La Ópera de Oviedo cierra temporada con La Bohème en una muy aplaudida lectura del director Marzio Conti, que recuperaba la propuesta escénica de Emilio Sagi ya vista en dos ocasiones más en el Campoamor, con las voces de Giorgio Berrugi, Erika Grimaldi, Damiano Salerno y Carmen Romeu.
Que una ópera tantas veces representada como es La Bohème siga emocionando en una representación debe mucho al genio creador de Puccini, pero también a la habilidad del director musical que sabe extraer todo el potencial de este melodrama sin caer en lo empalagoso y en un horterismo al que a menudo se abandonan muchas versiones en nuestros días. Por eso se puede decir que esta Bohème fue lo que fue gracias al cuidado trabajo de Marzio Conti –director titular de Oviedo Filarmonía– quien siempre había sido un seguro baluarte en el foso del Campoamor, pero que en esta ocasión fue un paso más allá, mostrando un perfecto conocimiento de la partitura y una asombrosa compenetración con los profesores de la orquesta. En su batuta se desplegó todo el esplendor pucciniano, cada uno de los colores orquestales perfectamente subrayados, la búsqueda de niveles, el aporte justo de emoción en cada momento, para conseguir una versión de referencia. Puede gustar más o menos la lectura ágil que hace de muchos pasajes, pero desde luego es coherente con su propuesta y la presenta sin titubeos ni fisuras.
La pareja formada por Giorgio Berrugi y Erika Grimaldi –Rodolfo y Mimí– se mostró solvente, alcanzando grandes momentos en el dúo del tercer acto y en el final (ambos fueron de menos a más). Berrugi posee una gran presencia vocal, agradable y muy bien timbrada, para nada nasal, que sin embargo se muestra algo más débil y apretada en el agudo, con ciertos tintes metálicos. No obstante las exigencias del papel de Rodolfo hacen que estas máculas queden en mera anécdota. Grimaldi por su parte tiene una emisión vocal muy potente, que en ocasiones tendía a descontrolar en el forte, pero que por lo general se mantuvo bien encauzada, con una gran dulzura y musicalidad.
El Marcello de Damiano Salerno estuvo un poco por debajo de sus compañeros, si bien se compensaba con una gran capacidad actoral que generaba una gran química con Carmen Romeu quien, en su papel de Musetta, se mostró imponente en lo musical y arrolladora en la escena. Muy bien aprovechados los momentos de Manel Esteve como Schaunard y de Andrea Mastroni como Colline (esenciales a la hora de generar grandes momentos en la buhardilla al comienzo y final de la representación), lo mismo que ocurre con Miguel Sola en un doble papel de Benoît y Alcindoro.
El coro de la Ópera de Oviedo se mostró muy seguro en lo musical, en una partitura llena de intervenciones peligrosas por la complicada rítmica, y como siempre esencial en lo escénico. Pero como suele ocurrir siempre que hay un coro infantil, las atenciones se centraron en los niños de la Escuela de Música Divertimento, ya veteranos ‘robaescenas’ en las tablas ovetenses, cuya presencia es habitual en las temporadas de ópera y zarzuela, y que una vez más hicieron un trabajo impecable bajo la dirección de Ana Peinado.
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