‘La Boheme’, entre lo sublime y la perfección

‘La Boheme’, entre lo sublime y la perfección
‘La Boheme’, entre lo sublime y la perfección

Una de mis grandes maestras, Mercedes Antón, insistía en que el crítico debe evitar los imponderables, como perfecto, insuperable, definitivo, pues siempre hay algo que es posible matizar o mejorar. Sin embargo, ante la labor magistral de Ramón Tébar al frente de la orquesta en la noche del estreno de La Boheme, de Puccini, en nueva producción de la Florida Claro que los resultados de una producción operística son el fruto de arduas horas de ensayo y de trabajo colectivo, claro que la música y el aspecto teatral de la ópera se apoya en el ritmo, en una vertebralidad matemática, pero todo eso no es más que la parte material del asunto, algo así como describir al ser humano solo en su aspecto corporal. El alma de un humano y de una ópera pertenece a lo intangible, lo sublime, ese algo que ni se estudia ni se ensaya, y en ese terreno del sentimiento, del arte, de la inspiración divina, es el talento el que manda, ese don del cielo en el que Tébar abunda y por eso todo lo que dirige alcanza niveles de insospechada belleza.

No fui yo el único que lloró ante tamaños logros estéticos. Y no es que los sollozos vinieran por la triste historia de la protagonista, sino porque cuando el arte se une al sentimiento, dolor y belleza son uno solo. Esa comprensión sentida del director de la orquesta no solo aportó el marco adecuado y terso a las hermosas voces, sino que las supo llevar a sus máximos. Adrienn Miksch entregó una Mimí muy convincente y matizada, menos ingenua y más madura que lo que suele hacerse. Alessandro Scotto di Luzio fue un Rodolfo apasionado y juvenil, con todos los dejos del romanticismo de la época. Sus hermosas voces, tanto en solitario como en los inolvidables dúos, se lucieron a tope la noche del estreno. Jessica E. Jones y Trevor Scheunemann, como la pareja en contraposición: Musetta y Marcello,  con otro tipo de amor más revoltoso y a la vez más estable, quedaron brillantemente interpretados. Mención especial para Jones en su “Quando m’en vo”, que arrancó vivos aplausos al público. Simon Dyer también tuvo su aplauso aparte en la famosa Aria del Abrigo, modelo de humor negro.  Benjamin Dickerson y Tony Dillon, en sus personajes menores, cumplieron cabalmente con sus partes.

Los coros, a cargo de Katherine Kozak,, tienen poco peso en esta obra, aunque sin duda, el coro infantil es uno de sus mayores atractivos. La escenografía de Miachael Yergan y las luces de Stevie Agnew juegan papeles decisivos en esta puesta original de la Michigan Opera Theater. Especial mención para el vestuario de Howard Tsvi Kaplan y Walter Mahoney que, sin exageraciones ni libertades, logra un efecto muy realista (“verista”) de la época y los personajes. Ovación especial para la dirección escénica de Jeffrey Marc Buchman. Su trabajo, junto al de Tébar, es la clave para que la obra fluya sin baches y con una emotividad mantenida y creciente.

En resumen, una puesta maravillosa a la que posiblemente le cuadre el imponderable de perfecta. Solo habría que reprochar al público miamense, que sigue padeciendo del “aplauso precoz” y echa a perder todos los finales. Lo mismo hacían en el concierto de la Netrebko.  ¿Cuándo aprenderán que se aplaude DESPUÉS de que se ha extinguido la última nota, no antes? Ese acto de barbarie no lo he visto en ninguna ciudad, solo en Miami.

Daniel Fernández