Antonio Márquez Medea Por Cristina Marinero
El ballet español Medea es para este arte como para la literatura El Quijote, las composiciones de Albéniz y Falla, en cuanto a música clásica patria, o las obras de Velázquez y Goya, para la pintura. Antonio Márquez Medea
Es una obra maestra de danza española y por ello continúa siendo increíble verla, cuando ya va camino de cumplir cuarenta años desde su estreno, en 1984. Quien esto escribe la ha admirado desde su reposición de 1985 en el Teatro de La Zarzuela (éramos tan jovencitos…) más de ¿treinta?, ¿cuarenta? veces, he perdido la cuenta. Siempre produce esas sensaciones en el estómago de las creaciones que nos ‘atraviesan’ porque es genial y nunca nos cansamos de verla.
La noche del estreno oficial de la temporada que la Compañía Antonio Márquez ofrece en el Teatro EDP Gran Vía de Madrid hasta el 7 de agosto todos los espectadores se pusieron en pie al terminar Medea, y los aplausos siguieron con energía y entusiasmo durante diez minutos.
La aclamación, por supuesto, vuelve a refrendar la genialidad del ballet de José Granero, su coreógrafo, tocado aquí por una magia para el movimiento pocas veces vista; Manolo Sanlúcar, autor de la absolutamente maravillosa composición musical, y Miguel Narros, quien firma la dramaturgia, a partir de la obra de Séneca, y los diseños. Nunca hay que dejar de mencionar que en aquel momento en el Ballet Nacional de España, dirigido por María de Ávila, estaba Ricardo Cue y fue esencial su labor de coordinación de los tres talentos, y de todo el equipo. Antonio Márquez Medea
La reacción entregada del público fue también para sus protagonistas, una Helena Martín, como Medea, que vuelve a hacernos vibrar, como lo hizo el año pasado en El Escorial, con su interpretación animalesca y hechicera, atendiendo a las líneas marcadas por la bailaora para la que fue creado el personaje, Manuela Vargas. Martín sigue empapándose de la personalidad desatada de esta mujer abandonada por Jasón para casarse con Creúsa, la hija del rey Creonte de Corinto, que cumple su fatal venganza con creces.
José Granero puso el movimiento de la danza española, aderezado por la expresividad corporal necesaria para la narración, al servicio de la historia y consiguió coreografiar su mejor creación. Claro que Manolo Sanlúcar ayudó porque compuso una de las partituras más bellas, no solo de la danza, sino de la música del siglo XX. Y Miguel Narros concentró la historia de venganza de Medea sobre Jasón de forma perfecta para un ballet, aportando su talento a los diseños, con ese traje inicial con el que aparece Medea al principio como estandarte de su dibujo exquisito.
Antonio Márquez es Jasón y suyo fue el personaje en el Ballet Nacional de España después de Antonio Alonso, para quien fue creado en 1984. El bailarín, coreógrafo y empresario sigue aportando luz cada vez que está en escena. Además de trabajar cada día su cuerpo, con clases de ballet y ensayos para seguir en magnífica forma con su veteranía, continúa bailando con esa pasión que siempre le ha caracterizado, dentro de la línea clásica “antoniana”, denominada así por seguir la escuela escénica de Antonio Ruiz Soler, conocido antes de ser director del Ballet Nacional como Antonio ‘El bailarín’. Márquez logra con su interpretación que Jasón aparezca como un joven ilusionado ante su boda con Creúsa –una Paula García romántica y dulce, como debe ser el personaje-, a la vez que se transforma en el adulto que en realidad es, con esa vida que ha dejado abruptamente atrás, o sea, a Medea y a sus dos hijos, cuando se encuentra con la maga y le termina seduciendo en ese paso a dos sensual del que él se incorpora a la realidad desconcertado. Márquez, con su madurez, modula los tonos de Jasón para subrayar sus dos mundos, el que deja atrás y desprecia, y el que va a recibir entusiasmado. Antonio Márquez Medea
Granero y Narros, con ese escenario “dividido” en dos, el mundo oscuro de Medea, a la izquierda, el blanco de Creúsa, a la derecha, consiguen una puesta en escena cinematográfica, si bien se tendrían que iluminar más todos los momentos de la preboda y boda, porque así era en el original, tal y como recordamos perfectamente.
Creonte, interpretado con pulso sólido y actitud regia por Luis Ortega, otro de los grandes bailarines que también estuvieron en el Ballet Nacional en el pasado, cerca a Medea con sus hombres para que se aleje de Jasón y celebra la citada boda, después marcada por el maleficio de la capa mortal de la protagonista como regalo a la novia. Qué música la de Sanlúcar para esta secuencia final. Si bien está compuesta por las melodías que ya hemos escuchado antes, le confiere una dimensión sagrada que Helena Martín logra engrandecer –recordándonos a la Vargas- en su aparición cubierta de negro y paseada sobre los dos personajes que simbolizan su espíritu y atienden solícitos sus órdenes de venganza.
En la primera parte de este programa se vieron tres obras de diferente factura que muestran nuestra danza escénica española tradicional, todo un soplo de aire fresco porque se aparta de experimentos confusos y continúa la línea establecida durante el siglo XX, lo que siempre habrá que mantener porque es patrimonio español. Eso sí, todo el programa tiene que lidiar con un escenario pequeño para el despliegue coreográfico, aunque bienvenido sea si es el que Antonio Márquez ha encontrado para estar en cartel durante más de cinco semanas en la Gran Vía madrileña, todo un hito para una compañía de ballet español. Recuerden que los teatros públicos, como mucho, programan a los ballets nacionales durante once o doce días. Antonio Márquez Medea
Macadanza, sobre la Danza macabra, de Saint-Saëns, es una coreografía dinámica en la línea del popularmente llamado ‘clásico español’, de Javier Palacios, exbailarín que fue designado por Julio Príncipe, compañero de José Granero, como heredero de los derechos de la coreografía de Medea. Con la interpretación de la compañía de buenos bailarines que es la que ha conseguido reunir Antonio Márquez, de esta pieza de conjunto se pasa sin interrupción al solo de Paula García, creado por José Granero, sobre el Andante de la Sinfonía española de Édouard Lalo. Es un reto en el toque de castañuelas que la bailarina afronta con el diseñado movimiento pausado, lleno de giros y expresividad de torso y brazos, aunque el vestido, largo, al estilo siglo XIX, es poco adecuado.
Con Bolero, coreografía de Márquez y Currillo sobre la archifamosa composición de Maurice Ravel, creada en 1928 como pieza de danza para Bronislava Nijinska, se cerró la primera parte con el mejor despliegue de danza estilizada y la constatación de la calidad como bailarines de los hombres de la compañía, con Jairo Rodríguez al frente. Antonio Márquez lo estrenó en 2005, y realizó una revisión en 2017, versión aquí representada. Antes, en 2013, estuvo programado en los conciertos BBC Proms, en el Royal Albert Hall de Londres, donde público y crítica lo alabaron. Su Bolero se ha convertido también en un clásico y supone la primera aparición del bailarín en la escena, en este programa, donde ofrece sus dobles tour en l’air como pocos intérpretes actuales los hacen.
Su arrojo para continuar con su compañía privada y seguir ofreciendo Medea en los escenarios solo puede ser aplaudido. España es un país muy difícil para la danza española –sí, créanselo- y casos como el de Antonio Márquez son la excepción. Los estados, sus gobiernos y sus servidores públicos deberían apoyar las iniciativas privadas como éstas ayudando a que estén en muchos teatros de nuestro país. Antonio Márquez Medea
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Compañía Antonio Márquez. Teatro EDP Gran Vía de Madrid. 5 de julio de 2022 OW