Cristina Marinero
Han sido dos noches muy especiales para Les Ballets de Monte-Carlo y el 69º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Para la compañía monegasca, porque las ofrecidas el 18 y 19 de julio de 2020 son las primeras actuaciones después del confinamiento por la covid-19, que también lo han sufrido en el pequeño y lujoso principado de la Costa Azul. Las próximas que tiene en el calendario no serán hasta octubre, por lo que es de subrayar la inyección de optimismo y energía que estas funciones en el Teatro del Generalife les ha proporcionado, después de meses realizando su barra de ballet diaria en casa y de recibir las indicaciones de su director y coreógrafo, Jean-Christophe Maillot (Tours, Francia, 1960), a través de aplicaciones de videollamadas. Para el festival también han sido significativas, porque es la compañía de danza internacional programada desde antes de la pandemia que no ha caído de cartel a pesar de las incertidumbres vividas de marzo a junio.

Jean-Christophe Maillot realizó en 2014 su coreografía La mégère apprivoisée, sobre la comedia de Shakespeare The Taming of the Shrew, en español conocida como La fierecilla domada, para el Ballet Bolshoi. Era el primer extranjero en crear para la afamada compañía de Moscú en más de un siglo y volvía a señalar la importancia que ha tenido en la historia de la danza ese viaje de ida y vuelta entre Rusia y Montecarlo. Sobre todo, por la acogida que dio esta villa a los trascendentales Ballets Russes de Serge Diaghilev, desde la década de los años diez del siglo XX (si bien, antes que ellos, ya actuaban en sus teatros las más famosas artistas de Moscú y San Petersburgo desde finales del XIX) y el apoyo que siguió otorgando a la posterior compañía iniciada en 1932 tras la muerte de Diaghilev, los Ballets Rusos de Montecarlo, con la ciudad formando parte ya de su nombre, además de mantener la de su teatro de ópera.
La Princesa Carolina de Mónaco, después Princesa de Hannover, refundó la compañía en 1985, tres años después de la muerte de su madre, la carismática actriz Grace Kelly, y en 1993 nombró director a Jean-Christophe Maillot, coreógrafo francés que dirigía el Ballet de Tours, formado también con la famosa bailarina de los Ballets Rusos de Montecarlo, Rosella Hightower, en su escuela de Cannes, y junto a John Neumeier, ya histórico coreógrafo norteamericano porque dirige desde 1973 -¡cuarenta y siete años!- el Ballet de Hamburgo.
Maillot ha creado su versión en danza de La fierecilla domada sobre un tapete de composiciones musicales de Dmitri Shostakovich para diferentes películas –entre otras, las rusas basadas en Shakespeare, Hamlet y Rey Lear-, lo que dota al ballet de una dinámica singular por la naturaleza que tienen las bandas sonoras de cine para sumar sensaciones al relato fílmico. El creador, que gusta llamar a sus bailarines “artistas coreógrafos”, es de los nombres actuales que más apuestan por seguir realizando coreografías narrativas y siempre con la técnica clásica como base, postura que se aplaude en una actualidad donde los ballets de los teatros de ópera europeos están nombrando directores a coreógrafos contemporáneos que borran de un plumazo el repertorio y la tradición del ballet.
La fierecilla domada es su tercera creación basada en una obra de William Shakespeare, después de Le Songe y Romeo y Julieta, y demuestra la capacidad de Maillot para narrar con el movimiento e identificar a cada uno de los personajes con actitudes expresivas donde un perfecto arabesque puede ir seguido de brazos expresionistas y juguetones, por ejemplo. Maillot mantiene el academicismo dancístico fundado por Luis XIV con sus maestros franceses e italianos, pero lo trufa de creatividad propia al servicio del carácter de cada uno de los protagonistas y hacer avanzar el relato.

Estupendos Alessandra Tognoloni y Matej Urban, en los papeles protagonistas de Katharina y Petruchio, subrayando el fuerte carácter que les identifica, matizado luego por la sensibilidad que les produce su encuentro ya enamorados.
Con un espacio escénico en blanco, presidido por las escalinatas que van cambiando de posición los propios bailarines, obra de su inseparable colaborador en escenografía, el diseñador Ernest Pignon-Ernest, Maillot ha impregnado la coreografía de Katharina de elevaciones de piernas, giros, portés con los correspondientes bailarines masculinos y todo un vocabulario corporal que señala su indómita personalidad. La estética minimalista “marca de la casa” de Pignon-Ernest se completa con un vestuario que sigue esa línea, pero gusta de romperla con toques de época, además de notorios colores sobre el blanco que preside los trajes, firmado por Augustin Maillot, hijo del coreógrafo.
De Matej Urban, el coreógrafo aprovecha su físico viril para dotar de carisma carnal a Petruchio, además de diseñarle variaciones donde se afianza su personalidad pícara, después llena de ternura. Junto a ellos, destacaron la etérea Katrin Schrader, maravillosa en su aspecto de cisne, con largas extremidades y la actitud cándida de su personaje, Bianca, acompañada de un principesco Jaeyong An, como Lucentio, un bailarín de gran clase y elegancia.
El público, reducido a la mitad por las normas de precaución, y con mascarilla, aplaudió en pie a La fierecilla domada de Les Ballets de Monte-Carlo, que sigue afianzando su calidad con bailarines grandes en técnica –algo tendrá que ver la distinguida enseñanza de la Académie Princesse Grace, donde se han formado muchos- y dotados para la interpretación dramática.
Es de aplaudir que este pequeño estado de tan alta renta per capita aporte un gran presupuesto para mantener a su internacional compañía de danza. Les Ballets de Monte-Carlo son el oasis de arte en este país donde cada vez más se imponen por encima de todo tiendas de marcas de moda y coches de lujo, según apreciamos en nuestra última visita a la ciudad el 2 de enero, penúltimo viaje que hicimos para ver ballet fuera de España (Coppél-I.A.), antes del inesperado confinamiento.