colofón, decenas de fotos con flash para ‘inmortalizar’ el impresionante cuadro final, momento arruinado por un público más preocupado de guardarse un recuerdo mal fotografiado que por disfrutar de un momento único. Si quieren fotos sigan a la Ópera de Oviedo en redes sociales y, por lo menos, tendrán instantáneas de alta calidad como las que aquí mostramos. Intolerable.
Alejandro G. Villalibre