He asistido a una inolvidable representación de Lohengrin en Dresde. Pocas son las representaciones de ópera que dejan en la memoria de uno un recuerdo imborrable. Es más fácil que eso ocurra en los primeros años de afición, en los que uno va descubriendo obras, cantantes y directores, pero es mucho más difícil cuando son muchos los años de asistir a representaciones de ópera en todas parte del mundo. A mí, al menos, me ocurre que muchas representaciones se me pierden en el recuerdo y únicamente me acuerdo de ellas, cuando releo mis críticas, que, por cierto, por eso empecé a escribirlas. De lo que uno se acuerda es de lo excepcionalmente bueno o todo lo contrario. Por supuesto, me acordaré siempre de la absurda producción de La Traviata de ayer, pero pasará este Lohengrin a formar parte de la escasa selección de representaciones inolvidables. Era el espectáculo más demandado en cualquier teatro de ópera en esta temporada y ha merecido la pena. Representaciones como ésta son las que impedirán que la ópera desaparezca. El nivel musical y vocal de este Lohengrin ha sido digno de una versión discográfica de referencia en la historia de la ópera. No queda sino felicitar a la Ópera de Dresde por haberlo hecho posible.
La producción escénica lleva la firma de Christine Mielitz y se estrenó hace nada menos que 33 años. Recuerdo que la primera vez que vine a Dresde -.han pasado muchos años – tuve ya la oportunidad de verla. Debo decir que, tras La Traviata de ayer, este Lohengrin parecía sacado de los estudios de Hollywood. Es una producción muy tradicional, pero que funciona perfectamente. La escenografía y el vestuario son de Peter Heilein, consistiendo el primero en un escenario casi único con vidrieras góticas, sirviendo en el primer acto como sala de palacio, añadiendo en el primer cuadro del acto II una nueva vidriera por delante con dos niveles, figurando la casa de Elsa arriba. En el tercer acto se pone en el centro una inmensa cámara nupcial con un gran dosel, volviendo en la escena final a la sala del principio. En la llegada y despedida de Lohengrin aparece al fondo un gran cisne de gran plasticidad. El vestuario es de una gran riqueza plástica, que se ajusta perfectamente al colorido de la escena y a la época medieval del libreto. Cuenta con una buena iluminación de Friedewalt Degen. Es una producción que se ve con gusto, entra por los ojos, no distrae en absoluto y resulta atractiva. A pesar de los años transcurridos desde su estreno, funciona muy bien, en lo que seguramente influye el bombardeo de chapuzas escénicas a las que nos estamos acostumbrando últimamente.
Yo siempre he sido un auténtico enamorado de la Semperoper y de la ciudad de Dresde. Pues bien, hubo un período de 6 años en el que dejé de venir a esta maravillosa ciudad. Mi vuelta tuvo lugar hace 3 años, coincidiendo con el nombramiento de Christian Thielemann como director de la Staatskapelle Dresden. Desde entonces procuro no faltar a ninguna ópera que dirija el gran maestro alemán. Debo decir que nunca he estado tan cerca de verme obligado a no venir a Dresde como en esta ocasión, ya que tuve que hace el pino para conseguir entradas para este Lohengrin. Tengo una inmensa consideración por el valor de Christian Thielemann como director y, partiendo de una expectativa casi irreal, debo decir que no me ha defraudado. Por el contrario, su dirección ha sido de las de recordar siempre. Wagner en sus manos es otra cosa, como ocurre con Verdi en el caso de Muti. Este Lohengrin ha sido musicalmente milagroso de principio a fin: brillante, profundo y emocionante a partes iguales, cuidando con esmero a los excelentes cantantes que tuvo a sus órdenes. Algunas veces he llegado a escribir aquello de que de víspera se conoce al día. Pues bien, se ha vuelto a repetir el hecho. Ya el Preludio dejó claro que estábamos en una ocasión excepcional y así fue desgranando la partitura. A sus órdenes la Staatskapelle Dresden fue una orquesta que tiene muchas dificultades para ceder la primacía de calidad ante cualquier otra, cuando la dirige Thielemann. Algo parecido se puede decir del Staatsopernchor Dresden, una gran formación coral, a pesar de algunos sonidos de la cuerda de tenores.
El reparto vocal contaba con dos debuts de lujo. Me refiero a Piotr Beczala y a Anna Netrebko, Si no me equivoco, ambos debutaban en un personaje wagneriano y el éxito les ha acompañado, contando con colegas de reparto de todo respeto, lo que ha convertido la representación en una fiesta vocal.
Piotr Beczala fue Lohengrin y lo hizo muy bien. Su muy atractiva voz va muy bien al Caballero del Cisne, cantando siempre con elegancia y sin forzar en ningún momento. Estamos ante uno de los mejores cantantes de la actualidad y lo ha vuelto a demostrar. Sus mejores momentos fueron el dúo con Elsa en el tercer acto, en el que ambos lo bordaron y un In Fernem Land de auténtico belcantista. Su Lohengrin es de una gran belleza, aunque puede quedar un tanto corto en los momentos más heroicos. Dejando aparte a Jonas Kaufamnn, que no canta Lohengrin desde hace 3 años, hoy por hoy Piotr Beczala es el Lohengrin de referencia junto a Klaus Florian Vogt. El polaco con una voz más bella y el alemán con una emisión envidiable, aunque su voz sea más blanca. Supongo que Beczala administrará con prudencia sus apariciones en Lohengrin.
Anna Netrebko fue una Elsa magnífica. El rol le va como un guante en términos vocales y su brillantez está fuera de cualquier duda, aparte de su capacidad como intérprete, al alcance de muy pocos artistas. Su debut no ha podido ser más afortunado, brillando de manera especial en el gran dúo con Lohengrin del tercer acto, donde los dos rayaron a gran altura. Hay numerosas buenas intérpretes de Elsa, pero yo no considero sino dos auténticamente excepcionales. Me refiero a Anja Harteros y a Anna Netrebko. Hay que reconocer que en este tipo de sopranos estamos viviendo en una época verdaderamente privilegiada.
Hace 13 años vi por última vez esta producción en Dresde y ya entonces Ortrud era Evelyn Herlitzius, que ha vuelto a demostrar que es una artista inmensa. A esta cantante se le pueden poner pegas en aspectos parciales, pero su intensidad y su calidad de artista capaz de transmitir emociones al público son únicas. Su Ortrud, como su Elektra, es una auténtica lección para cualquier aspirante a artista.
El barítono polaco Tomasz Konieczny fue un buen Telramund, sonoro y expresivo, con una voz muy adecuada al personaje. A lo largo de estos años me ha venido convenciendo más y más este barítono, siempre en estos papeles malvados, como es el caso de Telramund o Alberich.
El bajo Georg Zeppenfeld fue un buen Rey Heinrich, con buena línea de canto y buenas dosis de nobleza. Confieso que para una ocasión tan excepcional como ésta, me habría gustado ver en el personaje a René Pape.
Bien también el Heraldo del Rey del australiano Derek Welton, adecuado en el centro y algo blanquecino por arriba.
La Semperoper había agotado sus localidades hace casi un año. El público mostró de manera inequívoca su entusiasmo con el resultado de la representación, dedicando un triunfo especial a Christian Thielemann, Piotr Beczala, Anna Netrebko y Evelyn Herlitzius.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 4 horas y 24 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 3 horas y 28 minutos. Nada menos que 14 minutos de ovaciones con el público en pie.
La representación se ofrecía en pantalla grande fuera del teatro y acudió una multitud a verla. A la salida pude ver a los artistas recibiendo los aplausos del público y saludando a los aficionados.
La entrada más cara (palco central) costaba 210 euros, habiendo butacas de platea al precio de 130 euros. La entrada más barata costaba 40 euros.
Fotos: Daniel Koch
José M. Irurzun