
La Ópera de Oviedo recupera Il duca d’Alba, ópera inacabada de Donizetti que cosechó grandes ovaciones para su trío protagonista José Bros, María Katzarava y Ángel Ódena, y división de opiniones en la propuesta escénica de Carlos Wagner. El director italiano Roberto Tolomelli llevó la batuta desde el foso, dirigiendo a una solvente Oviedo Filarmonía.
En la época que le ha tocado vivir a la cultura no es muy habitual encontraste con que los programadores asuman riesgos programando óperas prácticamente desconocidas para el gran público, por lo que Il duca d’Alba, ópera inconclusa de Gaetano Donizetti suponía un aliciente especial a una temporada marcada por el conservadurismo (La Walkitia, Nabucco, Le Nozze di Figaro y La Bohème). Nos encontramos ante una partitura que, sin alejarse del todo de los supuestos belcantistas en cuanto a estructura formal en scena ed aria y el tratamiento vocal, sí que avanza con respecto a sus contemporáneas en pos de un lenguaje que nos avanza un Verdi primigenio, con más continuidad temática y una búsqueda de fluidez dramática menos encorsetada que de costumbre.
La partitura, si bien posee momentos de alta calidad, incurre en demasiados altibajos tanto en su libreto como en su tratamiento musical, lo que hace que no terminen de redondear una producción que en manos de Carlos Wagner resultó impecable en lo visual, nada sutil a la hora de situar en el nivel más alto al opresor español y en el bajo al oprimido flamenco. Los gigantes soldados que pisoteaban la tierra belga tampoco dejaban nada a la libre interpretación, y el uso del claroscuro buscaba un ambiente de penumbra de nuevo impactante. Sin embargo todo este envoltorio resultaba vacío a la hora de buscar un trabajo actoral al nivel de los cantantes, con decisiones algo incomprensibles en la gestualidad –ese histrionismo infantil y casi hitleriano del Duque– o la nulo fomento de la química dramática entre la pareja protagonista que no permitía al público empatizar con la historia de amor.
Esta pareja, formada por José Bros como Marcello y María Katzarava como Amelia, fue lo mejor de la noche. Especialmente la soprano mexicana, con un papel muy exigente en cuanto a la musicalidad en sus agudos pero que tenía el peligro de recurrir constantemente a un incómodo registro medio y grave, siempre más peligroso de controlar para una soprano de estas características, y que Katzarava solventó sin problemas. En el caso de Bros, su papel de héroe es el más agradecido de la producción, con la musicalidad más inspirada y eso lo supo aprovechar. Todos conocemos el timbre de Bros, quizá sonó más nasal que de costumbre en Oviedo, y su forma de atacar los agudos, que siempre le sitúa en el alambre de la afinación, pero su naturalidad y su delicadeza a la hora de interpretar sus pasajes solistas le convierten en uno de los favoritos del público, que incluso prorrumpió en una enorme ovación al término de su “Angelo casto e bel”, único fragmento que ha aguantado el paso del tiempo dentro del repertorio y por lo tanto única página que el público conocía. En estos casos, después de una ovación tan evidente tras este tipo de situaciones, uno siempre se pregunta hasta qué punto el público aplaude al solista o se aplaude a sí mismo por haber reconocido el fragmento, porque desde luego Bros tuvo momentos mejores que esta cavatina a lo largo de la función.

Del resto de personajes destacar a Ángel Ódena como Duque de Alba, a quien nunca se le vio del todo cómodo, ni en tesitura ni en situación escénica, excepto en su cavatina y cabaletta del tercer acto, donde pudo hacer gala de sus capacidades.
No obstante todas las intervenciones solistas se vieron lastradas por una dirección musical de Tolomelli que no cuidaba los niveles, y que hacía que las interpretaciones quedasen deslucidas porque la orquesta no respetaba los messa di voce o adquiría demasiado protagonismo en los pianissimi. Tolomelli, ante una partitura cuya orquestación no la hace fácil de concertar, optó por una versión aséptica, sin riesgos, muy en la línea del repertorio italiano del que es un perfecto conocedor, y quizá por ello vresultó impersonal y fría.
Del resto de papeles secundarios –Miguel Ángel Zapater como Daniele, Felipe Bou como Sandoval y Josep Fadó como Carlo– sólo decir que cumplieron solventemente con unos papeles muy poco agradecidos en lo musical.
El Coro de la Ópera de Oviedo, dirigido de manera interina por Enrique Rueda tras el cese de su director Patxi Aizpiri a mitad de temporada, siempre ha sido garante de la calidad musical en el Teatro Campoamor, sin embargo en esta ocasión su intervención se vio deslucida por puntuales desajustes e imprecisiones y algunos problemas de empaste y falta de contundencia que si bien no afeaban un conjunto muy correcto, alejan este título del nivel de excelencia al que nos estaba malacostumbrando.
La Ópera de Oviedo ha asumido un riesgo programando Il duca d’Alba y eso siempre es loable, pocas veces se tiene la oportunidad de descubrir algo a este nivel. Sin embargo, vista la calidad de la partitura y, sobre todo, las evidentes lagunas musicales y dramáticas que posee este título uno no puede evitar preguntarse si todo este esfuerzo no podría haberse dedicado en reivindicar el repertorio español. García, Carnicer, Arrieta… Compositores de obras de altísima calidad ninguneadas por los programadores por el simple hecho de estar firmadas por españoles, aunque muchas de ellas sean óperas italianas en la mejor tradición belcantista. ¿Cuándo les tocará a ellos?
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