El Municipal cerró su ciclo de ópera del año con “El Elixir de Amor” de Donizetti, en una propuesta convencional que recalca aquellos elementos que la vuelven una obra favorita del público.
- En la tercera función oficial de la ópera “El Elixir de Amor” de Donizetti en el Teatro Municipal, quedó en evidencia la ventaja de contar con dos elencos para cada producción. Previo al inicio de esta presentación del abono Opera Internacional, que sirve de base para la presente columna, se anunció que el barítono Pietro Spagnoli se encontraba indispuesto y que sería reemplazado por el chileno Sergio Gallardo (Opera Estelar). Hablamos del fundamental rol de Dulcamara, quien es el que mueve los hilos de la trama de este título, donde se funden humor y una historia de amor llena de ternura y sentimentalidad.
En su totalidad, el montaje es una propuesta convencional que recalca aquellos elementos que la vuelven una obra favorita del público. El marco de este montaje es una reposición a cargo de Rodrigo Navarrete, de una concepción original de Filippo Crivelli que con mucho éxito se mostró en el Municipal en 1991. El vestuario es de Germán Droghetti y la iluminación pertenece a Ramón López, mientras que ambos son autores de la escenografía. La pequeña aldea italiana se mueve temporalmente a comienzos del siglo XX, manteniendo el espíritu campesino de inocencia y sentido de comunidad.
En esta recreación comunitaria destaca el papel ejercido por el Coro del Teatro Municipal que prepara Jorge Klastornick. A su constante excelencia musical, se sumó un equilibrado desempeño escénico por parte de sus miembros. Una coordinación de ningún modo mecánica y llena de gestualidad natural. Desde el foso, el maestro italiano Antonello Allemandi consiguió extraer un dulce sonido de la Orquesta Filarmónica de Santiago. Su manejo del estilo fue certero para conseguir una unidad musical pletórica de colores instrumentales y una frescura rítmica, que sumado a lo que sucedió sobre el escenario hicieron de este “Elixir” un triunfo sonoro.
Sobre el reparto de solistas, el nivel fue bastante parejo, con Sergio Gallardo mostrándose descollante como el charlatán Dulcamara, tanto en su aporte vocal como en su bien manejado histrionismo. La soprano estadounidense Jennifer Black hizo el rol de Adina, dibujando adecuadamente el carácter cambiante de esta, aunque en su canto le faltó volumen en algunos pasajes.
El tenor coreano Ji-Min Park fue un completo Nemorino, moviéndose con facilidad entre el campesino perdidamente enamorado al aspecto más liviano y humorístico del personaje, sobre todo en las escenas en que se embriaga. Su voz estuvo a medio camino entre un canto poderoso y con la soltura necesaria para lograr las inflexiones necesarias en cada frase de sus parlamentos. Sobresaliente, sin duda, estuvo en las dos arias más famosas del rol, “Quanto é Bella” y “Una Furtiva Lagrima”, recibiendo esta última una estruendosa ovación.
Completando los roles principales estuvieron el finlandés Arttu Kataja, quien estuvo loable en la parte musical como Belcore, aunque una mayor cuota de cinismo le habría venido bien a la interpretación de su rol; y como Giannetta, la amiga de la protagonista, encontramos a Andrea Betancur, quien anteriormente se lució en el “Cosi Fan Tutte” presentado en el Municipal de Las Condes, y que aquí confirma su fortaleza en roles ligeros y cómicos.
El público obtuvo así una versión completa y pareja de una obra que saca risas y emociones por igual. Es la manifestación de la seriedad con que puede abordarse la ópera bufa en busca de altos ideales artísticos. Y en ese sentido, destaca un pequeño detalle de este montaje. En un pasaje entre Nemorino y Dulcamara, acompañado por el piano, al mencionarse el mito de Tristán e Isolda, el pianista (Jorge Hevia) brevemente cita el comienzo de la famosa creación wagneriana. Para el espectador/oyente, un puente entre dos obras disímiles, pero que comparten el hecho de ser cumbres dentro de sus respectivos contextos artísticos.
Álvaro Gallegos M.
06/11/2013
Fotos: Patricio Melo