El Teatro de la Maestranza trae a su escena la ópera más fantástica y sobrenatural de Mozart, La flauta mágica, con una reposición de la escenografía que Roberto Andò creara para el Teatro Regio de Turín. La belleza de las bien conocidas melodías de esta ópera y el simbolismo de su argumento hicieron las delicias del público asistente en una interpretación que, bajo la atenta batuta de Pedro Halffter, brilló por la acertada elección de una nueva generación de voces españolas para los papeles protagonistas.
Lo que Mozart crearía como un divertimento sin demasiadas pretensiones se ha convertido en una de sus óperas – o, más correctamente, singspiel – más conocidas y valoradas. Basada en un libreto bufo de Schikaneder, la trama incluye serpientes gigantes, misteriosas damas guerreras, un príncipe y una princesa acosados por la malvada Reina de la noche, un cazador de pájaros y hasta un sumo sacerdote de Isis y Osiris. La mezcla de magia y simbolismo, sin duda nada habitual en la época, sigue embelesando al público, ajeno muchas veces al profundo carácter masónico de la obra.
La presente versión interpretada en el Teatro de la Maestranza ha contado como director musical con Pedro Halffter, buen conocedor de la orquesta del teatro y de las posibilidades musicales de la sala, quien construyó una versión casi perfecta de la obra. El director sabe extraer lo mejor a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, que se presenta dúctil y compacta ante su siempre ingeniosa dirección. Su dinamismo y precisión en los tempi y carácter de cada número contribuyeron a agilizar la trama, pese a los numerosos parlamentos en alemán que se engarzan con las partes musicales.
Sobre la escena tuvimos el placer de disfrutar de bellas voces en una oportuna interpretación de los personajes. De entre todas brillaron por su bondad tímbrica y su capacidad expresiva las voces de Peter Kellner como Papageno y Erika Escribá-Astaburuaga como Pamina. Ambos sacaron el máximo partido a cada una de sus intervenciones, ya en solitario o a dúo. Junto a ellas, destacó igualmente por la dificultad de su rol y la agilidad técnica de su interpretación la soprano Sara Blanch como la Reina de la noche; su esperada aria del segundo acto no decepcionó a nadie, si bien donde estuvo sublime fue en el aria “O zitre nicht, mein lieber Sohn” (¡Oh, no tiembles, querido hijo mío!) del primer acto.
En un plano más discreto, pero igualmente acertados en sus interpretaciones, figuran los también protagonistas Javier Borda como Sarastro y Roger Padullés como Tamino. El primero demostró su riqueza tímbrica y profundidad en el aria “O Isis und Osiris”, quizás falto de potencia en los graves, pero con una afinación y dicción perfectas. Con respecto a Tamino, el cantante defendió magistralmente el personaje junto a un elenco vocal de alta capacidad y calidad; su timbre delicado y suave estuvo a la altura de las circunstancias en un complicado papel con numerosas intervenciones habladas y cantadas.
En cuanto a los papeles secundarios, hay que destacar por su bondad interpretativa a las tres damas: la soprano Ruth Iniesta y las mezzosopranos Gemma Coma-Alabert y Anja Schlosser. Cada una de sus intervenciones llenaba la escena, en una difícil escritura en trío que requiere no sólo presencia vocal por parte de cada cantante sino balance y equilibrio en su interpretación camerística. Igualmente acertada en su corto papel estuvo la soprano Estefanía Perdomo como Papagena.
Por último, mencionar las luces y las sombras de la escenografía. La reposición de la visión escénica de Roberto Andò estuvo a cargo de Riccardo Massa, quien realizó un buen trabajo potenciando algunos elementos muy acertadamente. El automatismo de la serpiente gigante del comienzo de la obra resultó bastante efectivo, si bien algo ingenuo. Igualmente llamativo fue el juego de luces, que con focos direccionales creaba en ocasiones formas geométricas, como en la escena de la Reina de la noche entronada, o bien dirigía la atención hacia objetos o personajes acertadamente. Más modestas fueron las referencias al templo de Sarastro y su magnificencia simbólica; el sumo sacerdote de Isis y Osiris aparece a final del primer acto en un magnífico carro tirado por dos esfinges leonadas, y tres arcos de piedra con los lemas NATURA-SAPIENZA-RAGIONE presidían la escena. Sin embargo, en el segundo acto, que transcurre íntegramente dentro del templo, las referencias son más discretas y, en definitiva, la escenografía se vuelve más pobre. Aún así, la bondad interpretativa de los cantantes resolvió las posibles carencias con eficiencia y credibilidad, y en definitiva podemos considerar que la velada estuvo llena de buenos momentos y de la magia musical que cabría esperar de La flauta mágica en la Maestranza.
Gonzalo Roldán Herencia