Si bien la puesta en escena es un elemento clave en una ópera, el barroquismo de los decorados o los gestos de los figurantes pueden desviar demasiado la atención de la música. En la última producción de la Opéra National du Rhin (OnR), Il signor Bruschino, de Rossini, se evita cualquier exceso ornamental para el lucimiento de ocho jóvenes voces. Se trata de los miembros de la Opéra Studio, institución ligada a la OnR que se presenta como un puente entre los años de formación y los grandes escenarios.
José Miguel Pérez-Sierra, a cargo de la dirección musical, y Jean-Michel Criqui, director de escena, asumen el encargo de la OnR poniendo especial foco en la música y la interpretación. La orquesta se sitúa sobre el escenario, al fondo. Nada de fosos que oculten al espectador la ejecución de los músicos. Con la restricción de espacio que esto supone, Criqui ha ideado una escena con el mínimo de elementos, donde prima la interpretación teatral. Una puerta sin muro que la enmarque separa la escena en dos mitades, creando dos ambientes de tamaño variable gracias a unas ruedas fijadas en el marco, que desplazan los propios intérpretes.
Es muy original la forma de presentar a los personajes durante la obertura, como en el dramatis personae de una obra de teatro, mientras cada uno posa para un fotógrafo. La estética es también muy teatral, con todo el vestuario de estilo uniforme, inspirado en los años 40.
La elección de esta ópera de juventud de Rossini obedece a lo que ya se está convirtiendo en una tradición en la OnR. Tras L’occasione fa il ladro, en 2012, y La cambiale di matrimonio, en 2016, la OnR ha querido continuar con la exploración del repertorio de óperas cómicas de un acto del compositor italiano. Este tipo de ópera, ligeras y accesibles, son el vehículo perfecto para demostrar las capacidades de la Opéra Studio, liderada por Tommaso Turchetta.
La trama de esta ópera, con libreto de Giuseppe Foppa, gira en torno al tema de los matrimonios de conveniencia y a lo poco conveniente que suelen ser para los que los contraen. Sofia está prometida con el hijo del Signor Bruschino, al que ni siquiera conoce, pero enamorada de Florville, cuyo padre era enemigo acérrimo de su tutor, Gaudenzio. Aprovechando que el joven Bruschino se encuentra retenido en una taberna, por no poder pagar todo lo que ha bebido, Florville lo suplanta para poder casarse con Sofia. La serie de equívocos que sigue traerá de cabeza al viejo Bruschino. El resto de personajes intenta convencerlo de que Florville es su hijo, aún cuando muchos ni lo han visto nunca, mientras el pobre signor recorre la escena de un lado a otro, agobiado por el calor. Hasta dieciséis veces repite Bruschino “che caldo!”, aunque aquí una se convierte en “quelle chaleur !” como guiño al público francés. Sin embargo, si bien comienza dudando de sus facultades por su avanzada edad (“Sono a questo o all’altro mondo?”), más adelante será capaz de desenmascarar el engaño.
En cuanto a los intérpretes, cabe destacar sin duda a Georgios Papadimitriou, que hace de Gaudenzio, y Louise Pingeot, que interpreta a Sofia. Ambos cantan con una fuerza, aplomo y constancia que depasa la de sus compañeros. Dan lo mejor de sí en el dueto que comparten cerca del final, “E’ un bel nodo che due cori stringe in tenero diletto”. Emmanuel Franco consigue por su lado dar carácter a un Signor Bruschino malhumorado y cómico al mismo tiempo, que al igual se muestra sofocado por el calor que por los encantos de su futura yerna. Sin embargo, Diego Godoy, que interpreta a Florville, es más irregular. Si bien tiene momentos en los que canta estupendamente, a veces parece perder la fuerza y no consigue ni llegar a las notas más altas ni dejarse oír bien por encima de la música.
No podemos dejar de comentar la breve entrada de Pérez-Sierra en el plano ficticio de la obra. Llega un momento en el que deja de dirigir la orquesta, baja del estrado y se pone junto a los cantantes a mirar si la firma del joven Bruschino es la auténtica o no. Esta interacción entre el dominio teatral y el de interpretación musical (¿rotura de la quinta pared?), que termina con una frase cantada al unísono, es uno de los detalles más divertidos de esta representación.
En definitiva, el resultado de esta producción es más que un espectáculo simpático y entretenido que sirve como escaparate a las voces jóvenes de la OnR. Se trata de toda una reivindicación del valor teatral de la ópera y un acercamiento de la música a un público cada vez más acostumbrado a las explosiones y golpes de efecto de muchas representaciones. Y si además sirve como excusa para rescatar las obras más olvidadas de Rossini, tanto mejor.