Por Bernardo Gaitán
El prolífico compositor renacentista Francesco Cavalli estrenó su nuevo dramma per musica –recordemos que el término “ópera” aún no existía– La Calisto en 1651. El título no ha sido muy escenificado a lo largo de la historia, pero las veces que se ha representado no ha pasado desapercibido. En esta ocasión, el Teatro alla Scala de Milán ha contado con la tecnología y los recursos escénicos actuales para darle un nuevo esplendor y permitir que esta obra lírica, una de las más antiguas que se conservan, siga haciendo historia.
Concebida ex profeso para impresionar al público, el título presentó dos innovaciones importantes. Por un lado, el Teatro Sant’Apollinare, donde Cavalli estrenó varias de sus obras maestras incluida La Calisto, contaba con una de las maquinarias más complejas del momento no solo en Venecia, sino en todo el mundo. Por ende, los asistentes a la prima assoluta ciertamente se llevaron una sorpresa al encontrar tanta modernidad en una historia mitológica. Teniendo en cuenta que en el siglo XVI se estaba apenas bocetando la ópera como la conocemos hoy, la segunda novedad fue que la narración de una de Las metamorfosis de Ovidio pudiera ser musicalizada de esa manera. Es aquí donde nace el recitativo actual, haciendo la representación mucho más emotiva y sentimental, porque no se transmite lo mismo con la palabra hablada que cantada. Las pequeñas y discretas “arias” que tiene la obra debieron dejar boquiabierto a casi todo el público de ese entonces.
Tras 370 años estas innovaciones siguen más vigentes que nunca; pero, atención, son un arma de doble filo. Si el equipo creativo no comprende el género renacentista puede desencadenar una abominación somnolienta. Si se reúne un team con los mejores del mundo como lo hizo el Teatro alla Scala, La Calisto sigue impresionando a quien se encuentre sentado en una butaca.
El mayor mérito se lo lleva la parte escénica, liderada por el ingenioso y experimentado director escénico escocés David McVicar quien supo cómo adaptar una antigüedad y fundirla con recursos actuales, manteniendo cada una su esencia. La cuidadísima escenografía de Charles Edwards fue el marco de un cuadro barroco que muestra un observatorio astronómico con reminiscencias de obras de Rembrandt o Vermeer. Además, los deliciosos vestuarios de Doey Lüthi reforzaron la metáfora pictórica por su alta calidad, aunado todo ello al juego de sombras y claroscuro en una iluminación diseñada por Adam Silverman.
En el foso, el ya tradicional ensemble Les Talens Lyriques demostró por qué es uno de los mejores del mundo. Instrumentos de época como una tiorba, una guitarra barroca, un arpa y una lira da gamba empaparon de contexto y belleza los palcos del legendario teatro con esas ligeras desafinaciones necesarias y habituales en este tipo de repertorio. Al frente de la agrupación y desde el clavecín estuvo su fundador, el director francés Christophe Rousset, quien concertó con una musicalidad sobrecogedora. Sus conocimientos teóricos y experiencia del género son evidentes; de su relación con la orquesta trascendieron en particular las oberturas y el ballet.
El elenco internacional estuvo íntegramente a la altura de la producción tanto musical como histriónicamente. Encabezando el cast, la soprano israelí Chen Reiss como Calisto demostró con su bella y ágil voz ser una talentosa y versátil cantante. Dentro de los momentos más destacables de la función se encuentra el dueto ‘Mio tonante’ de Calisto con Mercurio, en esta función interpretado por Markus Werba. El barítono austriaco es poseedor de un registro grave potente y certero. Por su parte, la soprano ucraniana Olga Bezsmertna en el rol de la diosa Diana sorprendió por sus agudos ligeros y sonoros; contrastando con el bajo italiano Luca Tittoto como Giove (el dios Júpiter), quien con su registro grave y robusto se impuso actoralmente estando siempre en personaje. A su vez, el contratenor francés Christophe Dumaux encarnó a Endimión con una voz discreta pero precisa, con mínimos detalles en el registro agudo al igual que la soprano francesa Véronique Gens quien en general ofreció una elegante Giunone (diosa Juno).
Mención aparte requieren la Linfea de la soprano Chiara Amarù, quien más allá de la parte vocal fue muy aplaudida por su simpática interpretación, así como Damiana Mizzi, quien interpretó un Satirino muy pícaro y sensual. Los juegos e insinuaciones sexuales de su Satirino con los tres faunos fueron una chispa picante dentro de la ligera monotonía del título. El montaje de esta “ópera” es la primera apuesta arriesgada del nuevo superintendente del Teatro alla Scala, Dominique Meyer, al no programar un título del repertorio tradicional de los teatros. Ojalá se vuelva costumbre explorar el repertorio antiguo y ofrecer nuevos títulos casi ignotos para complementar la basta oferta habitual.
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Teatro alla Scala de Milán, 10 de noviembre de 2021. LA CALISTO, dramma per musica en un prólogo y tres actos. Libreto de Giovanni Faustini y música de Francesco Cavalli. Giove Luca Tittoto. Mercurio Markus Werba. Calisto Chen Reiss. Endimione Christophe Dumaux. Diana Olga Bezsmertna. Linfea Chiara Amarù. Satirino Damiana Mizzi. La Natura/Pane John Tessier. Silvano Luigi De Donato. Giunone Véronique Gens. L’Eternità/Furia Federica Guida. Il Destino/Furia Svetlina Stoyanova. Ninfas Stefania Bovolenta, Elena Dalé, Aurora Dal Maso. Satiros Claudio Pellegrini, Luca Tomao, Antonio Catalano. Orchestra del Teatro alla Scala con instrumentos históricos de Les Talens Lyriques. Director. Christophe Rousset. Dirección de escena David McVicar. Escenografía Charles Edwards. Vestuario Doey Lüthi. Iluminación Adam Silverman. Coreografía Jo Meredith. Video Rob Vale. Nueva producción del Teatro alla Scala. ‘La Calisto’ de Cavalli