
Juan Diego Flórez, acompañado por el reconocido pianista Vincenzo Scalera, ofreció un atractivo concierto en el Palau de la Música de Valencia, que desató aclamaciones y rotundos aplausos por parte de la audiencia que colmaba el coliseo de la Alameda. Para corresponder al efusivo trato del respetable el cantante ofreció tras su programa nada menos que cinco bises, los tres primeros acompañándose con la guitarra con temas de su tierra (uno con la letra transmutada en loor de las tierras valencianas) acabando con la popular canción «Júrame» y el aria «Nessun dorma» del cuarto acto de «Turandot» que supuso el mejor bombón para un público engolosinado. No era para menos, la verdad. El tenor peruano conserva una envidiable facilidad en el registro agudo que le permite atacar notas estratosféricas y que ha sido su mejor tarjeta de visita en los más importantes teatros del mundo.
De un tiempo a esta parte su voz se ha asentado más en el centro y el programa que ofreció muy de la cuerda lírica, era una buena prueba de ello. Es cierto que esa dimensión central es evidente pero no lo es menos que al aumentar de volumen en esa área se ha incrementado más la emisión gutural que es lo menos atractivo de su voz, que encuentra su mayor calidad superado el passaggio en la emisión de cabeza. También tiende a incrementar la potencia de los agudos con una mayor presión subglótica de cara a satisfacer a la galería.
Ahora bien, por otra parte, no se puede negar que el cantante tiene sensibilidad, buen gusto y que canta con excelente técnica e indudable esmero, cuidando mucho el matiz y más particularmente los reguladores. Es afectuoso y comunicativo en el trato con la audiencia, actúa con un gesto expresivo que llena el escenario y todo ello no hace sino alimentar la devoción de la escucha.
Las canciones de Bellini con las que abrió la primera parte del programa el sudamericano, permitieron al par que calentar la voz, mostrarnos a un intérprete musical y sensitivo que particularmente se enquimeró con el «Largo y tema en Fam» que en verdad era una hermosa aria de fértil melodía. No escamoteó los Reb del «A te o cara» de «I puritani» cantado muy en la línea de Kraus aunque sin su elegancia y su emisión diáfana, y el de «Allegro io son» de «Rita» de Donizetti en su versión italiana que concluyó la primera parte, más belcantista que la segunda.
Abrió su actuación tras el descanso con una sugestiva versión de la popularísima «Dein ist mein ganzes Herz» de «Das land dels Lächelns» fraseando muy bien la atractiva melodía, aunque uno buscaba una versión con una voz de más peso. Algo que también sucedió en el vals de «Giuditta» del mismo autor, en el que contrastó la sutileza de la emisión con la intensidad del agudo en el que se permitió una circunferencia para que el púbico de los cuatro puntos cardinales de la sala pudiera apreciarlo.
Su lectura del aria de la flor de «Carmen» no pudo ser más lírica y hoy ese modo de decir a lo Gedda parece estar demodé. Sin embargo, por el contrario, no hizo la más mínima concesión al fletismo y no apianó el Sib de «je m’enivrais». Lenta de tiempo e incluso aburrida de intención fue la hermosísima aria enamorada de Faust de la ópera homónima de Gounod, donde el único punto de interés estuvo en la poderosa emisión del Do sobreagudo de «La presence». Cerró el recital con dos arias de Verdi, la de Foresto del prólogo de «Attila» y la de Oronte de «I lombardi». No son especialmente idóneas para su voz que requieren unas condiciones más spinto, pero pese a todo, el tenor las defendió bien llevando el agua a su molino, sobre todo en la tesitura alta.
No podemos abandonar este comentario sin ocuparnos del acompañante. El maestro Scalera es un diestro pianista con indudable oficio, manifiesto en la gran cantidad de divos a quienes ha acompañado desde hace muchos años, que se puso de manifiesto en las piezas ofrecidas en solitario, todas ellas de autores operísticos, con que entretuvo al público en los periodos de descanso del solista. Pero fundamentalmente junto a la intención musical de cada partitura hay que loar su sentido de la respiración con la que desde el teclado se vincula con Flórez.
El concierto fue atractivo, el público salió satisfecho pero este comentarista no pudo dejar de pensar en Alfredo Kraus que dio su último recital en ese mismo escenario hace 20 años. En la comparación, Flórez no salía demasiado bien parado.
Antonio Gascó