En 1905 cuando se construía el actual Teatro Colón, Giacomo Puccini visitó Buenos Aires. Recibió emocionado una recepción grandiosa. Desde el puerto y hasta su alojamiento, lo acompañó una muchedumbre de a pie. Cuentan que en medio de la algarabía hasta un tenor llegó a cantar “Che gélida manina”. Días después estrenó su “Edgard” y asistió en el antiguo Teatro de la Opera, a una representación de “La bohème.” El fervor popular lo acompañó y hasta las empresas de tranvías eléctricos lo hicieron pasear durante casi cuatro horas por los barrios porteños.
A partir de la inauguración del Colón en 1908, la ópera “La bohéme” ha subido a su escenario en más de cincuenta representaciones. Ahora casi al final de la temporada 2018, la obra subió a escena. Con la dirección musical de Joseph Colaneri y la escénica de Stefan Trepidi, tuvo ocho funciones con muchísimo público. También en una ocasión fue trasmitida a la vecina plaza del teatro y fue seguida por millares de espectadores a lo ancho y a lo largo del país que pudieron disfrutar la ópera por medio de internet.
Al maestro Colaneri le tocó dirigir la Orquesta Estable del Teatro Colón. He comentado en alguna otra nota acerca de la profesionalidad de sus músicos. Puestos a recrear una partitura tan bella y al tiempo muy exigente, la sirvieron excelentemente y sin concesiones. En tanto a Stefan Trepidi le correspondió la dirección escénica que contó con el apoyo de los talleres del teatro bien conocidos en el ambiente musical por los espléndidos trabajos. La recreación de las cuatro escenas que contempla “La bohéme” fue antológica. He leído que al abrirse el telón para el segundo acto en la primera función, el público lo recibió con un espontáneo aplauso.
Conocen los lectores mi reticencia ante algunas originalidades que se dan actualmente en la puestas en escena de las óperas. No las advertí en el Colón. En “La bohème” hubo un trabajo profundo que permitió el movimiento de los cantantes y los coros de acuerdo a pautas bien señaladas y que se desprenden de la partitura y del libreto..
“La bohème” tuvo una Mimí en la soprano venezolana Mariana Ortiz. Su canto fue noble en todo momento. La voz es bonita, llega a los agudos con increíble agilidad y supo trasmitir todo lo que Puccini dejó en la partitura. Puso su talento -senza sosta- en cada uno de los actos y llegó al final como si hubiese sido solamente una primaveral “passegiatta”. Junto a ella, un tenor joven encarnó a Rodolfo. Es Attala Ayan, brasileño.
Tuve oportunidad de ver en otra ocasión la trasmisión televisiva de la ópera. Las cámaras brindaron de cerca el canto y la actuación de Rodolfo. Attala puso alma y vida a su Rodolfo. Su arte no tiene “trampa ni cartón”. Fue discreto en las miradas al director de orquesta y entró con precisión cuando la puesta en escena podría haber sido un obstáculo. Su voz de tenor lírico no se amilana ante los agudos de la partitura.
Junto a Mimí y Rodolfo, la soprano argentina Jaquelina Livieri encarnó a una magnífica Musetta en los tres actos en los que cantó. Su vals fue un dechado y el donaire de interpretación de la cantante le permitió actuar sin que se lo notara. El barítono Fabián Veloz cantó e interpretó su personaje desde el principio hasta el final. Supo darle calor cuando fue necesario y pasó desde la alegría de los primeros actos a elaborar a un hombre de gran corazón. Su voz denota una excelente línea de canto. Es imposible dejar de mencionar a Carlos Esquivel, el filósofo. Cantó en tres actos y, en el último “su aria”, trasmitió una “Vecchia zimarra, addio” antológica. Así como Mimí saluda a los que están en la buhardilla, no puedo dejar de mencionar a Fernando Grassi- Encarnó con inteligencia al músico Schaunard y cantó con justeza junto a sus amigos bohemios.
Por mi parte me hubiese gustado que la muerte de Mimí hubiese sido acompañada por un pequeño detalle. A lo largo de la partitura hay menciones cristianas. Mimí, por ejemplo, dice que no va siempre a Misa pero que reza mucho al Señor. Los bohemios recuerdan que es la vigilia de Navidad y que no se come carne. También Mimí habla de un crucifijo, de su libro de oraciones…El pequeño detalle consistiría en santiguarse ante el cuerpo inerte de Mimí.
Roberto Sebastián Cava