La soprano escandinava Irene Theorin ha triunfado en su debut como la princesa de hielo de Puccini en la 30 edición del Festival de Peralada de este año en una producción poco novedosa y menos interesante dentro de una corrección aburrida firmada por Mario Gas.
La apuesta fuerte del Festival de Peralada dentro de la lírica siempre es la producción de una ópera que este año ha correspondido a Turandot de Puccini con resultados variados dependiendo de donde y a quien se mire.
Si comenzamos por la parte escénica es la peor parada. Turandot es simple como un cuento oriental y a la vez tiene la espectacularidad de una gran ópera que exige grandes efectivos y una gran movimiento de masas, de vesturio de personajes y caracterizaciones. Ni lo uno ni lo otro han conseguido el director de escena Mario Gas ni su equipo de cuatro ayudantes de dirección, un exceso cuestionable para tan pocas ideas y mal desarrolladas.
La escenografía de Azorín simple pero gigantina ha causado más inconvenientes que virtudes en un profesional que normalmente acierta como en su Otello de la pasada edición en este mismo Festival. Su pagoda giratoria, que se va estilizando, junto con un gran disco dorado son los dos elemento escenográficos constantes en la propuesta y que impiden al coro una buena colocación y visión del director lo que supuso resbalones y desajustes de entradas y conjunción de emisión.
Por otra parte hay errores de primerizo como poner gente del coro como guardias imperiales dando la espalda mientras han de cantar, cobrando protagonismo visual unos figurantes que hacen de mimos silenciosos y grotescos mientras el coro canta sus diversas partes del primer acto.
En general el escaso movimiento escénico repercute en una sensación de monotonía y aburrimiento con un coro peremnemente tirado en el suelo sin sentido, o cubiertos con unas mascaras de mercadillo carnavalesco que se ponen o se quitan en solidaridad con los aciertos del tenor del segundo acto. Y esto se traspasa a la dirección de solistas igualmente pobre y gratuita, con movimientos y gestos de la tan denunciada y denostada dirección de otra época sin ningún tipo de emoción más allá de la provocada por los intérpretes como músicos que no como actores. Otros momentos cuanto menos extraños son los traductores gestuales del doble pregón del Mandarino (primero por dos cortesanas y después por los tres ministros) que distraen la correcta intervención de José Manuel Díaz en este breve rol.
Y lo más discutido y nuevamente se subraya la falta de ideas de la dirección escénica es la parte final de Alfano en vestido de concierto y absolutamente estática, a parte de la caprichosa degollación de pollos en plena tortura de Liu antes del suicidio convirtiendo uno de los momentos más dramáticos en un mal chiste de carnicería de barrio.
No entendemos cómo un gran director de teatro tiene un resultado tan mediocre en el campo operístico aunque una primera explicación es que como en todo hace falta más continuidad y maduración de ideas y trabajo que es lo que más se echa de menos en lo que se ha ofrecido este año con la ópera póstuma del compositor de Lucca.
Musicalmente podemos estar más satisfechos aunque en esta segunda representación de la que hacemos reseña el tenor Roberto Arónica tuvo graves problemas vocales que fueron acentuándose del primer al segundo acto incluso cantando alguna frase en octava grave pero que milagrosamente se recuperó en el tercero culminando una buena interpretación de un Calaf vestido más de Juego de tronos que de Príncipe tártaro. Su poderoso instrumento nos regaló una generosa interpretación del Nessum dorma para compensar una más lamentable primera aria.
El debut de la soprano mexicana María Katzarava en Peralada en el rol de Líu fue premiado con grandes aplausos . Su voz oscura y su timbre aterciopelado acompañado de un bello fraseo convenció a gran parte del respetable en sus dos arias.
Igualmente debutaban el tenor Josep Fadó como Emperador y el bajo Andrea Mastroni como Timur. Por primera vez he escuchado el papel del anciano Altoum cantado correctamente por una voz compacta, sin vibratos falsos de viejo lo cual es de agradecer y digno de felicitar en un rol que pasa normalmente desapercibido. Mastroni tiene una voz adecuada con una proyección generosa en todos los registros si bien sus constantes convulsiones escénicas no favorecen la configuración de un personaje de dignidad real sino más bien la de un mendigo con parkinson que seguro que corregirá a medida que vaya adquiriendo experiencia y edad.
Otros triunfadores de la noche fueron los ministros Ping-Pang-Pong interpretados respectivamente por Manel Esteve, Francisco Vas y Viçens Esteve Madrid. Vocalmente fueron magníficos con un empaste en los conjuntos ya desde su presentación escénica en el primer acto y cuidando las diferentes intervenciones solistas del segundo en las que destacó por tener un papel más extenso el Ping de Manel Esteve con un cuidado fraseo sin dejarse llevar por una emisión forzada sino redondeando el relato del inicio del segundo acto así como la parte más lírica del terceto “Ho una casa nell’Honan” y adaptando al dramatismo y crueldad del tercer acto su vocalidad. A su calidad canora se unió su gran capacidad escénica siendo los únicos que verdaderamente movieron la acción teatral y donde la dirección escénica estuvo más inspirada, a pesar de los criticados momentos de pequeñas licencias viciosas (fumar, snifar y beber) pero que se ha de decir a su favor que acompañaban perfectamente el discurso musical pucciniano. La visión contemporánea de Gas de estos personajes se reflejaba en un progresivo despojamiento de los ropajes chinos para mostrar más claramente el smoking que llevaban desde el inicio por debajo. Una idea como otra cualquiera que hubiera sido mejor acompañada de una dramaturgia más clara y diáfana en esta línea y no parcial en estos tres personajes.
Destacar la participación de las voces infantiles del Coro Amics de La Unió de Granollers bajo la dirección de su titular Josep Vila que aunque no aparecieron en escena sus voces resonaron en el Auditorio nítidas, empastadas y muy profesionales.
La orquesta del Teatre del Liceu nuevamente volvió a Peralada para demostrar su profesionalidad a pesar de que la coordinación entre el foso y la banda interna no fue del todo perfecta pero los resultados fueron correctos bajo la batuta del director debutante italiano Gianpaolo Bisante que está en plena ascensión de su carrera y que dirigirá la ópera de inauguración de la próxima temporada del Liceu, Macbeth de Verdi en octubre. Su gesto es claro, con buenas ideas que no se cumplen del todo en el resultado sonoro, aunque su trabajo ha resultado correcto e interesante en algunos momentos de climax.
Dejamos para el final a la protagonista de la velada, Irene Theorin y su Turandot. Tras el aclaparador éxito de su Isolda en el coliseo Barcelones en el 2012 volvió para encarnar Brünnhilde en las tres últimas jornadas de la Tetralogía wagneriana de Carsen en las tres últimas temporadas en el mismo teatro con lo cual ha provocado que su presencia en Peralada llenara el aforo para este debut esperado. No ha decepcionado ya que es uno de sus roles fetiche desde hace algunos años y lo domina a la perfección tanto musical como escénicamente. Si es una cantante con un instrumento de un volumen considerable su mejor baza es saberlo utilizar para potenciar el texto a partir de una paleta de colores y dinámicas que pocas sopranos de su cuerda pueden lograrlo. Pianos sutiles en los momentos más irónicos, junto con toda la artillería sonora en los momentos de verdadera expresión dramática como en su racconto inicial o sus dos posteriores duós, mezclando con un lirismo absoluto en el último dúo donde cae rendida la princesa de hielo ante el fuego pasional de Calaf.
Normalmente aunque es la protagonista y el personaje que da nombre a la ópera casi siempre los aplausos más entusiastas se los lleva la cantante de la bondadosa Líu pero no sucedió así en este caso, donde Irene Theorin se llevó las mayores ovaciones de la noche y muy merecidas.
Confiemos que este magnífico debut sea la puerta de inicio de una larga amistad de la soprano con el Festival con futuros compromisos de igual o mayor calidad.
Como insinuamos al principio el balance tiene sus luces y sus sombras pero que si lo ponemos en el conjunto del Festival no hay sino que felicitar a su director artístico, mecenas y a todo su equipo por este trabajo ímprobo que en esta edición corona los 30 años de regalar cultura, arte y buena música desde la comarca del Empurdà a todo el mundo.
Robert Benito