
Resulta especialmente gratificante la política de recuperación de obras de nuestro repertorio musical, prácticamente olvidadas, política que está llevando a cabo el Teatro de la Zarzuela, en una labor encomiable, nada fácil pero que está obteniendo resultados muy positivos. En la pasada temporada pudimos degustar títulos tan importantes como Galanteos en Venecia, La guerra de los gigantes, Juan José, María Moliner, etc. Y este año se ha empezado brillantemente con una versión antológica de Las Golondrinas para continuar recuperando una interesantísima obra, debida a la inspiración y al oficio de José de Nebra, como ha sido Iphigenia en Tracia y seguiremos con La Villana y otros títulos igualmente interesantes. Una política importante de recuperación y una política que se aleja de lo manido, que huye de la vulgaridad y del adocenamiento y que apuesta con fuerza por lo que es realmente bueno y pleno de interés.
Noviembre nos ha traído una interesante versión de la zarzuela u ópera – no queremos entrar en el eterno conflicto de las denominaciones- que cuenta con libreto de Nicolás González Martínez y con la música de José de Nebra y que trata del muy trabajado tema de los avatares de Iphigenia que el libretista sitúa enTracia interpretando erróneamente la ubicación geográfica de la acción. Esta nueva e importante producción del Teatro de la Zarzuela, ha contado con la acertada dirección musical de Francesc Prat, con la sobria y eficaz dirección escénica de Pablo Viar y la escenografía, también austera y un tanto simplista, deFrederic Amat, adecuado e interesante vestuario debido a Gabriela Salaverri y la eficaz iluminación de Albert Faura. Con estos mimbres se ha conseguido un producto muy digno y eficiente y el resultado ha sido, en general, muy satisfactorio.
No es fácil trasladar a la escena actual una obra pensada con la mentalidad de la primera mitad del siglo XVIII. Pero es especialmente gratificante que se haya tenido presente a un compositor de tanta importancia y de indudable calidad como es el aragonés José de Nebra que fue especialmente importante en la corte de los primeros Borbones. Es compositor que debe despertar un gran interés y no solamente entre los musicólogos, sino entre todo aquel buen aficionado y los que quieran conocer en profundidad a un autor cuya ejecutoria es importante y que, sin embargo, queda en parte olvidado para las nuevas genraciones que tienen ahora la oportunidad de conocer y valorar una producción musical importante y que destruye la errónea creencia de que en el siglo XVIII estamos en condiciones de inferioridad en lo que a producción de teatro musical se refiere. Estas recuperaciones son importantes y echan por tierra los mitos y constituyen un eficaz testigo de cargo contra la indiferencia y la ignorancia de tantas generaciones que no han tenido el interés y también la humildad de acercarse y conocer en profundidad lo que es la música española en esa época.
Se ha escrito y se ha hablado hasta la saciedad de la explosión italianizante de la música en España con la llegada de una nueva dinastía. Efectivamente la música italiana alcanza un gran protagonismo, pero eso no es óbice para que la creación española pierda vigencia. La influencia italiana enriquece también nuestra música que no se aísla del continente sino que acepta esta influencia y sabe adaptarla a nuestra especial idiosincrasia. El caso de Nebra y de muchos otros vienen a reforzar esa idea de la interrelación de estilos y modas en el mundo musical español del siglo XVIII.

La versión que hemos escuchado y visto en el Teatro de la Zarzuela ha constituido un ejemplo de buen gusto, de acertado criterio de adaptación. El libreto de Nicolás González ha sido aligerado de su excesiva carga de diálogos y se han simplificado también los recitativos, colaborando así a que presentara una mayor agilidad, evitando que se llegara a la premiosidad que en ocasiones tienen las producciones de obras de esta primera etapa dieciochesca.
Por ello hemos escrito en el título que Iphigenia en Tracia ha supuesto el triunfo de la música, de la bella música de Nebra sobre cualquier otro aspecto y consideración. Posiblemente es esto lo que han tenido muy presente Amat y sus colaboradores, utilizando un juego escenográfico que es muy escueto, muy austero, con el trazado de unas líneas llenas de sobriedad pero cargadas de simbolismo, dejando el gran protagonismo a la música, a una música que se eleva poderosa ofreciendo una riqueza melódica muy interesante y contando con un basamento armónico perfectamente diseñado. Arias, dúos, conjuntos de a cuatro alcanzan el alto nivel que le corresponde a la música de Nebra aligerada de cualquir otro aspecto que pueda considerarse superfluo. El resultado es eficaz y hace que en ningún momento se tenga la impresión de esa premiosidad, a la que antes me he referido. Se siguen modelos muy similares a los italianos, pero Nebraconsigue dotar de una personalidad propia cada momento, cada situación, con un tratamiento muy inteligente de los distintos personajes. Todos cantantes y todos basados en las voces femeninas. La actuación de los personajes de declamación quedan aquí obviados en aras de la agilidad de una obra que tiene una acción teatral un tanto reducida.
Las voces que han incorporado a los seis personajes que se desenvuelven en la escena, han estado bien escogidas y han cumplido adecuadamente su misión, teniendo en cuenta que no se encuentran momentos de altísima dificultad, sino que el curso de la partitura ofrece unas posibilidades muy interesantes a los intérpretes. El personaje principal, el de Iphigenia, ha estado adecuadamente servido por una María Bayo que se ha desenvuelto con comodidad en su labor interpretativa. Sin grandes alardes pero con un sentido de fidelidad hacia el personaje, su actuación ha sido importante. Con ella han realizado una labor más que discreta, muy interesante, el resto de los personajes, Auxiliadora Toledano como Orestes; Ruth González ha dado vida a una convincente Dircea y Polidoro ha estado bien interpretado por Erika Escribá-Astaburuaga. Las figuras de losgraciosos, en parte herencia de nuestra tradición teatral del siglo de oro, ha corrido a cargo de un aceptable Mochila, encarnado por Mireia Pintó y una espléndida, grata y simpática actuación de Lidia Vinyes-Curtis que bordó su personaje de Cofieta.
Bien muy bien la orquesta dando importancia que tiene en Nebra las páginas instrumentales, con clara influencia italiana, dirigida con buen tino por Francesc Prat, y una adecuada y -ya lo hemos escrito- sobria dirección escénica de Pablo Viar.
En resumen, una buena e interesante representación que hace que esperemos con verdadero interés e ilusión la nueva apuesta por una obra poco representada, pero importante en cuanto a calidad, del catalán Amadeo Vives que constituirá la próxima gran cita en la Zarzuela. Nos estamos refiriendo a La Villana cuyo libreto bebe también de la importante fuente de la creación teatral de Lope de Vega. Entretanto, recordaremos con verdadera satisfacción este homenaje a Nebra, con su recuperada Iphigenia en Tracia.
José Antonio Lacárcel