
Como decía ayer, el gran atractivo de este viaje a Munich era asistir a la nueva producción del Otello de Verdi, que contaba en el foso con la presencia de Kirill Petrenko, mientras que en el reparto había un trío de gran renombre, como es el caso de Jonas Kaufmann, Anja Harteros y Gerald Finley.
El resultado de la representación ha respondido únicamente a medias a la gran expectación que había levantado previamente. Hemos asistido a una gran versión musical de la obra maestra de Giuseppe Verdi, acompañada de una producción de muy escaso interés y un reparto vocal, en el que la mejor parte se la ha llevado Desdémona y donde Otello ha quedado por debajo de lo que puede esperarse del tenorísimo de los tiempos actuales.
Para ocasión tan señalada la Bayerische Staatsoper ha querido ofrecer una nueva producción, que sustituyera a la de Francesca Zambello, que tuvo aquí su estreno en 1999 con motivo del debut en el personaje de Otello por parte del argentino José Cura. La nueva producción ha corrido a cargo de la alemana Amélie Niermeyer, de quien no conocía otro trabajo escénico que el de su producción de La Favorite que pude ver en este teatro en algunas ocasiones anteriormente. No diré que su trabajo me ha decepcionado, porque eso significaría tener altas expectativas, lo que no era así, teniendo en cuenta mi experiencia anterior con la señora Niermeyer.
El arranque de la ópera empieza a resultar preocupante, ya que en la escena de la tempestad nos encontramos con un escenario en dos niveles, estando el inferior oscurecido con presencia de un coro que parece preparado para un concierto y en la parte superior el dormitorio de Desdémona, que parece esperar a Otello, quien entra en la habitación y canta el Esultate! lo que muy poco sentido tiene. Desaparece a continuación el dormitorio y nos encontramos en la parte inferior para la escena de Iago y sus maquinaciones con Cassio, volviendo de nuevo el dormitorio de Desdémona para el dúo de los dos protagonistas.
A partir del segundo acto estamos en un escenario (Christian Schmidt) único para toda la ópera consistente en un gran dormitorio, más bien doble. Por delante el de Otello y por detrás el de Desdémona, que casi está en escena, aunque muda, casi toda la ópera. Toda la acción se desarrolla en estas paredes, resultando patética la ofrenda floral de los niños a Desdémona, que casi hacen un catafalco de flores. Los movimientos de Otello en el tercer acto intentando escuchar la conversación de Cassio y Iago resultan ridículos. La ópera se corona con una escena final absurda, en la que Otello mata a Desdemona en la habitación de ésta, mientras acaba cantando Nium mi tema ante un lecho vacío y en su propia habitación, ya que se ha retirado del escenario la de la asesinada Desdémona.
No hará falta insistir en que la producción me parece ramplona y poco interesante, trayendo la acción a tiempos actuales, con un vestuario sin mayor relieve, obra de Annelies Vanlaere. La iluminación de Olaf Winter resulta correcta.
Lo mejor de la representación ha estado indudablemente en el foso, donde la dirección de Kirill Petrenko ha vuelto a ser magnífica. Merece la perna cualquier viaje a Munich si su director titular está en el foso. Su conocimiento de la partitura es impresionante y es todo un espectáculo verle dirigir, ya que la elegancia, los matices y la delicadeza, cuando no la fuerza, están siempre presentes. ¡Que gran director y cómo le vamos a echar de menos! Espectacular también la prestación de la Bayerisches Staatsorchester, como siempre que actúa bajo su batuta. Buena la actuación del Coro de la Bayerische Staatsoper.

Otello fue interpretado por el tenor de referencia en la actualidad, es decir el muniqués Jonas Kaufmann, que cantaba el personaje por primera vez en este teatro. No era su debut en Otello, ya que el mismo tuvo lugar en Julio del año pasado en el Covent Garden de Londres. Fui testigo de su debut londinense y recuerdo que salí decepcionado de su Otello. Bueno será recordar que se alternaba con Gregory Kunde y el americano me resultó mucho más convincente que el alemán, Ha pasado año y medio desde entonces y la impresión de su actuación es muy parecida a la de entonces. No es el suyo el Otello que se puede esperar del gran tenor lírico-spinto de los últimos años. Hace tiempo que vengo notando que la voz de Kaufmann no corre como hace unos años, a partir de los problemas vocales que tuvo y que le obligaron a estar en dique seco unos cuantos meses. Ni en el Esultate ni en ninguno de los momentos claves de su actuación consiguió salir de lo que podríamos llamar un aurea mediocritas y no es eso lo que se espera de Jonas Kaufmann. Para mi gusto lo más convincente de su actuación fue su despedida de la ausente Desdémona. Debo decir que la reacción del publico en los saludos finales tampoco mostró entusiasmo.
Anja Harteros lleva años demostrando que es una de las mejores sopranos del mundo. No digo la mejor para no entrar en problemas con quienes le dan el título (no les falta razón) a Anna Netrebko. Su Desdémona fue magnífica, especialmente en la Canción del Sauce y en el Ave María final, que fueron estremecedoras y brillantísimas. Recuerdo haberla visto como Desdémona en Munich en la producción de Francesca Zambello y tanto entonces como ahora su actuación ha sido un auténtico placer para el oído.
El malvado Iago fue interpretado por el barítono canadiense Gerald Finley, que tuvo una destacada actuación, interpretando de manera sobresaliente al personaje en escena, y mostrando una voz adecuada y bien manejada, aunque le falta eso que no puede definirse fácilmente y que se ha dado en llamar italianitá.
Lo hizo bien el tenor americano Evan Le Roy Johnson como Cassio. Buena también la prestación de Rachael Wilson como Emilia. Menos convincente me resultó Bálint Szabo como Ludovico.
Correctos Galeano Salas en Roderigo y Milan Siljanov como Montano, cumpliendo bien Markus Suihkonen como Heraldo.
El teatro hacía mucho tiempo que había agotado totalmente sus localidades, siendo numerosa la presencia de “suche karte” en las proximidades del teatro. La recepción a los artistas fue de triunfo indiscutible para Kirill Petrenko y Anja Harteros, con cálidas ovaciones y bravos para Gerald Finley, y la recepción más fría que dedicó el público a Jonas Kaufmann.
La representación comenzó con los consabidos 5 minutos de retraso y tuvo una duración de 3 horas y 9 minutos, incluyendo un largo intermedio. Duración musical de 2 horas y 22 minutos. Diez minutos de aplausos, es decir cuatro menos que el día anterior en Jenufa.
El precio de la localidad más cara era de 243 euros, habiendo butacas de platea desde 143 euros. La localidad más barata con visibilidad costaba 67 euros.
Terminaré diciendo que asistía a la representación como un espectador más el gran bajo Matti Salminen. Fue reconocido por el público y había que ver la cola que hacía la gente para sacarse fotos con él en el intermedio.
José M. Irurzun