La Bella y la Bestia del Malandain Ballet Biarritz: música romántica al servicio de la danza

La Bella y la Bestia del Malandain Ballet Biarritz © Olivier Houeix
La Bella y la Bestia del Malandain Ballet Biarritz © Olivier Houeix

Con coreografía de Thierry Malandain, el espectáculo del Malandain Ballet Biarritz, La Bella y la Bestia, recalaba en el 66º Festival Internacional de Santander, una propuesta de danza con música de Tchaikovsky que explota la dualidad del ser humano, la simbología de la belleza y el amor idealizado en pugna con los demonios internos, la oscura esencia del ser y sus instintos.

Inspirada muy libremente en la célebre revisión abreviada del cuento de hadas escrito en 1757 por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont sobre la historia original de Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, la coreografía posee gestos de la gran tradición del ballet clásico en sintonía con los códigos artísticos de la danza contemporánea. Tal y como lo ha definido el propio Thierry Malandain, el Hombre y la Danza son el cuerpo y el alma de su Ballet, nacido hace 19 años en la ciudad de Biarritz para la creación, difusión y puesta en marcha de acciones de sensibilización.

La Bella y la Bestia tiende hacia el dinamismo y el impulso enérgico, otorgando prioridad al cuerpo danzante, el individual más que el colectivo, remarcando su sensualidad y humanidad, marcas de la casa de todo el arte coreográfico de Malandain. Su sombría propuesta, con ciertas pinceladas de luz y color, destaca por su minimalismo y sobriedad, y hace gala de recursos escenográficos que resaltan el dramatismo, como el continuo cierre de cortinas y telones que separan o dividen movimientos, relaciones o anhelos entre bailarines. Recorren la coreografía múltiples detalles y hallazgos de gran inventiva, poder evocador y subyugadora emoción, todo un cúmulo de variaciones no exentas de un encantador refinamiento.

Frederik Deberdt y Miyuki Kanei © Olivier Houeix
Frederik Deberdt y Miyuki Kanei © Olivier Houeix

El espectáculo emplea composiciones de Tchaikovsky ajenas al universo de la danza, con las que se realza el componente dramático o lírico de la coreografía presentada, caso del segundo movimiento de la Sinfonía nº 5, el primero y el cuarto de la Sexta Sinfonía, Patética, o la obertura fantasía Hamlet Op. 67, junto a otros que se acercan más a la óptica tradicional de la música de ballet en stricto sensu, como el entreacto y vals de la ópera Eugen Oneguin con que da inicio la historia, y otro tiempo de vals, el tercer movimiento de la Quinta Sinfonía.

Pese a que en una primera impresión el catálogo sinfónico del músico ruso podría no relacionarse con el componente visual que exige el ballet, lo cierto es que en general la escritura musical de las obras convocadas encaja fácilmente con el espíritu de la danza, si bien, conviene recordarlo, el programa extramusical que rodea a una obra como la Patética es totalmente ajeno a las situaciones aquí presentadas. La grandiosa plasticidad desplegada en el escenario por los 22 magníficos integrantes del cuerpo de baile se sostiene en una prestación solícita desde el foso del Palacio de Festivales del maestro Joseph Caballé-Domenech al frente de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, bien empastada y correcta técnicamente, en la que se aúnan impulso dramático para los movimientos sinfónicos y un atento y preciso sentido del ritmo para los fragmentos en tempo di vals.

Germán García Tomás