Il mondo della luna. Haydn. Montecarlo

Il-mondo-de-la-luna1.MontecarloMontecarlo. Salle Garnier.   21 de marzo de 2014.

Las óperas de Joseph Haydn sobreviven agazapadas entre la prolífica obra del compositor austriaco. La que aquí nos ocupa fue una de las catorce que compuso mientras estuvo al servicio de la familia Eszterházy y como tal fue realizada para una formación orquestal no excesivamente numerosa ni tampoco para las posibilidades teatrales de un escenario imperial. Sin embargo, la música es de excelente factura y lo el disparatado argumento (libreto basado en un texto homónimo de Carlo Goldoni) es una delicia para alguien con una imaginación elegante como la de Emilio Sagi. Su propuesta escénica arranca nos sitúa en unas coordenadas aburguesadas de un Buonafede bobalicón, donde lo más común –un club nocturno– le parecerá un mundo tan ajeno como para llegar a creer que está en la luna. Sagi es un mago para crear pompas de inocentes pompas de jabón que sólo pretenden ser eso. Un divertimento para pasar un buen rato, donde el vodevil se viste de gala y lo cómico se hace con fineza. La escenografía (Daniel Bianco), el diseño de vestuario (Pepa Oranjuren) y de iluminación (Albert Faura) potencian agradablemente la idea principal del trazo escénico. Un trabajo bien logrado, no en balde fue premiado en España como la mejor producción operística del 2013 (es una coproducción con el Teatro Arriaga de Bilbao). Jérémie Rhorer dirigió con atención y entusiasmo al conjunto Le Cercle de l’Harmonie, un tanto excesivo en sonoridad en algunos momentos, complementando a la perfección el desarrollo de la trama sobre el escenario.

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El elenco funcionó vocal e histriónicamente a un buen nivel. La mezzosoprano Annalisa Stroppa recreó con soltura a Lisetta, la pizpireta sirvienta sabelotodo, y las sopranos Hélène Le Corre (Clarice) y Alessandra Marianelli (Flaminia) a las hijas de Buonafede, el barítono Roberto De Candia. Los tres mostraron sus flexibles instrumentos, bien trabajada línea de canto y adecuado fraseo. El tenor Philippe Do cumplió con esmero como el embaucador Ecclitico y la mezzosoprano Giuseppina Bridelli demostró su habilidad en los ornamentos con el personaje de Ernesto. No siempre fue suficiente el caudal sonoro del tenor Mathias Vidal (Cecco) para imponerse a la orquesta y es allí donde Rhorer debió cuidar el volumen de la misma.

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El coro de la Ópera de Monte-Carlo (preparado por Stafano Visconti) fue un buen puntal sólido en sus intervenciones. El público monegasco, de gala por tratarse de la noche de estreno, aplaudió con entusiasmo a cada uno de los artistas.

*Federico FIGUEROA.