John Adams. Concierto. Madrid. Opera World

Jhon-Adams

Paisajes sonoros

Ciclo Sinfónico. Orquesta Nacional de España.

John Adams. Cuarteto Attaca.

Auditorio Nacional de Música. Madrid. 21 de febrero de 2014.

La fuerza, mezclada con el heroísmo lírico que propugna una obra como Fidelio ha sido enaltecida a lo largo de los años con la firmeza, a la par que flexibilidad, de la batuta que han empuñado muchos directores. La Orquesta Nacional de España ensalzó la musicalidad de la Obertura de Fidelio opus 72c del L.V. Beethoven, condensando estas dos características. Por otro lado, el maestro John Adams, con un gesto poco definido, más bien superfluo, no consiguió transmitir a la propia orquesta la fuerza dramática y el encanto de la propia obra.

La Obertura sirvió como preámbulo y contexto de los dos estrenos interpretativos que la ONE exhibió con personalidad. El primero de ellos, Absolute Jest (2012), en palabras del propio compositor es una fantasía más que una broma, que sería la traducción literal del título. Adams, previo a la interpretación, introdujo al público a la obra a través de tres extractos de los últimos cuartetos de Beethoven, los opus 131 y opus 135 –interpretados con gran talento por el Cuarteto Attaca–, de los cuales utilizó los motivos principales para descomponerlos posteriormente y convertirlos en un paisaje sonoro. No sólo se percibió la presencia de Beethoven en esta pieza, sino alguna sutil referencia a otras obras maestras, como el tema central del primer movimiento de la quinta sinfonía de G. Mahler.

La lectura o visión de una obra suele permutar con el paso del tiempo o con la propia percepción del músico que la interpreta. Pero en esta ocasión no, esta vez el privilegio de contar con la propia visión del compositor permitió que no hubiera intermediarios, sólo una orquesta. Así es como John Adams presentó a la ONE sin artificios, sin interpretaciones ajenas, bajo una mirada natural, su obra Harmonielehre (1985). La sala se sumió en una atmósfera surrealista y mágica que Adams construye gracias a la simultaneidad de armonías mayores y menores y que los músicos fusionaron en una perfecta masa sonora. La atención de éstos se palpaba a través del ritmo interior del concertino que marcaba con el arco el pulso de la obra. Ese tempo obstinado e insistente parecía ser una verdadera dificultad pues pudimos percibir algunos desniveles que aunque no afectaron a la emoción del momento no pudimos obviar su existencia.

Si la música siempre supera toda expectativa de deleite y placer, en esta ocasión toda descripción posible del acontecimiento resulta trivial pues el abundante espectro sonoro compuesto por John Adams invitó a desconectar todos los demás sentidos y posiblemente a algo más. Sigamos descubriéndolo.

Esther Viñuela Lozano