La boheme de Puccini. Málaga

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A propósito de La Bohème
Los pasados 17 y 19 de mayo tuvieron lugar en el Teatro Cervantes de Málaga las dos únicas representaciones de La Bohème de G. Puccini, cierre de una temporada si escasa para la sed que la ciudad tiene de lírica, casi imposible para los medios de que dispone (Ay, crisis, cómo te cebas en los escenarios…) y que a menudo sabe sacarles un jugo que ya quisieran espacios mucho más favorecidos. Para eso nada mejor que contar con un equipo de primera, por obra y gracia de José Francisco Carreres (director escénico y factotum de esta propuesta), fogueado en mil y una ocasiones, si bien no lo dirías a simple vista de los años que aún les quedan por dar la nota, y es que suman pocas primaveras todavía, aunque casi todas pasadas –y disfrutadas- sobre las tablas.
Una escenografía arquetípica, reconocible a primera vista. Exigencia o propuesta del guión (¡huy!, libreto, hablemos con propiedad) con su buhardilla, suponemos que tras largos tramos de oscuras escaleras, su café Momus y su  férrea cancela con garita incorporada, todo muy parisino, muy hausmanniano si se quiere, inevitable, bello,  intencionadamente demodé. Sórdido y romántico a partes iguales. París era así antes y lo es ahora. Los volúmenes resultan casi desproporcionados para el coso malagueño: apabulla su pesante corporeidad, un marco digamos que opresivo resalta bien la idea de un escenario intemporal y omnipresente, como es la propia arquitectura de la capital francesa, ajena a las venturas y desventuras de sus pobladores, a los que el tiempo sí deja una huella imposible de borrar. A la luz de gas de Hausmann o a de la Électricité de France.
La iluminación contribuye a esa sensación. La noche cubre de sombras el fondo de las calles, adonde no llega el azulado resplandor de la luna; es cómplice de amores y encubridora de los estragos de la enfermedad, secunda la impunidad de la transgresión en la taberna de la Barriera D’enfer, convertida ahora en un after de los de luces de neón… Es, en definitiva, un actor más del drama.

La-boheme2.MalagaLa tragedia de vivir. Dichoso el que ha amado, aunque se dejara en ello el alma. De nuevo el salto cronológico que define la propuesta escénica de Carreres subraya lo atemporal de las pasiones humanas. Amores correspondidos de convivencia imposible, ni contigo ni sin ti, definirían a Marcello y Musetta. Y el maldito parné que todo lo condiciona. Una Musetta sobrada –sobradísima Virginia Wagner-, provocadora y entrañable absolutamente en su papel llevada en volandas a lo Busby Berkeley por los encandilados camareros, sus bandejas convertidas en espejos para la cocotte en plan revista; rabia Marcello, es lo que hay, pero será tuya al fin. En este Segundo Cuadro prodigioso, complicado de montar donde los haya, destaca la movilidad y seguridad del Coro de Ópera de Málaga, dirigido por Salvador Vázquez y la siempre ardua -en este caso feliz- intervención de las voces blancas. La Escolanía Santa María de la Victoria tuvo el honor, preparada y dirigida por Narciso Pérez del Campo. A Óscar Ledesma, regidor, le cupo el desafío de salvar las decenas de entradas y salidas de este enredo.

Rodrigo Esteves encarna un Marcello sólido y rico de registros. Hace suyo el papel seguramente más exigente de la obra en lo que a aptitudes dramáticas se refiere. Es la plasmación del artista que se adueña de la fiesta doquiera va, en un ataque de ira o a carcajada limpia. En el Cuarto Cuadro lo vemos a golpe de aerógrafo, entre affiches/homenaje a otras tantas relecturas (Moonstruck) de la obra, y nos preguntamos cómo se las apañaría con unos simples pincelitos en 1896 un espíritu tan vehemente.
Schaunard –fantástico David Rubiera- y Colline, siempre de la mano, nos harían pensar en otras célebres parejas de hecho decimonónicas al estilo Pickering&Higgins, quienes por cierto visitaron con brillantez ha poco esta misma plaza. No seré mal pensado, pero quien esté libre de culpa que tire la primera piedra ¿a nadie se le pasó por la cabeza tanta intimidad? No. Claro. Dejémoslo ahí. En el siglo XXI ya no nos extraña esa convivencia y los vemos como lo que podrían ser… En todo caso, la vecchia zimarra, el gran momento de Colline/Miguel Ángel Zapater, no pierde un ápice de sobriedad y hondura en odres tan nuevos.

Francisco Verdú Serna. .