Joan Manén Por Germán García Tomás
La figura del barcelonés Joán Manén (1883-1971) se encuentra, como la de tantos otros compositores españoles herederos del nacionalismo musical, en un injusto olvido. La asociación que lleva su nombre y su presidente, el pianista Daniel Blanch, son los artífices de este sexto disco de la colección Manén en el sello La mà de guido en el que se convoca la integral de obras para voz y piano de un músico que llegó a desarrollar una exitosa carrera como violinista y cuya depurada técnica era comparada con la del mismísimo navarro Pablo Sarasate. Su sólida formación en la Hochschule de Berlín le llevó a cultivar en su faceta creativa todos los géneros musicales, entre poemas sinfónicos, conciertos, música de cámara, ballets, óperas y, como viene a reivindicar en parte este álbum, la canción con texto en alemán, el tradicional lied, cuya estética le acerca en ocasiones al drama wagneriano y al posromanticismo de Richard Strauss. Y es que estas canciones tanto en lengua alemana como catalana, con una mínima incursión en el castellano, revelan a un compositor que se movía cómodo por el terreno de la melodía sencilla, pero no por ello de menor intensidad expresiva que sus obras más ambiciosas. Asimismo, Manén demuestra el dominio de todos los recursos tanto del folclore de su tierra natal como de los códigos estéticos del lied alemán que entroncan sus raíces en Franz Schubert, creador de la forma. En ese aspecto, podemos hablar de un afán de universalidad y cosmopolitismo en su música, cuyos códigos estilísticos se adaptan a todos los contextos culturales y sociales.
La primera tanda está protagonizada por la joven soprano Julia Farrés-Llongueras, que con su timbre penetrante e incisivo, es capaz de conferir todo el encanto y la profundidad emocional que demandan estas piezas, revistiendo a algunas de ellas de expresiones cuasi operísticas. Las Cinco canciones alemanas op. A-4 llevan textos del barón Ernst von Wolzogen, amigo del músico y creador del primer cabaret literario de Berlín. Amén de un gusto por este mundo de las variedades, las melodías que aquí hallamos, con cierto halo salonístico, no pueden calificarse de frívolas e intrascendentes, pues son profundamente evocadoras de un mundo y una realidad que fue, como esa nostalgia que imprime a la primera de las canciones, Chopin, todo un expreso homenaje al compositor y pianista polaco con citas pianísticas literales de su famoso preludio op. 28 nº 15, de la gota de agua, o de su nocturno op. 9 nº 2. El encanto poético y la comunión entre texto y música parece ser la intención buscada y pretendida por Manén en canciones que parecen mirar a Schumann no sólo por sus evocativos y románticos títulos (Rosenbaum, Reife), sino por su concentrada expresividad.
Mucho más interesante nos resulta el segundo ciclo. En este caso, las Cuatro canciones alemanas op. A-10 con versos de Margarethe von Schuch y Louis Zacharias, son mucho más lúdicas, como la simpática Serenade y especialmente la que cierra la colección, la desenfadada Prinzesschen, y que hace pensar, salvando las distancias, en la continua exclamación dirigida a Salomé por parte de Narraboth en la vanguardista ópera straussiana que a buen seguro fascinó a Manén por esos primeros años del siglo XX. Aun así, encontramos también una contenida y trágica pero muy bella canción fúnebre: Der Totenkranz. Liebesjubel es la breve y apasionada canción que Joan Manén reconvirtió en catalán en Esclat d’amor y que da título al compacto, una melodía que tenemos el placer de escuchar aquí en sus dos versiones. Flecha es una de sus dos canciones ibéricas que representa la breve concesión al castellano con un interesante acompañamiento pianístico y un tratamiento vocal que se entronca en la más ortodoxa tradición del nacionalismo musical español, pese a encontrarnos ya en 1936, a las puertas de la Guerra Civil.
Balada, ya en catalán, es la segunda de estas canciones a partir de la cual asistimos a toda una insigne contribución para el florecimiento de la canción catalana por medio de ciclos como Tres cançons, que popularizaron cantantes como Conchita Supervía o Mercè Plantada. Es el tenor David Alegret el que presta su timbrada voz de lírico para hacer revivir con notable capacidad narrativa los textos de este segundo bloque, tanto el de la hermosa y nostálgica trilogía aludida y del más doméstico y optimista ciclo de las Cuatro canciones catalanas, -todo un pequeño universo de melodías populares-, como de otras melodías sueltas (Amunt, Ufania y la célebre Esclat d’amor), todas ellas con textos del propio autor y que, por desgracia y como punto negativo a este trabajo discográfico, no se incluye ninguno (ni original ni traducido) en las notas al mismo. Valiosísima iniciativa por tanto la de dar a conocer la obra vocal de Joan Manén por parte de Daniel Blanch, cuyo buen hacer desde el acompañamiento pianístico recrea con imaginación, esmero y atención al matiz tímbrico, en ocasiones de sumo encanto impresionista, las sutilezas y exquisitos detalles que el compositor catalán despliega por doquier.