
Quizá como contrapunto necesario a la alegría navideña, el Carnegie Hall de Nueva York presentó el pasado domingo a la mezzo Joyce DiDonato en el Winterreise de Franz Schubert, con Yannick Nézet-Séguin al piano.
Con un auditorio lleno, el recital contaba con el interés de escuchar a la célebre solista de Arkansas en un terreno nuevo para ella. La cantante debutaba la parte, pero ha demostrado en ocasionen anteriores su maestría en el repertorio romántico alemán. Además, su cercanía personal con el director de la Metropolitan Opera, Yannick Nézet-Séguin, garantizaba una libertad creadora cuyos frutos se anunciaban de lo más apetecibles.
Tampoco escapaba a la expectación del público neoyorkino el hecho de que DiDonato se atreviera con un ciclo de lied diseñado para un cantante varón. En el mundo de hoy, y más aún en el arte, las fronteras entre sexos apenas alcanzan hasta lo que de expresivo tiene el contraste entre ellos, y poco más. DiDonato ya explotó con éxito la ambigüedad sexual de los personajes de ópera en su disco Divo, Diva. Pero Winterreise es distinto. No es que no haya sido interpretado por otras en el pasado, basta recordar a las Fassbaender, Gerhardt, Lehmann, Ludwig… Pero aquellos fueron ejercicios que más tenían de estéticos que de semánticos. Se dice que cuando la mismísima Elisabeth Schwarzkopf intentó abordar el ciclo, no encontró respaldo. Y al preguntar por qué, la respuesta fue simple, ´Porque Elisabeth, no eres un hombre´. La música de Schubert es universal, atraviesa épocas, edades y sexos, pero el texto de Müller es unívoco en este sentido.
Tal vez por ello, la apuesta de YNS y Joyce DiDonato se libra en un territorio incierto. Sobre el escenario, la solista lee un diario que ha recibido en el correo, tal vez del marido ausente para siempre. Las canciones son, por tanto, ´leídas´ por la cantante-portavoz, que no encarna no dicho sino que más bien realiza un ejercicio vehicular, de exégesis del texto. Es sin duda una estrategia inteligente: los artistas se adueñan de la música y la interpretan con total libertad, mientras que los problemas del texto quedan así superados. No obstante, se introduce una barrera entre la obra y el espectador, algo así como un velo que no deja respirar la obra. Por otra parte, este ejercicio exige a la solista un sobreesfuerzo expresivo para dotar de sentido pleno a las canciones. DiDonato interpreta a una mujer que interpreta las palabras de Winterreise: una perífrasis desconcertante, incluso contando con la inigualable intuición expresiva de DiDonato.
Pero nuestra artista no es considerada en vano una de las mejores voces de esta década que termina. Su Gute nacht sonó sugerente, expansiva y un tanto acelerada por Nézet-Séguin, aunque siempre cuidadosa, con la sorpresa del descubrimiento del diario. En las pareadas Gefrorne Tränen y Erstarrung, la cantante se desenvolvió con soltura y dejó un canto elegante pese a su desconexión con el piano, que sonó brusco y descastado. La línea vocal se compactó en Der Lindenbaum, posiblemente la canción más bella del ciclo, de la que DiDonato dio buena cuenta. Un vibrato eléctrico dio cierre a la emotiva Wasserflut, y enlazó con una preciosa Auf dem Flusse, cuajada de colores vocales y mucho más limpia en el teclado de Nézet-Séguin. Según avanzaban el recital, DiDonato exploraba los recovecos de la partitura empleando todos sus recursos: un depurado uso de los reguladores y poderosas frases en falsete, de lacerante emoción; portamentos inesperados y misteriosos, casi lamentos insertados en el texto; o la impostación en los graves, empleada más como recurso expresivo que como atajo técnico. Algunos podrían aducir que la mezzo cantaba algo fuera de estilo, y que en su búsqueda extrema de la expresión dejó de lado la pureza de la línea vocal y se echó en brazos de una impostación antinatural. Y tendrían razón. Pero lo cierto es que resultaba imposible abstraerse a la autenticidad de un canto genuino en su arte.
Ante todo ello, la falta de imaginación de YNZ al piano no encontraba escondrijo. Tan sólo en fugaces destellos, como en la soleada Frühlingstraum el canadiense dio muestras de su saber musical. Era claro que la cantante había preparado el recital con más seriedad que el pianista.
He ahí el esquema de la velada: una Joyce DiDonato inspirada y heterodoxa seguida a duras penas por un anodino Yannick Nézet-Séguin. En la última lied, El Organillero, la mezzo cierra el diario y canta por vez primera en primera persona. La canción resultó todo un alegato de arte vocal, con un sonido terso y una media voz fascinante. El efecto fue inmediato en los espectadores, que conectaron al momento con la artista. Cundió entonces en el Carnegie Hall la amarga sensación de que la audacia de la propuesta había sido infructuosa.
Carlos Javier López