Inauguran el calendario de danza del Liceu los 22 bailarines del Ballet del Grand Théâtre de Genève dirigidos por Joëlle Bouvier. Una versión sintética de esta coreógrafa de dilatada trayectoria, que recorta la extensa partitura de Serguei Prokófiev a un intenso pero sucinto montanje de hora y veinte minutos donde el argumento se ciñe a la intensidad de los personajes y situaciones principales.
Al cuerpo orquestal limpiamente definido en su estreno por el maestro Manuel Coves, se suman arreglos de ruido atmosférico, recitativos susurrados y dilatados silencios donde la danza toma la batuta en puntos clave de la historia, como la sutil y evocadora escena de sexo entre Romeo y Julieta. A esto se suman las potentes sinergias provocadas al solapar ciertos momentos argumentales de la danza con melodías correspondientes a otro tramo de la historia que imbuyen un espíritu contradictorio; surge así, por ejemplo, la implacable trabazón del duelo a muerte entre Teobaldo y Mercutio en una danza contundente al son tintineante y frágil de vientos y celesta.
Para este Romeo y Julieta en el Liceu, Rémi Nicolas plantea como escenografía una pasarela alabeada en pendiente que asciende a lo ancho de la caja escénica, ligeramente inclinada hacia el espectador, que circunvala la acción y sirve a su vez como tarima elevada. Cobra sentido a lo largo de la obra contemplar este elemento como la alusión a un muro: el muro que separa Capuletos y Montescos como trasfondo, el muro que aparta a Romeo de Julieta (tras el que ella se retira en la escena del balcón) y finalmente el muro que la tragedia rompe en pedazos para abrir el paso a la aciaga unión entre las dos familias.
Globalmente, la persuasiva narrativa de esta danza parte y termina por igual en una suerte de estado de semiconsciencia grupal donde las dos familias vestidas de negro manipulan los cuerpos inertes de los amantes, irguiéndolos e insuflándoles movimiento, animando sus complexiones al comienzo de la obra para al final de la misma, tratar fútilmente de reanimarlos. Esta lapidaria simetría establece, respectivamente, la premonición y la consumación del tormento que diluye las diferencias entre dos familias inmiscibles ahora fundidas en el luto, la negación y el sinsentido.