Mozart es un compositor necesario en cada temporada de ópera de cualquier teatro que se precie. Y esto es debido a su música, quizá de las más accesibles que existen el repertorio clásico sin perder un ápice de calidad. Todo el mundo conoce sus grandes óperas, todas ellas obras maestras, pero el resto no desmerecen y siempre proponen algo. Tal es el caso de la que ha programado en esta ocasión el Teatro Real. Idomeneo funciona muy bien y da la sensación de estar transitando una zona de confort que hace que el público se sienta a gusto con ella.
Robert Carsen repite tras el montaje de El Oro del Rhin de hace unas semanas y vuelve a demostrar una cierta capacidad para reformular las óperas trayéndolas a un tiempo familiar para los oyentes. Mientras que en la anterior la ambientación tenía lugar en una empresa constructora con sus trabajadores, en este montaje los inmigrantes son los protagonistas que sirven para revisitarla de nuevo con un tema de tanta actualidad. Lo que consigue, lógicamente, es que el público entienda a la perfección la temática a pesar de que algún tema pueda estar más manido. Me parece muy interesante cómo juega con los espacios, la mayoría desprovistos casi de decorado y que, sin embargo, se llenan de figurantes (y coro) bajo su dirección escénica bastante detallada. Parece curioso la forma de plantear cada escena porque, a pesar de lo que pudiera parecer, tiene momentos líricos, hasta con solo cuatro bidones con fuego en su interior. Muy acertada la idea de poner la voz de Neptuno fuera de escena, resultaba muy impactante.
Ivor Bolton, director titular del teatro, volvía para interpretar este nuevo Mozart y lo hizo con gran acierto, da la impresión de que resulta más efectivo cuando no transita por las óperas más conocidas del compositor. Su Idomeneo resultó intenso y maravillosamente empastado en todo momento, la orquesta se adaptó a la perfección a la escena ya fueran solistas o coro y el resultado fue más que digno, contundente, como la respuesta del coro, absolutamente sobrecogedora, emocionantísima interpretación de todos y cada uno de los momentos corales, sobre todo el sublime coro del tercer acto, un verdadero deleite.
Los cantantes se mostraron dignos, se trataba del segundo reparto (hipotético) pero sus voces se adaptaban razonablemente bien a los papeles cantados; Ovenden es un veterano, acostumbrado a cantar estos papeles (Idomeneo, Tito etc…) no tiene una voz grande pero se mueve bien por las ligerezas del papel, es idóneo aunque no brillante. El Idamante que presentó Anicio Zorzi Giustiniani adoleció de presencia escénica y de potencia, tiene una voz bonita pero parece escasa para un papel como este, que acaba convirtiéndose en rey; sorpresa bastante agradable la de Hulkar Sabirova en el papel de Elettra, un papel muy difícil de cantar por las impresionantes coloraturas y cambios de octava y que, además necesita un buen centro del que la soprano anda sobrada, fue la gran triunfadora de la noche porque, además, llenaba la escena con su fuerza; muy bien la Ilia de Sabina Puértolas, bien cantada, con sentimiento, con una voz más que adaptada a la tesitura requerida y buen manejo del fiato; interesante el Arbace de Krystian Adam, una voz de bastante fuerza pero noble, siempre templada. Tsymbalyuk bordó su escaso papel, afortunadamente ya vimos de lo que es capaz como Fafner.
Mozart nos introduce en nuestra zona de confort, y si la música y la escena acompañan, las cosas no suelen fallar. Una gran noche.
Mariano Hortal