La gestión de la ópera Un análisis de los diferentes modelos de desarrollo del espectáculo lírico con apunte español

  COSME MARINA La Asociación Ópera XXI acaba de impulsar la traducción al español del ensayo La gestión de la ópera de Philippe Agid y Jean-Claude Tarondeau. Pero no se trata de una mera traslación del libro publicado en inglés y francés meses atrás. Se añade un capítulo dedicado específicamente a la lírica en España que aporta datos reveladores en un momento especialmente crítico en el que varias temporadas han echado el cerrojo y unos cuantos teatros han abandonado la ópera de calidad debido a los altos costes de los espectáculos y al derrumbe de las ayudas públicas. El libro es apasionante para cualquier amante de la ópera por lo detallado de las explicaciones del proceso de fabricación de la lírica, pero quiero detenerme en el aspecto básico de la financiación.
Agid explica los dos modelos, el norteamericano -y del mundo anglosajón en general- y el de la Europa continental con Alemania como referencia. Derrumba mitos al respecto y deja claros determinados asuntos que a los políticos españoles, tan alejados de la lírica y de la música culta, les cuesta entender por mera ignorancia. Hay en nuestra clase política una incapacidad manifiesta para apreciar los diferentes procesos culturales, el liderazgo y el valor añadido que los mismos tienen en los territorios y cómo esa inversión revierte a corto, medio y largo plazo en riqueza, empleo especializado y estable de calidad y capacidad para proyectarse al exterior. En España esta zafia ignorancia no tiene color político, en todos los partidos se escuchan barbaridades tremendas que no sonrojan a los que las sueltan a la ligera, jaleados por una sociedad cada vez más estulta gracias a un sistema educativo que ha relegado a las disciplinas artísticas, y muy especialmente a la música, a un ámbito marginal.
Siempre se afirma con jactancia que en Estados Unidos las instituciones no apoyan a las temporadas. Mentira y bien grande. Lo que hace el Estado es permitir a los contribuyentes que ellos mismos decidan dónde van a parar parte de sus impuestos. Es el individuo el que redistribuye, no el Estado, y así unos optan por un teatro, otros por una orquesta o un hospital, cada uno por lo que más le apetece. Pero se trata de dinero de impuestos que las instituciones dejan de percibir para que vaya directamente a sectores sociales y culturales.
En contraposición, en el modelo alemán son las instituciones las que llevan el peso de los costes, a través de los presupuestos públicos, que llegan en el ámbito germano a suponer cerca del ochenta por ciento del presupuesto total. Esto se complementa con leyes de mecenazgo infinitamente mejores que la española, tercermundista.
Y por último está lo que el propio Agid calificó como «modelo español», que tiene lo peor de los anteriormente enunciados. Los presupuestos públicos se han desplomado y a esto se añade una ley de mecenazgo que más que impulsar al apoyo, ahuyenta a las empresas. Un verdadero fiasco. O sea, la tormenta perfecta para hundir el sector ante la indiferencia de unos gobernantes que tienen la cara dura de comparar, en arrebatos demagógicos, la inversión en cultura con los gastos en sanidad o educación. ¡Cómo si la cultura fuera un lujo y no un derecho ciudadano!
El libro de Agid tiene clave asturiana y muy importante. Me agrada especialmente porque llevo decenios clamando en el desierto sobre el tema de la financiación de la ópera en nuestra región y ver ahora los datos recogidos en un estudio de dimensión europea me llena de satisfacción. Frente a las mentiras y los atropellos sufridos por la ópera desde ámbitos muy diversos, y de manera continuada, desde comienzos de la década de los noventa del siglo pasado, se impone la realidad. Y ésta es contundente: la Ópera de Oviedo es la que más financia su actividad con fondos propios -o sea, taquilla- de España y de Europa. Los espectadores asturianos pagan el ¡58! por ciento del coste total del espectáculo. Pongamos ejemplos comparativos: el Liceo y el Real llegan al 31% y el Palau de les Arts de Valencia, a un exiguo 18%.
En la mitificada Alemania algunos teatros no llegan ni al veinte por ciento. Dicho de otra forma, la Ópera de Oviedo ha sido y es -esto es un proceso y no una improvisación- la más rentable de nuestro país y la menos apoyada por las instituciones. Cualquiera que se tomase la molestia de seguir en estos años los vaivenes de las aportaciones regionales y estatales -ahí se debe con justicia decir que el Ayuntamiento de la ciudad siempre ha sido más serio en esto- asistirá a un culebrón inaudito en el que personajillos de la más diversa índole hablaban de elitismo y basura argumental de este estilo. El libro de Agid sirve para quitar caretas, para sumir en el más completo ridículo a muchos que no han apostado por el fenómeno musical de Oviedo quizá con el único argumento oculto de que este éxito continuado tenía como epicentro a la capital del Principado. ¡Cuánto se les llenaba a determinados orates la boca con marcas universales y daban lecciones de gestión sostenible! Algunos parece que incluso se afrontan ya camino del juzgado. Mientras, se ha silenciado con maldad el desarrollo imponente de la música en Oviedo que ha convertido a una ciudad de poco más de doscientos mil habitantes en una referencia inexcusable en España junto a otras urbes con millones de personas en el censo. El estudio económico de la empresa Deloitte fue muy claro hace unos meses, pero este libro recién aparecido es una Biblia, ya que, con las más variopintas disculpas, se podrá destruir lo hasta ahora realizado pero, al menos, queda testimonio de ello para futuras generaciones.