La Creación con la Orquesta de RTVE y Jaime Martín: cuando el coro salva un oratorio

La Creación con la Orquesta de RTVE y Jaime Martín: cuando el coro salva un oratorio
La Creación con la Orquesta de RTVE y Jaime Martín: cuando el coro salva un oratorio

Abordar la interpretación de un oratorio de tanta ciencia y sabiduría musical como es La Creación de Franz-Joseph Haydn, en el que voces solistas y masa coral aseguran el éxito o el fracaso de la empresa, exige de todos los intérpretes vocales la más pura cantabilidad y una perfecta adecuación al estilo de la época en que nos encontramos, el Clasicismo de finales del siglo XVIII. En la lectura ofrecida en el Teatro Monumental por los conjuntos orquestales y corales de la RTVE se evidenció que, si uno se pensaba que en lo que atañe a las voces, el coro salvaría únicamente el oratorio más popular de Haydn con unos cantantes de menor altura musical, se estaba bastante alejado de la realidad, pero lo cierto es que la velada fue salvada en gran parte por el coro, como siempre de presencia tan destacada en este tipo de obras sinfónico-corales. Y es que en este caso particular no se aciertan a comprender las razones para la elección de los cantantes. 

Parafraseando el Génesis, en el primer capítulo, Dios crea el mundo en seis días. En los capítulos 6 al 9 Dios castiga al hombre, aquel al que había creado en el sexto día, y le envía el Diluvio Universal. Sólo salva a Noé y su familia. Pues bien, aquí, del trío de arcángeles, salvaríamos del diluvio sin pensárnoslo dos veces a Gabriel, interpretado por la soprano brasileña que posee, curiosamente, el nombre femenino del arcángel, Gabriella Pace, y que también daba vida a Eva, la cantante más convincente y de mejor solvencia vocal del reparto. Su timbre, de tinte lírico, es grato al oído, y si a eso se suman gusto canoro, homogeneidad vocal, capacidad para realizar filados y medias voces, y facilidad en el registro más elevado, se tiene casi todo en Haydn, pese a poseer una discreta proyección. Se hubiera deseado un punto más de expresión, no tanta levedad, y quizá un mayor grado de ligereza en vocalizaciones u ornamentaciones, pero en términos generales la soprano consigue defender correcta y dignamente su parte.

Para levedades las del tenor australiano Topi Lehtipuu como el arcángel Uriel, cuya desafortunada aportación emborronó sin remedio el disfrute de la propuesta del maestro Jaime Martín. De color más bien insulso, a una emisión destemplada y áfona, el cantante acompañó una voz temblona y gangosa que por momentos amenazaba con quebrarse, y que sufrió lo indecible en el registro superior de la hermosísima aria de Uriel de la segunda parte (“Auf starke Fittige”), convertida para el tenor en un tormento del que deseaba salir, recurriendo a apianar su maltrecho instrumento para evitar forzarlo en exceso y que no se notase demasiado su desalentadora contribución a este pasaje. Es en los recitativos donde aparentemente encontró su único acomodo, en los que se apoyaba por medio de una variada matización expresiva, pero sin conseguir enmascarar en niveles de calidad vocal lo que de por sí era difícil o casi imposible de remediar. En suma, infortunada elección la de este tenor para este oratorio cuando se podría haber optado por jóvenes tenores españoles de destacada competencia vocal.

Por su parte, el más barítono que bajo muniqués David Jerusalem en el doble papel de arcángel Rafael y Adán, se limita a recitar y a cantar casi toda su parte sin apenas variación de dinámicas: entre piano y mezzo-piano, y con una escasísima proyección vocal. Si bien son apreciables los matices expresivos de sus recitados, resulta ayuna la nobleza de canto en sus momentos a solo, como el de la primera parte (“Rollend in schäumenden Wellen”), o esa poderosa aria con solos de trompeta de la segunda (“Nun scheint in vollem Glanze der Himmel”), tras el recitativo donde Haydn describe con inusitado realismo los animales creados por Dios (“Glein öffnet sich der Erde Schoss”). Su canto melismático no consigue despuntar especialmente por su brillantez o soltura, y en los dos duetos amorosos de Adán y Eva de la tercera parte (mejor abordado en términos estrictamente canoros el segundo –“Holde Gattin”- que el primero, con coro -“Von deiner Güt’, o Herr und Gott”-, entonado anodinamente en dinámicas bajas) la brasileña se impone a la tenue emisión del alemán. Irregular aportación por tanto la del bajo.

Como hemos apuntado, el salvamento lo consigue una vez más el Coro de RTVE, con imponentes voces, magníficas por igual en emisión y dicción, que responden con flexibilidad y vigor a las demandas directoriales. No es de extrañar por tanto que las mayores ovaciones de la noche fuesen destinadas precisamente para este conjunto, que ofreció momentos memorables a solo, destacando los coros propiamente de loa al Creador: “Stimmt an die Saiten, ergreift die Leyer”, “Der Herr ist gross in seiner Macht”, o el coro en bis que cierra la segunda parte, “Vollendet ist das grosse Werk”, con ese Aleluya conclusivo que tanto evoca a Händel. Aunque es cierto que la masa coral funciona por sí sola, casi como un engranaje, bajo la atenta mirada de Jaime Martín, el entramado polifónico queda comprometidamente descuadrado al adherirse las voces solistas en instantes como el coro y terceto de la segunda parte (“Die Himmel erzählen die Ehre Gottes”) por la desatención del maestro en la concertación unitaria, tan absorto que está con el conjunto coral.

El maestro cántabro maneja con impulso flexible y tempi vivos y asegura la continuidad del oratorio como si de una sinfonía con voces se tratase. Su calculado y meticuloso planteamiento musical, alejado de la ampulosidad y aparatosidad románticas, opta por una visión a medio camino entre lo puramente cercano al periodo clásico y lo barroco, consiguiendo extraer en ocasiones de una orquesta más reducida en efectivos de lo habitual ciertas sonoridades camerísticas, que se aprecian en el trabajo de las magníficas cuerdas (violines, violonchelos y contrabajos), el empleo de varios tipos de flauta y una imaginativa y continua presencia de clavecín y órgano portátil (ambos a cargo de Daniel Oyarzábal) dentro del ya variado y conseguido juego tímbrico de la Orquesta Sinfónica de RTVE, aunque acusándose la contundencia del timbal en los finales de cada una de las partes del oratorio, así como la pujanza de las maderas al unísono.

Martín combina precisos y severos ataques con la delicadeza del trazo y la pincelada, si bien no se recrea en obtener una amplia y variada gama de dinámicas, sino en remarcar el acusado contraste que en este oratorio poseen el piano y el forte. Su postura es como la de un maestro di capella, en esa alternancia de batuta con ausencia de la misma entre pasajes, lo cual se antoja acertado con tal de alcanzar el matiz o la expresión pretendida, principalmente en aquellos pasajes en donde la música posee un acusado componente descriptivo. Lo que no llega a conseguirse del todo, no obstante, es el equilibrio de las fuerzas orquestales y corales respecto a las partes a solo de los cantantes (sobre todo los dos masculinos), que son los que, motivado en gran medida por su pobre emisión, sufren la ausencia de un balance adecuado en aquellas partes en que entran en juego todos los efectivos canoros.

Germán García Tomás