Staatsoper de Viena. 14 Octubre 2013
Es curioso que, siendo esta ópera de Giacomo Puccini una de las mejores musicalmente, de una gran riqueza cromática y orquestal, nunca ha sido una obra muy popular, aunque en los últimos años se está representando algo más, debido al interés que han mostrado por ella algunas sopranos y algunos directores musicales.
Este último parece haber sido el argumento definitivo para que la Staatsoper de Viena se haya decidido a montar una nueva producción de esta ópera, que estaba ausente de su escenario desde hace 25 años, cuando la protagonizaron Mara Zampieri y Plácido Domingo. El interés en programarla por parte del director musical, Franz Welser-Möst, ha hecho el milagro de convencer a dos grandes divos para que debutaran en los papeles protagonistas de la ópera. El resultado ha sido bueno, aunque conviene matizar algunos aspectos, ya que no todo ha rayado a la altura esperada.
Se trata, como digo, de una nueva producción, que lleva la firma de Marco Arturo Marelli, que es uno de los directores de escena, cuyas producciones siempre se caracterizan por el buen gusto. En esta ocasión Marelli intenta salir del ambiente del Far West, que tan presente está en la obra de David Belasco como en el libreto de la ópera, en los que tanto metía la mano Giacomo Puccini. Por mucho que se quiera salir del ambiente un tanto kitsch del Lejano Oeste, los intentos no suelen llegar a buen puerto, ya que el libreto está plagado de referencias al mismo. Marco Arturo Marelli mueve la acción a tiempos más modernos, alrededor de mediados del siglo pasado, situándola en un poblado minero, en el que los obreros acuden en el primer acto al Bar,
que no exactamente La Polka del libreto, sino una especie de remolque de los que abundan en tantos lugares para la venta de salchichas. La cabaña de Minnie viene a ser una vivienda-remolque, en la que únicamente las estufas eléctricas denuncian que no estamos en el Far West. Finalmente, el último acto se desarrolla en el aparcadero del ferrocarril del poblado, rodeado de contenedores metálicos. La cosa funciona razonablemente bien y no chirría sino levemente. Esta adecuada escenografía es obra de Marco Arturo Marelli, como lo es también la labor de iluminación. El vestuario de Dagmar Niefind resulta adecuado, aunque no sale muy bien parada Minnie con las ideas del figurinista. Un tanto infantil el detalle final de hacer que Minnie y Dick Johnson abandonen el poblado en la barquilla de un globo con los colores del arco iris, detalle más adecuado para una ópera bufa, como lo hiciera Emilio Sagi en el Barbero de Sevilla del Teatro Real.
La dirección de escena es buena, moviendo Marelli de manera adecuada a las masas, que tanta importancia tienen durante el primer acto de la ópera. Con los protagonistas no tiene que romperse la cabeza mucho, ya que están perfectamente delineados en el libreto. En resumen, es una producción atractiva, que se ve con agrado y que no deja un recuerdo perdurable.
En el interés de Franz Welter-Möst en la recuperación de esta ópera ha podido radicar uno de los problemas mayores de esta representación. Cuando un director apuesta por una ópera, siempre existe el riesgo de que su visión de la misma oscurezca el conjunto. Esto es lo que ha ocurrido de alguna forma en esta oportunidad. Welser-Möst ofrece una lectura casi sinfonista de la ópera, en la que uno puede disfrutar de esta música como pocas veces, sobre todo contando con la presencia en el foso de Orchester der Wiener Staatsoper, que esta vez sí que ha resultado espectacular. El problema de Welser-Möst es el de olvidarse de que en el escenario hay cantantes, que sufren claramente las

inclemencias del excesivo volumen sonoro que el director saca del foso. No son precisamente voces pequeñas las de los tres protagonistas de la ópera, pero únicamente Minnie era capaz de traspasar la auténtica barrera del sonido que había entre el escenario y la sala. Buena también la actuación del Chor der Wiener Staatsoper, aunque tenían también dificultades para hacerse escuchar. En resumen, una magnifica versión musical, espectacular, si se quiere, pero un teatro de ópera no es una sala de conciertos.

Nina Stemme
La gran Nina Stemme era Minnie, la protagonista de la ópera, y fue la triunfadora de la noche. Gano la partida de póker y, con la ayuda del globo, voló muy alto. La soprano sueca está en un momento espléndido tanto vocal como escénicamente y su interpretación fue lo mejor de la noche. No hay barrera de sonido que ella no derribe con su poderosa y atractiva voz. Es además una gran intérprete. Tras su frase final del segundo acto Tre assi e un paio, el sheriff no tuvo más remedio que salir corriendo de escena, aunque el libreto no lo hubiera dicho.
Jonas Kaufmann me resultó un tanto decepcionante como Dick Johnson o, si prefieren, el bandido Ramerrez. Sufrió las consecuencias del vendaval Welser-Möst y pocas veces he sido tan consciente de que su centro tiende a quedarse atrás, mientras que el agudo está mucho mejor emitido. Habría que verle en otras condiciones más amigable para él, pero me quedo con la impresión de que a su centro le falta peso y proyección para este personaje. Cantó con mucho gusto la siempre esperada Ch’ella mi creda libero e lontano.
El barítono polaco Tomasz Konieczny fue un convincente Jack Rance en escena, siempre un auténtico malvado, pero vocalmente no está a la misma altura. El centro es engolado y mal emitido, llegando su voz con dificultades a la sala. Hace falta una voz más oscura para el personaje. Confieso que hasta me acordé de Silvano Carrolli.
Los numerosos personajes secundarios estuvieron bien cubiertos, aunque incapaces de atravesar la masa orquestal. La mejor parte se la llevó Boaz Daniel en la parte de Sonora. Norbert Ernst ofreció una voz reducida en Nick. Poco interés vocal puede ofrecer el barítono Paolo Rumetz como Ashby, el agente de la Wells-Fargo. Buena impresión la dejada por Juliette Mars como Wowkle, así como también me llamaron la atención las voces de Jongmin Park (Billy Jackrabbit) y Alessio Arduini (José Castro).
La Staatsoper volvió a colgar el cartel de No hay Billetes. El público dedicó un triunfo incontestable en los saludos finales a Nina Stemme y a Jonas Kaufmann, mientras que Tomasz Konieczny fue recibido con bravos y abucheos sonoros, mayores los primeros que lo últimos.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 2 horas y 35 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 7 minutos. Los aplausos finales se prolongaron durante nada menos que 13 minutos, pero hay que decir

que los últimos 5 minutos fueron provocados por un reducido grupo de espectadores que “obligaban” una y otra vez a que salieran a saludar sus adorados divos. Algún día les darán las uvas.
El precio de la localidad más cara era 212 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 99 y 185 euros. La entrada más barata costaba 35 euros, habiendo, como siempre, entradas de pie por 13 euros.
José M. Irurzun