La Bohème en el MET: Por qué ir a la ópera en Nueva York

La Bohème en el MET
La Bohème en el MET. Foto: Marty Sohl/Metropolitan Opera

Carlo Rizzi dirige ópera La Bohème de Puccini en el Met de Nueva York, con jóvenes cantantes en los papeles principales: Ailyn Pérez (Mimi), Dmytro Popov (Rodolfo), Susanna Phillips (Musetta) y David Bizic (Marcello).

Después del festín wagneriano del pasado sábado, cuando la Metropolitan Opera de Nueva York presentó la versión de Tristán e Isolda de Simon Rattle y Mariusz Trelinski, con un elenco de relumbrón que incluía a Nina Stemme, René Pape y Stuart Skelton, La Bohème del lunes siguiente, mucho menos novedosa y que aquí relatamos, corría el riesgo lógico de pasar desapercibida.

No obstante, más allá de las grandes apuestas del Met, retransmitidas en alta definición en cines de todo el mundo, y que cuentan con un éxito indiscutible, el coliseo neoyorkino sigue haciendo ópera artesanal, de la de antes. Desde el año 1900, sólo en nueve temporadas el Met no ha programado este título de Puccini, lo que la hace la ópera más representada en Nueva York. Así, merece la pena acercarse, como hacemos ahora, a una de esas producciones clásicas de la compañía, como un elocuente termómetro de la salud del Met, así como de la afición a la lírica en la Gran Manzana.

Con el experimentado Carlo Rizzi en el cajón, Ailyn Pérez (Mimi), Susanna Phillips (Musetta) Dmytro Popov (Rodolfo) y David Bizic (Marcello) dieron vida a las parejas protagonistas. Todos ellos hicieron de su juventud una virtud, y aportaron jovialidad y pasión a la credibilidad de sus roles.

Dmytro Popov debuta en Nueva York con esta Bohème. Aunque sobrado en lo actoral, su Rodolfo dista vocalmente del prototipo del poeta bohemio en lo frío de su emisión, poco efusiva y mediterránea, rozando en ocasiones en lo estentóreo. No obstante, la voz está en plena forma, campanea a placer en los agudos, sostenidos con prodigalidad, lo que produce una inmediata emoción en el espectador. Por su timbre varonil, oscuro y mate, Popov resulta convincente en esas partes en las que el amor y los celos parecen enloquecer al personaje, en una suerte de histeria o frenesí característicos de Rodolfo, que pocos cantantes sirven con eficacia. El dúo de amor con Pérez al final del primer acto, algo falto de química, contrastó con la eficacia dramática del dúo final en el acto cuarto.

La soprano de Chicago, Ailyn Pérez, dio la campanada en 2012 al ser la primera latina en ganar el Premio Richard Tucker. Aunque cantaba Mimí por primera vez en el Met, el papel es uno de sus caballos de batalla, gracias a la potencia y carnosidad de su registro medio, y a su gusto interpretativo. El pasado lunes ofreció una Mimí más enamorada y caprichosa que inocente y vulnerable. Su aria del primer acto, cantada con generosidad de medios, y sacando partido de la amplitud de su instrumento, fue superada por su Donde lieta usci, mucho más inspirada y sugerente.

La Bohème en el MET. Foto: Marty Sohl/Metropolitan Opera
La Bohème en el MET. Foto: Marty Sohl/Metropolitan Opera

David Bizic ya había cantado el Marcello en el Met en 2014. La voz del barítono, también en sazón aunque con margen de mejora, destaca por su calidez tímbrica y su musicalidad, adornadas con unos elegantes toques de lirismo ensoñador que recuerdan al Cavaradossi pucciniano. En ocasiones, Bizic abusa sin necesidad de la impostación gutural para oscurecer ciertas notas. No obstante, por su sensibilidad, fue uno de los mejores de la noche.

Le dio la réplica la soprano de Alabama, Susanna Phillips, interpretando sin dificultad a ese terremoto de voluptuosidad y efervescencia que es Musetta. Phillips estuvo más cómoda en su papel de alocada mujerzuela que en el de angustiada amiga. Aún en plena progresión artística, Phillips es una de las mejores representantes de la ola de jóvenes sopranos fruto de las excelentes escuelas de canto americanas. Siempre es un gusto escucharla.

Por su parte, el bajo-barítono de Virginia Ryan Speedo Green recibió un caluroso aplauso tras su Vecchia zimarra, cantada con más sentimiento que pulcritud.

La dirección de Carlo Rizzi, que desmenuza la partitura y la ofrece en su más exquisita desnudez, se caracterizó por la pureza y la sobriedad, sólo perturbadas por el brillo del espectacular finale del segundo acto. Un momento que levantó una de las mayores ovaciones de la noche. El milanés, que debutó precisamente en el Met con La Bohème en 1993, es una de esas batutas sabias que permiten descubrir matices novedosos en la obra. No hubo concesiones de Rizzi hacia los cantantes protagonistas, que se tuvieron que emplear a fondo para proyectar la voz sobre la orquesta y llenar la sala. Como era de esperar, el coro del Met cumplió a gran nivel. La orquesta titular sonó distinta en cada cuadro, impresionista, como pide Puccini.

La producción histórica e historicista de Franco Zeffirelli, una producción magistral de 1981 que parece ganar esplendor con los años, como corresponde a un clásico, fue servida por la compañía con una precisión de relojero, más por concentración que por inercia o costumbre. La sala estaba llena y los asistentes disfrutaron de este elenco de voces jóvenes dirigidos con artesanía por Rizzi.

Puccini compuso La Bohème en 1895, sólo seis años después de que van Gogh, transitando al filo de su locura, dejara en la retina de la Humanidad su Noche Estrellada. La pintura se puede ver en el MoMA, apenas a unos minutos del Met. Disfrutar en directo de ambas obras, que parecen fruto del mismo instinto creador, es un milagro que pocas ciudades del mundo alumbran. Si bien hay quien dice que hay algo de peregrino en cada visitante a Nueva York, como si el final del camino fuera siempre alguno de estos templos urbanos del arte, la realidad es que Nueva York suele ser la puerta hacia nuevas metas, palanca de nuevos prodigios. Pasen por allí, se lo recomiendo.

Carlos Javier López