La Fille du Régiment en la ROH
Hoy empezaremos con un poco de historia, que no hace daño a nadie. Si a alguno le resulta insoportable, pueden pasar a leer directamente desde el quinto párrafo. Seguramente de la treintena de casas reales que han surgido del tronco de los Capeto, la de Orléans sea la menos afortunada. Mientras que los Valois, los Avis, los Borbón o los Braganza han gobernado durante diversos y largos periodos lo que actualmente conocemos como Francia, España, Portugal, gran parte de Italia, Polonia o Hungría (hoy resisten como pueden sólo en España), los Orléans, que son la rama menor de la familia Borbón, sólo cuentan en su haber con un rey: Luis Felipe I, uno de los ejemplos más notorios de “gatopardismo” en la historia de Europa Occidental. La consigna que muchos oímos por primera vez de labios de Alain Delon (“que todo cambie para que todo siga igual”) fue el principio rector del comportamiento político del “rey-ciudadano”, como era llamado por sus defensores. Tuvo un buen ejemplo con su padre, quien tras renunciar a su título nobiliario y hacerse llamar Felipe Igualdad, firmó la sentencia de muerte de su propio primo, Luis XVI “el guillotinado”, con la intención de sustituirlo. Al final, tales intrigas terminaron costándole su propia cabeza. Luis Felipe, aprendió de los errores del progenitor y consiguió afianzarse en el trono heredado de la revolución de 1830 durante los dieciocho años siguientes, aceptando un régimen constitucional y parlamentario que, pese al constante avance del Partido Republicano, estuvo en manos de aquellos monárquicos que habían unido su suerte con lazos de sangre a la élite burguesa francesa dedicada al negocio financiero.
“Enriqueceos” dijo Guizot, factotum de Luis Felipe, y la alta burguesía responsable en gran medida de haberle puesto la corona en la cabeza del pater familias de estos “Borbones de repuesto”, cumplió a rajatabla el mandato. El rey y sus gobiernos propiciaban monopolios u oligopolios, fundamentalmente en sectores económicos estratégicos, en favor de las empresas de sus partidarios, los cuales desarrollaron proyectos faraónicos “en favor de Francia”, gracias a créditos extranjeros y a las rentas producidas por la especulación financiera. En efecto, con tal política expansionista se industrializó el país, pero los mayores beneficiados no fueron precisamente la mayoría de los franceses (clases campesinas, obreras y pequeña y mediana burguesía) que no tenían casi posibilidades de enriquecerse y, por lo tanto, de votar, pues el sufragio era censitario. No es de extrañar pues que Tocqueville definiera al gobierno francés del reinado Orléans como una sociedad anónima corruptora, preocupada únicamente en conceder ventajas económicas a los electores y no en aquello de “hacer país”, que tan frecuentemente escuchamos a algunos tertulianos de la televisión española últimamente.
Dejemos el comentario político por ahora, no sea que los paralelismos con la actualidad nos hagan perder la mirada objetiva. En 1840, Donizetti estrena “La Fille du Régiment”, una obra donde la tricolor francesa está hasta en el rancho que comen los soldados del 21º regimiento napoleónico. La sucesión de cantos militares, rataplanes, himnos y la historia de la hija ilegítima de un guapo capitán y una noble (la marquesa de Berkenfeld) criada por un regimiento, aseguraban el éxito. A la Opéra Comique de París acudía la mediana y pequeña burguesía, hijos y nietos de los soldados de Napoleón y de los comerciantes y pequeños profesionales que mejoraron sus condiciones de vida durante el primer imperio. Convenía pues entretener a este público con historias en las que se ridiculizaba el linaje nobiliario de los ultraconservadores y se enaltecía el Estado y la Patria como garantes de la libertad, la igualdad y de la defensa de los intereses de sus ciudadanos. No nos olvidemos que poco antes del estreno de “La Fille” el ejército francés regresó victorioso de un curioso conflicto bélico. El gobierno de Luis Felipe aprovechó la reclamación de un pastelero galo afincado en Tacubaya (México) que se quejó ante la embajada francesa de que unos oficiales del ejército mejicano no quisieron pagarle la cuenta de su consumición en el establecimiento que regentaba. Así fue como comenzó la llamada “Guerra de los Pasteles”, que sirvió como una magnífica propaganda que intentaba convencer al pueblo de que era primordial un Estado fuerte que defendiera a cualquier francés allá donde estuviese. El rey y el ejército fueron así convertidos en símbolo de un Estado moderno, libre, que renegaba del Antiguo Régimen y se asimilaba en cierta medida al Estado bonapartista. No en vano Luis Felipe había ya retirado del escudo de su monarquía las flores de lis y agregó la bandera con los colores de la escarapela de la Convención de 1789, además de ser el primer rey francés en hacerse retratar con pantalones en vez de con coulottes y demás parafernalia.
Obviamente, la realidad de la guerra era otra: la excusa de los pasteles ocultaba el interés de los Orléans por trasplantar a América algún esqueje de su rama que pudiera convertirse en soberano, como intentaron poco después en Ecuador con el hijo menor del rey, el Duque de Montpensier. Sí, el mismo que más tarde, instalado en Sanlúcar de Barrameda, conjuró en contra de Isabel II y organizó el asesinato de Prim, valedor de Amadeo de Saboya. Se ve que en esta familia llevan en la masa de la sangre el gusto por el complot y el sicariato…
Seguramente se estén preguntado por qué les cuento todo esto y si acaso resulta necesario conocer tales vericuetos de la historia de Francia para saber cómo fueron las funciones de “La Fille du Régiment” en la ROH. No, no es necesario en absoluto. Pero díganme, ¿acaso no es fascinante enterarse de que en América todo es posible, incluyendo que una cuenta impagada en una pastelería cause una guerra? Además, parece interesante poner en su contexto histórico cualquier obra, sobre todo aquellas cuya factura puede parecernos de elaboración más simple, como es el caso de esta ópera cómica, para poder hacer un juicio de lo que se nos ofrece en los teatros. En ese sentido, les recomiendo que lean los artículos del catedrático Román Gubern a cuento de las comedias de tema militar en el cine español de los años 50 y su misión propagandística, pues tiene mucho en común con esta obra de Donizetti.
Como es costumbre, el título se presenta en la ROH como una historia de amor tan inocente como inverosímil, donde una vivandera huérfana con modales de soldado raso se enamora de un cándido tirolés que se une al ejército francés para conseguir el nihil obstat del regimiento que ha criado a la quinceañera expósita. En el s. XIX esta historia resultaba disparatadamente cómica. Al público de hoy (al menos al londinense) parece que la risa se la provoca simplemente el ver a un cantante de ópera haciendo gestos que no corresponden con la imagen que todavía hoy se tiene de un tenor o una soprano: a saber, un señor o señora más o menos elegantes, la mayor de las veces lustrosamente rollizos, que extienden los brazos a medida que escalan las notas más agudas de su tesitura. Al contrario, aquí Juan Diego Flórez y Patrizia Ciofi actúan de la manera que corresponde a los personajes que interpretan (con mayor soltura por parte de la soprano que del tenor) al dictado de una dirección escénica basada en la acumulación de gags más bien sosos.
Y si bien es cierto que, como era de prever, en Albión el “Salut á la France” no excita sentimientos patrios, sin duda el público pudo disfrutar de un espléndido “Il faut partir”, en el que Ciofi da cuenta de su mayor capital como intérprete: la musicalidad, que no es otra cosa que un magistral sentido de la mesura. En la misma línea, Juan Diego Flórez nos ofreció un “Pour me rapprocher de Marie” impecable, por no hablar de la celebérrima aria “A mes amis”. El único problema que debe asumir un espectador cuando va a ver a Flórez es que no sentirá la morbosa inquietud a la que nos tienen acostumbrados otros divos: ¿llegará al agudo? ¿se quedará sin aire? ¿romperá alguna nota? En este repertorio, Juan Diego no da esas sorpresas: todo está perfectamente ejecutado. Sé que para muchos esto resulta intolerable… Cada cual es muy libre de gozar con lo que buenamente quiera o pueda. A algunos nos gusta el buen canto y aprovechamos las pocas oportunidades que hay.
Poseedora de todavía de un poderoso registro de pecho (para los apasionados de las diatribas al respecto de la voz de pecho, les recomiendo el siguiente vídeo https://www.youtube.com/watch?v=QQnHDLLWrLs), Ewa Podles nos demuestra que “la que tuvo, retuvo” y que a pesar de los años, merece la pena ir a verla aunque sea en un papel como la Marquesa de Berkenfeld. El rol de Sulpice presenta aún menos dificultades que la marquesa, por lo que en esta ocasión Pietro Spagnoli actuó con anodina corrección. Esta apreciación dicha de otro cantante debería ser tomada como crítica negativa; en cambio, en un cantante de tan limitadas cualidades créanme que es todo un mérito.
Mención aparte merece la intervención de Kiri Te Kanawa como Duquesa de Crackentorp, que como marca la tradición, cantó al principio del segundo acto un aria de otra ópera, en este caso “O fior del giorno” de Edgar, la temprana e infrecuente ópera pucciniana. El público la ovacionó por su ya legendario pasado y de esta manera pudo celebrar la soprano ya retirada su septuagésimo cumpleaños subida a las tablas de un escenario.
Como era de esperar, la batuta de Yves Abel se toma en serio su cometido y ofrece una lectura clara, vívida, de primer orden, al frente de de la Orquesta de la ROH. La puesta en escena, firmada por Laurent Pelly es la más que conocida coproducción entre la ROH, Metropolitan y Ópera de Viena. Una escenografía de buena factura y funcional, vestuario sencillo y poco interesante, diseño de luces simplón; en general, la puesta de escena ni aporta ni resta nada a la obra. Cierto es que “La Fille” no da para mucho invento y que si algún director de escena le diera la vuelta actualizándola, probablemente el teatro acabaría en llamas. Ni pidamos peras al olmo, ni pidamos imaginación o riesgo a Pelly, que se caracteriza precisamente por no asumir en las obras que dirige ni siquiera los riesgos que sus autores tomaron al escribir determinadas óperas. “La Fille”, por suerte para director, es una obra sin riesgo alguno. Pan y circo, pan y toros, pan y agudos.
Raúl Asenjo
La Fille de Régiment, ópera cómica en dos actos.
Música: Gaetano Donizetti; Libreto: Jules-Henri Vernoy de Saint-George y Jean-François-Alfred Bayard
Director musical: Yves Abel
Director de escena y vestuario: Laurant Pelly
Escenografía: Chantal Thomas
Director de la reposición: Christian Räth
Diálogos: Agathe Mélinand
Diseño de luces: Joël Adam
Coreografía: Laura Scozzi
Marie: Patrizia Ciofi
Tonio: Juan Diego Flórez
La Marquise de Berkenfeld: Ewa Podles
Sulpice Pingot: Pietro Spagnoli
Hortensius: Donald Maxwell
La Duquesa de Crackentorp: Kiri Te Kanawa
Oficial: Bryan Secombe
Campesino: Luke Price
Notario: Jean-Pierre Blanchard
Director de coro: Renato Balsadonna
Coro de la Royal Opera House
Orquesta de la Royal Opera House