La ‘Atalaya Divina’ de Concerto 1700, bien defendida por Carlos Mena y Jone Martínez

                                                         Atalaya Divina Carlos Mena Por Carlos Orejas

La Historia de la Música es un relato que lleva como protagonistas a aquéllos que la escribieron. Por ello, no suele ser habitual que junto a los populares nombres de Couperin, Rameau, Haendel, Bach, Vivaldi -por citar algunos compositores del Barroco por todos conocidos- encontremos a otros como Corselli, Nebra, Literes o Moroti, compositores españoles de gran valía que trabajaron para la Real Capilla o el Real Colegio de Niños Cantores de la recién estrenada dinastía borbónica y que han sido habitualmente obviados por los musicólogos extranjeros. Afortunadamente, esto ha cambiado gracias el importante trabajo de Antoni Pons y Raúl Angulo, que han desempolvado y editado estas obras durante últimos años, cuyo resultado hemos podido disfrutar hoy. El concierto ha presentado obras de estos compositores, hasta hace poco casi olvidados y que introdujeron el estilo italiano en España, en alternancia con conciertos para cuerdas de Antonio Vivaldi, precisamente para resaltar esta filiación estética.

El contratenor Carlos Mena y Concerto 1700 interpretando el concierto ‘Atalaya Divina’ en el Auditorio Nacional © Elvira Megías –  CNDM 2022

El concierto se abrió con la cantata para contralto Cuando a pique, Señor de Francisco Corselli, compositor de la Real Capilla tras la muerte de José de Torres, que se compone de dos recitativos con sendas arias, la primera lenta y la última de bravura. La voz de Carlos Mena, cada día en mejor forma vocal, fue fiel servidora de la obra, con el acompañamiento correcto de Concerto 1700, dirigidos por Daniel Pinteño, cuyos violines dejaron escuchar algún sonido desabrido en los ritornelos de las arias, seguramente por estar fríos, al tratarse del comienzo del concierto. Carlos Mena ha acerado en los últimos tiempos su emisión vocal redondeada de contratenor -a la alemana- perfeccionada durante sus años de formación en Basilea, equilibrándola de manera interesante con un mayor vigor y filo, reforzando con el registro de pecho toda su extensión vocal, dotándola de unos extraordinarios y enfocados graves, junto a un centro y un agudo luminoso, ágil y squillante y la posibilidad de atacar los sonidos directos, sin brusquedad, en lugar de los comienzos soplados de algunos contratenores del área germánica. Esta ductilidad y versatilidad permitió dar expresión a todas estas novedades italianas en forma de trinos y volatas que llenan por completo la cantata, incluso en los recitados, seguramente escrita en su día para el castrado José Galicani, contralto de fabulosas dotes y que vino a tener el retiro dorado a España tras una gran carrera en Italia. Mena exhibió gusto y una línea de canto exquisita, tanto en la primera aria, con notas tenidas, como en la última de las arias -de bravura-, llena de vertiginosas agilidades y extrema en la tesitura, luciendo por completo las dos octavas de la tesitura de contralto sin fallas, algo muy complicado para un contratenor. Especialmente reseñable fue todo el grupo de continuo, que acompañó los recitativos: Diego Fernández, al órgano y al clave, demostró una gran solvencia improvisando unas atinadas y hermosas introducciones tocatísticas a los recitativos de las piezas y demostró una escucha atenta en todo momento a los cantantes durante todo el concierto. Pablo Zapico, a la tiorba, le hizo una digna alternancia con una interesante exploración de la textura de su instrumento en la realización del bajo y añadiendo bonitos pasajes. Atalaya Divina Carlos Mena

Siguió Ya rasga la esfera, de José de Nebra, para tiple, en la que la voz todavía juvenil de la soprano Jone Martínez demostró una frescura arrolladora, siendo digna portadora de todos los gorjeos solicitados por la partitura italianizante escrita por José de Nebra, que compartía las tareas de compositor de la Real Capilla con Francisco Corselli. Voz squillante y poseedora de metal, Jone Martínez demostró tener conocimiento estilístico y musicalidad en la ejecución de todas las inflexiones expresivas, aunque hubo algunos problemas de balance con la cuerda, demasiado sonora, que mejoraron en la segunda parte del concierto. La partitura de José de Nebra tuvo que resultar novedosa en su tiempo, tanto en la escritura vocal, lejana de la estética silábica y de tesitura más restringida de la época final de los Austrias, como en la escritura violinística de los ritornelos. En éstos, las notas repetidas, los motivos que se derivan unos de otros en progresiones armónicas y la textura magra de violines al unísono en ocasiones nos acercan al gusto galante de la Italia de la época, tan en boga, y nos aleja de la tradición finisecular popular de la tonada española, que simplemente alternaba coplas y estribillo de carácter silábico.  En este sentido, el Concierto para cuerdas en si bemol mayor RV 167 de Antonio Vivaldi refuerza el hilo conductor del concierto, que es la llegada del estilo italiano a la composición de música religiosa en el entorno de la Real Capilla. Se echó  en falta que no se recurriese a música instrumental de la época compuesta para la Real Capilla, a la que precisamente el grupo La Tempestad dedicó un disco no hace tanto, y se utilice en cambio un repertorio más accesible y manido para el oyente, aunque de primerísima calidad, como es un concierto de Vivaldi, que sonó algo soso en manos de Concerto 1700, alejado de la chispa que a la que grupos especializados italianos como Concerto Italiano, Europa Galante o Il Giardino Armonico nos tienen acostumbrados. Al allegro inicial le faltó el brío de un arco más spiccato, menos prendido a la cuerda, para transmitir esa joie de vivre, tan típico de los movimientos rápidos de Vivaldi. El sonido de Concerto 1700 resultó algo gordo y pesante, falto de ese garbo tan necesario en esta música. El movimiento lento, de carácter atmosférico resultó más interesante, especialmente gracias al arpegio de la tiorba, que actuó de catalizador y al solo de Daniel Pinteño, que sonó en algunas ocasiones descolorido y falto de presencia. El movimiento rápido final volvió a sonar algo pesado, como le ocurrió al allegro inicial. Atalaya Divina Carlos Mena

La soprano Jone Martínez y Concerto 1700 interpretando el concierto ‘Atalaya Divina’ en el Auditorio Nacional © Elvira Megías – CNDM 2022

La cantada a dúo Venturoso pastor de Francisco Corselli dio fin a la primera parte del concierto. Resultó atractivo la división de papeles en el grupo de continuo, en el que el órgano acompañó al papel de la sibila (Jone Martínez) y la tiorba al del pastor (Carlos Mena). Ambos personajes se dieron interlocución de manera muy interesante tanto en los recitativos como en el aria final, cuya interpretación de la fermata a dúo fue lo más sobresaliente en un nivel vocal y musical, impecable desde el aspecto camerístico. La cantata tiene como curiosidad unos recitativos secos con deslumbrantes coloraturas, algo normalmente reservado a las arias. Por otra parte, la escritura italianizante de la música presenta esa cualidad contrastante que mezcla el gusto por la pirueta vocal de la música teatral con  la escritura contrapuntística a la antigua. Concerto 1700 hizo un buen trabajo en el acompañamiento de los cantantes y la interpretación de los ritornelos, aunque el fraseo no subrayó de manera conveniente los momentos de extravagancia armónica que ocurren en esta música. Atalaya Divina Carlos Mena

La segunda parte se abrió con la cantata Atalaya divina de Antonio Literes, uno de los primeros compositores que, junto con José de Torres, introdujeron el estilo italiano en la corte española de la nueva dinastía. Se trata una cantata para tiple del periodo de madurez compositiva de este músico y tiene dos recitados junto a dos arias de bravura, de movimiento vivo. Fue interpretada por Jone Martínez con soltura, destacando la vivacidad rítmica en la ejecución de las agilidades -especiamente en el aria final en tiempo de jiga- y la estupenda línea de canto demostrada en la primera aria, necesaria para la ejecución de las notas tenidas, los momentos trepidantes de canto di sbalzo o la profusión de gorgeos en forma de trinos y volatas. Un concierto para cuerdas también de Vivaldi sirvió de bisagra entre las dos cantadas de esta segunda parte, en este caso el RV 121 en re mayor, que volvió a sonar algo pesante, faltando ligereza en el uso del arco, muy fijo en la cuerda.

El concierto dio cierre con un Salve Regina de Antonio Corvi Moroti, que fue contratado por el Real Colegio de Niños Cantores para enseñarles “el más moderno estilo de cantar con todo gusto y primor” y la práctica del clavicémbalo, tal como nos dicen Raúl Angulo y Antoni Pons en sus cortas, pero muy enjundiosas notas al programa. Obra muy en la senda del “Stabat Mater” de Pergolesi, que se había convertido en un ejemplo para la enseñanza de la composición en el Real Colegio de Niños Cantores, funde una mezcla de géneros, ya sea por su uso del contrapunto, como en las obras religiosas  de la época anterior, pero también por un uso de ritornelos virtuosos o pasajes en notas lentas que alternan disonancias y consonancias, como en los conciertos para cuerdas o por el dramatismo muy cercano a la humanidad descarnada de la escritura vocal de la música operística napolitana, simulando interjecciones, sollozos… Concerto 1700 dio un acompañamiento muy equilibrado a los dos cantantes solistas, resultando muy reseñables las espectaculares notas graves lucidas por Carlos Mena en el cuarto número Eia, ergo, la coloratura del solo de tiple a cargo de Jone Martínez en Et Jesum, benedictum o los efectos de solo y tutti en O clemens a través de un uso inteligente  de la dinámicas a cargo de los dos solistas en los pasajes imitativos y homófonos de este número final. Los cantantes junto a los músicos recibieron una intensa y larga ovación al final de la interpretación de esta última obra con la que concluía el concierto. Como propina se ofreció el dúo final de Amor prigioniero, de Giuseppe Bonno, compositor coetáneo de Antonio Corvi Moroti y alumno de los napolitanos Durante y Leo, también de gusto napolitano, como la obra anterior, que fue interpretado con acierto tanto por los solistas como por la orquesta bajo la dirección de Daniel Pinteño, con el que terminó el concierto y por el que orquesta, director y solistas recibieron de nuevo una calurosa ovación.

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Auditorio Nacional de Música, Sala de Cámara. Jueves 03/03/22 “Atalaya divina”: música para los castrati de la Real Capilla. Jone Martínez, soprano; Carlos Mena, contratenor. Concerto 1700: Daniel Pinteño, violín y dirección. Ciclo “UNIVERSO BARROCO” del CNDM.

Atalaya Divina Carlos Mena opera world