Tras una exitosa pre-temporada el Palau de les Arts levanta el telón de la temporada 2016-17 con un Verdi no habitual, I Vespri Siciliani, en una producción con regia del intendente Livermore ya vista en diversos teatros de Europa y de España como Bilbao con dirección musical del titular del coliseo Roberto Abbado y con resultados desiguales.
Tras los éxitos de la famosa trilogía Traviata-Trovador-Rigoletto Verdi es requerido por París para escribir una nueva ópera que al inicio le motiva enormemente pero que al final los problemas harán de su composición una pesadilla que se resiente en el resultado global de la misma.
Verdi tras la trilogía nombrada se abre a nuevos caminos diferentes de los requisitos de la Grand Opera francesa en la cual se siente demasiado encorsetado compositívamente de ahí que sea una ópera que difícilmente podamos hoy día digerir si no es con unos buenos cantantes y una puesta en escena brillante.
El cast escogido para la inauguración de la temporada fue correcto pero con aspectos que hicieron que el entusiasmo brillara por su ausencia.
Después de unos cambios extraños en el rol de Helena y que han dado lugar a quejas de abonados y compradores de entradas por el baile de nombres de sopranos este rol se ha repartido entre Sofia Solovyi y la jerezana Maribel Ortega que in extremis hubo de aprenderse el rol y debutarlo en unas condiciones no de las más favorables ni para su vocalidad ni en el tiempo de prepararlo.
La carrera ascendente de esta soprano que pudimos ver ya en la producción del Gato Montes en este mismo teatro y en fantásticas producciones en los Amigos de la Ópera de Sabadell no tuvo una buena noche con este rol tan difícil, largo y complicado vocalmente verdiano.
Ninguna de las arias tuvo la seguridad y el empaque requerido, ni siquiera el momento más conocido, el bolero del último acto Mercé, dilette amiche no fue limpio, con unas ornamentaciones, trinos, forzados y ya denotando un cansancio que una soprano que inaugura una temporada de ópera no se puede permitir. Su elegancia en el fraseo no justificó su falta de volumen en muchas ocasiones en el registro medio y grave, ya que aunque desde el foso no se la tapara estamos hablando de una orquesta de primer orden. Su enamorado Arrigo fue encargado a un Gregory Kunde que por más que se le ponga peluca no consiguió más que arrancar alguna sonrisa en esa búsqueda de la eterna juventud a la que parecen abocados los tenores en sus roles, y lo problemático no era su aspecto falseado sino que cada vez se está haciendo más evidente que su salto a unos roles tan dramáticos están perjudicando su calidad vocal, con una presencia escasa en el registro grave y medio por más que intente oscurecerlo con cambios de timbre extraños y alejados de la homogeneidad vocal de otros tiempos, e igualmente su fiato también se está resintiendo. Somos conscientes de que es un rol que pocos tenores se enfrentan a él por el desequilibrio entre éxito-esfuerzo-consecuencias vocales por lo que no entendemos si ya comienza una época en la que se busca la presencia antes que la calidad. Ojalá nos equivoquemos y volvamos a engrandecer a este tenor que tantas noches de buena música nos ha ofrecido.
La ópera está llena de ironías como la de hacer de Juan Jesús Rodriguez padre de Kunde pero maquillaje a parte tampoco consiguió convencer en este rol tan exigente tanto en la parte musical como en su vertiente dramatúrgica si bien su momento más brillante en el tercer acto Si, m’abboriva ed a ragion! Y el posterior In braccio alle dovizie fueron momentos muy bien resueltos por este gran cantante.
Todo lo contrario que el bajo ruso Vinogradov cuyo Procida sólo obtuvo un canto gutural con poca proyección si bien escénicamente salvo correctamente su ingrato papel.
Roberto Abbado es un reputado director del repertorio verdiano, pero algo pasó con este título que no se percibió ni un átimo de italianitá desde la batuta. A parte de la duración excesiva de la obra se tardó poco en entrar en una fase de gran tedio que se prolongó hasta el final de la representación aunque siempre dentro de una corrección por parte de la orquesta, pero cada vez se nota más la falta de sus mentores Maazel y Mehta que por desgracia para los posteriores dejaron un listón muy alto que superar. Abbado se limitó a concertar los posibles desastres y a llegar al final pero ni un ápice de tensión o discurso dramático.
Al coro titular sólo se le puede felicitar ya que eran los únicos momentos donde la calidad se hacía más patente.
La producción de Livermore tiene luces y sombras, momentos brillantes y otros de dudosa calidad, pero el problema está la sensación de montaña rusa que ofreció, con escenas muy trabajadas y acertadas con otras en que carecían de una verdadera dirección actoral y escasa dramatúrgia.
Es una producción que pesa mucho su origen. Desarrollar y adaptar una ópera del levantamiento y rebelión de los sicilianos con los franceses en el s.XIII a releerla en el s.XX con motivo del atentado de un juez italiano por la mafia y con la anuencia de políticos y mass media puede ser acertado pero es difícil de casar todas las escenas sin caer en momentos ridículos como convertir el inicio del último acto en un programa del peor Berlusconi TV, o el alegato constitucional del final.
Menos mal que el regista tuvo a bien evitarnos los más de 30 minutos de ballet sin ballet y con proyección de fotos que tan criticado ha sido en todos los lugares que así lo han hecho como en Bilbao.
Esperamos y deseamos que esta temporada vaya por mejores derroteros que lo que hemos visto con este Verdi de inauguración de la misma.
Robert Benito