Hay títulos en el corpus de un compositor que es necesario conocer más allá de los hits; en el corpus mozartiano programar Idomeneo, re di Creta es un acierto y un riesgo. Este acierto se duplica con un reparto más que correcto cómo el que se puede escuchar en el Palau de Les Arts de Valencia y sobre todo con una dirección musical como la de Fabio Biondi. Y un riesgo con una puesta en escena como la del actual director artístico Davide Livermore.
Esta ópera seria en tres actos compuesta por Mozart para la corte de Munich y estrenada diez años antes de su fallecimiento a comienzos de 1781 nos acerca a un momento creativo y estético de Mozart muy interesante.
El argumento nos evoca un concepto de ópera seria, diríamos trágica en el sentido griego, donde el hombre se enfrenta al destino caprichoso y vengativo de los dioses, a ese fatum terrible que aniquila sin piedad hombres, reinos y amores.
Pero por otra parte nos abre musicalmente a superar los cánones que han acompañado a este tipo de óperas con sus recitativos secos y arias da capo de lucimiento vocal.
Es admirable de esta ópera el tratamiento orquestal y vocal de los recitativos mucho más dramáticos que declamados y que Biondi supo insuflar a cantantes y foso desde su pericia y sabiduría estilística con batuta firme y dúctil.
Siendo la tercera ópera seria de Mozart y siguiendo todavía los modelos metastasianos en cuanto al aspecto formal hay una vuelta de tuerca utilizando más influencia de registros musicales franceses con la inclusión de más coros y números de danza que en esta producción han sido magníficamente interpretados por el Ballet de la Generalitat en unas coordenadas neoclásicas.
Idomeneo exige un reparto de cantantes importantes en número y en calidad y en el caso de Valencia hubo equilibrio y calidad, si bien se acusó de algunas limitaciones por parte de algunos de ellos.
El papel titular de Idomeneo fue encarnado por un valiente y entregado Gregory Kunde que sin llegar a los setenta años de Anton Raff, el tenor que lo estrenó, nos hizo evidentes nuevamente una técnica que le ayudó a llegar con brillantez al final de la representación , si bien su nuevo rumbo vocal hacia roles mucho más pesados vocalmente comienzan a pasarle facturas en esta vocalidad tan diferente del verismo, sin embargo su vivencia del papel nos hizo cercano el verdadero drama humano del personaje.
Su hijo Idamante, no fue un castrato como hubiera sido lo propio, sino que fue interpretado por Monica Bacelli que, igual que Kunde, el paso del tiempo va dejando huella en una voz que comienza a escasear en brillo y que siendo muy correcta no llega a las interpretaciones de éxito que la catapultaron en este repertorio hace diez años con este mismo rol en la Scala de la mano de Harding.
Todo lo contrario sucedió con la Ilia de Lina Mendes una soprano de voz timbrada, volumen generoso, facilidad para las coloraturas y una presencia escénica perfecta. Tal vez la mejor relación entre rol-cantante del reparto.
Es complicado y arriesgado entrar en hipótesis vocales, pero la Elettra de Carmen Romeu no alcanzó la perfección que en otros roles la hemos escuchado y visto. Su voz sonaba tirante en los agudos, con ciertos problemas de afinación y, lo más extraño, con una dicción en muchos casos incomprensible. No sabemos si hubiera sido mejor pensar en el rol de Ilia para ella o tal vez en otro rol no tan tirante de tesitura para cantar en su propia tierra. Lo que no es discutible es su gran interpretación del personaje escenicamente.
Correctos los otros dos personajes de reparto, el Summo Sacerdote de Michael Borth y la voz de Neptuno cantada en off y con amplificación de Alejandro López, ambos del Centro Plácido Domingo.
Idomeneo es una ópera larga y que se presta a cortes en recitativos, coros y números instrumentales y así lo decidió Biondi con diversas supresiones que no alteraron el buen desarrollo de la ópera ni musicalmente, ni argumentalmente haciendo una labor muy positiva con la orquesta, solistas y coro consiguiendo un sonido cuidado y equilibrado, a la vez que apabullante y dramático en los momentos de las diversas tempestades de la obra.
La propuesta escénica de Livermore se apoya en unas proyecciones videográficas constantes de ese mar oscuro y terrible que constantemente amenaza la existencia de los cretenses cual fuerza sobrehumana inapelable e inmisericorde que solamente se apacigua al final de la obra en un lieto fine extraño al concepto original de Danchet que escribió la obra original para la ópera homónina de Camprá.
Si bien la idea es buena, cuidada e interesante, lo que la hace perder enteros es la repetición constante y su presencia abrumadora junto con dos estructuras metálicas que a la segunda vez que aparecen ya son tan predecibles que pierden efectividad para ser solamente funcionales.
Este pequeño homenaje del principio de la obra y del final de la misma hacia la película Odisea 2001 tiene su gracia pero no aporta gran cosa al sentido de la ópera misma.
La reacción de la gente en general fue de inquietud ante la obra y la propuesta, pero el resultado convenció vistos los largos aplausos del final para todos los implicados en esta partitura no tan frecuente pero sí necesaria de escuchar y montar por un teatro de la categoría de Les Arts.
Robert Benito