¿Qué quieren ustedes que les diga? Como enamorado, desde mi lejana juventud, de la obra de García Lorca, tanto la poética como la dramática, la posibilidad de que un compositor actual, con amplio y brillante bagaje, nos ofreciera su visión operística de esta sensacional obra del escritor granadino me resultaba especialmente atrayente. Aunque tenía las mejores referencias de la calidad y la seriedad de Miquel Ortega, siempre que alguien se acerca al universo dramático de Lorca parece como si tuviéramos que ponernos un tanto en guardia. Se han hecho tantas y tantas versiones de las distintas piezas teatrales de este autor y han sido con fortuna tan desigual que siempre tenemos un sentimiento que se acerca a la aprensión. Es el ya clásico “Bueno, ya veremos” tras el que se esconde un cierto temor. Pero la verdad es que este encuentro de Ortega con el mundo poético y dramático de Lorca, no ha podido ser más feliz, a juicio del que esto firma.
Empecemos por el libreto del malogrado Julio Ramos quien realizó un trabajo excelente, adentrándose y profundizando en el complejo mundo de Lorca, tan clarividente al entrar en la psicología femenina, tan agudo al retratar una época, tan lírico y dramático en todo momento. Menudo reto el de encontrar un lenguaje que se adapte a la versión musical y ser, al mismo tiempo, fiel a la obra de Lorca. Julio Ramos lo realizó con verdadera sabiduría, con una hondura y una calidad que, sin duda, hubiera gustado al escritor andaluz. Ante todo Ramos ha sabido respetar y ha sabido traducir el complejo universo dramático de Lorca. Qué lástima que no haya vivido para poder ver cómo se plasmaba musical y escénicamente, ese hermoso trabajo en torno a la atormentada vida de esas mujeres que nacen y viven en un pequeño pueblo de la vega granadina. Pero cuyo drama, cuyo sentido último trasciende de los límites geográficos y por su fuerza, por su intenso dramatismo, se convierte en arquetipos universales. Julio Ramos realizó una hermosa y gran tarea que ha tenido su adecuada correspondencia en la música de Ortega.
Pienso, y así lo debo escribir, que estamos ante una obra muy, pero que muy importante y que demuestra claramente que hoy se puede escribir de una forma en la que, sin renunciar a lo musicalmente contemporáneo, se llega a alcanzar un altísimo nivel musical. Sé sobradamente que muchos no estarán de acuerdo con mi comentario. Es natural. Yo he encontrado en esta obra un sorprendente equilibrio temático. Cuando la palabra lorquiana es música en sí misma, no es fácil encontrar la fórmula de acompasar lo ya vislumbrado por el poeta. Y creo que Miquel Ortega lo ha conseguido plenamente. Porque ha tenido valentía y no ha renunciado a nada. Ni a la tonalidad ni a la atonalidad. Pero siempre encontrando la fórmula que justifica cada fragmento de su creación musical con una orquesta de cámara, con una envidiable economía de medios, y consiguiendo llenar plenamente de contenido, subrayar adecuadamente el drama que se vive en el escenario y la conjunción, el maridaje texto música, alcanza un nivel altísimo. Me acuerdo de otro gran estreno en el Teatro de la Zarzuela: la ópera Juan José, de Pablo Sorozábal. Son concepciones estéticas muy diferentes, con lenguajes musicales distintos, pero hay una cierta analogía: porque al sombrío mundo de Juan José, se corresponde la angustiosa tensión que late, crece y vive en el universo lorquiano. Por eso en ambos casos observo o creo observar un cierto parentesco con el mejor verismo.
Todo ello se pone de manifiesto en La casa de Bernarda Alba. Desde el dramático inicio orquestal que refleja la angustiosa opresión que va a flotar a lo largo de toda la obra. Quizá me resulte poco interesante los desgarrados gritos que parecen llamar a Bernarda. Pero todo ese mundo lúgubre que precede a la acción sabe condensarlo sabiamente Miquel Ortega con una sabia distribución de elementos para crear esa sensación de intenso dramatismo. El breve coro de mujeres enlutadas, y la presencia intensa y cruel de una Bernarda que decreta el terrible luto de ocho años. Frente a esta dureza se abre un amplio abanico de sentimientos femeninos encontrados. La dureza de la edad madura frente a las ilusiones marchitadas antes de nacer, de un grupo de mujeres jóvenes que verán cómo ante ellas se abre un periodo angustioso de tedio, verdadero ejemplo de nihilismo y ante el cual cada una reaccionará de la forma que le dicte su carácter. Y todo ello lo ha sabido apreciar y exponer con un perfecto lenguaje musical el compositor. Como la anhelada presencia del hombre que siempre estará en primer término, sin aparecer nunca en la escena. La figura de Pepe el Romano, tan magistralmente trazada por Lorca, tendrá en la versión de Miquel Ortega el auténtico protagonismo, casi fantasmagórico, que le corresponde. Sabiamente ha distribuído sus elementos compositivos el maestro Ortega. Y ha sabido recurrir a leit motiv muy personales, muy bien trazados y que sitúan al espectador, al oyente, en el meollo de una trama muy complicada pese a su aparente simplicidad. El leit motiv está en Pepe el Romano, está en Bernarda, pero también está en el delicioso personaje de Adela, y en el de Martirio, y en toda una explosión sonora, tantas veces contenida, pero que sirve sobradamente para describir a los personajes, para adentrarse en su psicología. Y también describe a un pueblo que no se ve, y a unos hombres que nunca aparecerán pero que se intuyen. Formidable pintura musical que subraya, matiza y da relieve a unos personajes que están al límite, hasta que se produzca la tragedia. Y ahí es donde el verdadero magisterio musical de Miquel Ortega se manifiesta en toda su grandeza, en todo su esplendor. Qué bien ha sabido encontrar el profundo sentido trágico de Lorca. Cómo ha sabido conjugar sabiamente ese equilibrio entre lo tonal y lo atonal, entre células melódicas que se contraponen a las bien buscadas disonancias. Creo que estamos ante una partitura que debe entrar de lleno, por derecho propio, en las grandes obras del repertorio de nuestra música escénica.
Y la interpretación corrió a cargo del nivel de partitura y texto. Me encantó la escenografía de Frigerio y la acertadísima iluminación de Vinicio Cheli, así como el vestuario y una espléndida dirección escénica de Bárbara Lluch. Los cantantes estuvieron a muy alto nivel y eso que no es nada fácil ponerles voz a estos difíciles personajes. Nancy Fabiola Herrera fue una muy convincente Bernarda Alba, subrayando su buena voz de mezzo la intensidad y dureza del personaje. Carmen Romeu estuvo espléndida dando vida a Adela y consiguiendo con delicadeza y dramatismo en una combinación de auténtico buen gusto, plasmar el complicado personaje, lleno de ternura, de deseo y al propio tiempo de una fuerza desesperada. Cantó y actuó muy bien. Como formidable estuvo Luis Cansino, que puso su hermosa voz de barítono, al servicio del personaje de la criada Poncia. Y como ellos a un gran nivel Carol García, Marifé Nogales, Belén Elvira, Berna Perles y Milagros Martín. Mención aparte merece el personaje, tan bien estructurado, de María Josefa, muy bien interpretado por la gran Julieta Serrano, único personaje que no canta y que pone un contrapunto casi esperpéntico, de gran intensidad dramática, frente al fuerte drama que protagonizan las enlutadas mujeres cuyo canto es muchas veces lamento desesperado y angustioso ante la extraña realidad que les ha tocado vivir. El breve coro femenino en muy buena línea y la orquesta a buen nivel sabiamente conducida por el propio autor, Miquel Ortega, acertadamente auxiliado por Rubén Fernánez Aguirre. Pienso que ha sido un verdadero acontecimiento.
José Antonio Lacárcel